Kate Hoffmann - Una Mujer En Apuros

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Una Mujer En Apuros: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Las cosas buenas llegan de tres en tres?
Para la profesora de universidad Jillian Marshall la organización era la base de la felicidad. Por eso pensó que no sería tan difícil cuidar de sus tres sobrinos… hasta que descubrió por qué todo el mundo los llamaba diablillos. Afortunadamente, allí estaba el guapísimo Nick Callahan, amigo de su cuñado, para ayudarla. Y, por muy ocupada que estuviera con los tres niños, iba a tener algo de tiempo para dedicarle a aquel encanto de hombre…

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Se dirigió a la cocina, llamó a la policía y explicó su situación y lo que estaba sucediendo.

Una vez en el salón, agarró un bate de plástico. Pensó en encender la luz y alertar al intruso de su presencia. Pero, ¿y si tenía un arma?

En ese instante, vio una cabeza entrando por la ventana.

– Maldita sea. Esto es lo que me pasa por cambiar de idea demasiado tarde.

– Jillian-murmuró entre las sombras al reconocer su voz, sin alertarla de su presencia.

Ella entró como pudo por la ventana, cayendo de mala manera en el suelo. Luego, se levantó y se tropezó con un juguete.

Nick se aproximó rápidamente a ella y la sujetó en sus brazos.

– Podrías haber llamado al timbre.

Jillian pegó un grito y lanzó los brazos al aire, golpeándolo en la nariz. Él notó un chorro de sangre deslizándose por su boca.

– ¡Jillian, o te matas tú o acabas matándome a mí!

– ¡Estás sangrando!-gritó ella. Jillian se apresuró a su lado y trató de limpiar la hemorragia con una esquina de su chaqueta.

El la apartó suavemente.

– Estoy bien-le dijo, echando la cabeza hacia atrás-. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

– Me han invitado-dijo Nick.

Jillian frunció el ceño.

– A mí también.

– Pues generalmente los invitados entran por la puerta.

– Pensé que estaban todos durmiendo y no quería despertar a los chicos-dijo Jillian-. ¿Tú sabías que vendría?

– Sabía que estabas invitada, pero me dijeron que no podrías… ¡Maldición!-corrió a la cocina y marcó el teléfono de la policía para cancelar el aviso, pero, antes de que la operadora pudiera hacer nada, oyeron las sirenas aproximándose a la casa.

– ¿Has llamado a la policía?

– Pensé que eras un ladrón.

– ¡No me lo puedo creer! Cada vez que vengo aquí ocurre alguna catástrofe.

Nick se encaminó hacia la puerta y, tras explicarles a los agentes lo sucedido, éstos volvieron por donde habían venido.

Jillian esperó a que ellos se alejaran para encaminarse a su coche.

– ¿A dónde vas?

– De vuelta a mi casa. No voy a quedarme aquí… contigo.

– Jillian, no seas tonta. Es muy tarde. No puedes conducir hasta allí.

– ¿Qué esperas, poder reírte un poco más a mi costa?

– Jillian, por favor, no seas así. Dame una tregua. Me alegro mucho de verte. Lo mejor sería que te quedaras, durmieras y mañana por la mañana te levantaras pronto para que pudiéramos hablar.

Ella lo miró sin responder durante un rato, hasta que, finalmente, asintió.

– De acuerdo. La verdad es que estoy cansada.

Nick le agarró la bolsa y la condujo a casa.

– Me alegro mucho que estés aquí-le dijo al llegar al pie de las escaleras-. Tenía muchas ganas de que vinieras este fin de semana.

Ella asintió y subió en dirección a su cuarto.

Él tuvo que vencer a la tentación de seguirla hasta allí. Ansiaba volver a tener su cuerpo en los brazos.

Pero no quería correr riesgos. Debía ser Jillian la que fuera a él. Y, cuando lo hiciera, no la dejaría escapar.

Jillian estaba de pie junto a la ventana, observando el lago. Era casi medianoche. Greg y Roxy habían llegado hacía media hora y, aunque su hermana había llamado a su puerta, se había fingido dormida.

Miró una vez más a la cabaña del jardín. La luz estaba encendida.

Se imaginó a Nick desvistiéndose para irse a la cama. La noche era cálida. Quizás durmiera en el porche, como había hecho ya en otras ocasiones.

Recordó aquella noche en que lo había visto emerger desnudo de las aguas y habían hecho el amor poco después.

Movida por una fuerza inconsciente, se despojó del camisón y buscó un vestido de algodón en su bolsa.

No podía dormir y un buen paseo por el jardín le vendría bien.

La casa estaba en silencio y abrió cuidadosamente la puerta para no perturbar a nadie.

Bajó las escaleras y se aventuró a salir. Al sentir el césped húmedo bajo sus pies se sintió reconfortada. Había bajado a buscar la luna, pero con la tácita esperanza de encontrarse con Nick.

Se acercó al lago, pero no había nadie. Suspiró decepcionada y se sentó en la orilla, dejando que el agua empapara sus pies.

Minutos después, oyó pasos. Jillian no se volvió. Se limitó a esperar. Al notar su presencia cercana, se atrevió a hablar.

– No podía dormir-dijo.

– Yo tampoco-respondió Nick. Se quedó junto a ella, observando el lago.

Llevaba puestos unos vaqueros, sin camisa, y la luz de la luna se reflejaba sobre su piel tersa. Ella tuvo que contener el deseo de acariciarlo.

– Hace una noche preciosa. Se oye un búho en la distancia. Escucha.

Jillian cerró los ojos y dejó que los sonidos de la noche inundaran sus oídos. La naturaleza ejerció una acción milagrosa y apaciguó su alma inquieta.

– Cuando Roxy y Greg compraron este terreno pensé que se habían vuelto locos, marchándose de la ciudad y todo eso. Ahora entiendo sus motivos.

– Hace unas semanas estuve viendo un terreno en una zona preciosa de la bahía de Narrangasett-comenzó a decir Nick-. Pensaba construir una casa allí, pero no me decidí a comprarla.

La conversación volvía a fluir fácilmente entre ellos, como en aquellas horas pasadas que habían compartido con los niños. Habían desaparecido las tensiones y los miedos. Jillian se alegraba de poder escuchar una vez más su voz.

– ¿No querías hacerte una nueva casa?

– Sí, la quiero cerca de Boston-le tomó la mano-. Cerca de ti.

Jillian tragó saliva y sintió que las lágrimas inundaban sus ojos.

– ¿De verdad?

– Jillian, cuando estaba en aquel idílico lugar, sólo podía pensar en que quiero construir una casa para ti y para mí.

– Nick, yo…

– Sí, sé que nos conocemos hace poco. Pero te aseguro que nunca antes había sentido nada parecido por nadie.

– Yo… yo tampoco-dijo ella, mirando fijamente el agua-. ¿Te acuerdas cuando te hablé de los números perfectos y de cómo hubo un tiempo en que pensaba que el amor debía de ser así?-Nick asintió-. Pues creo que, tal vez, tenía razón. Tú y yo éramos dos números esperando encontrarse. Al juntarnos con cualquier otra persona nos convertíamos en seres ordinarios, pero al unirnos nos hacemos especiales-hizo una breve pausa-. La verdad es que tenía la vaga esperanza de que estuvieras aquí este fin de semana. Aquí fue donde todo comenzó.

– Quizás podríamos empezar de nuevo-dijo Nick y le tendió la mano-. Hola, soy Nick Callahan, ingeniero industrial y amigo de Greg y Roxy. No sé cuál es mi coeficiente intelectual, pero conseguí una A en cálculo en la universidad, aunque uso la calculadora para dividir dieciocho entre nueve.

Jillian se rió.

– Yo soy Jillian Marshall, eminente matemáticas. Me importa muy poco mi cociente intelectual y me parece muy tierno que no sepas dividir.

Él se acercó a ella y la besó suavemente.

– Pues bien, yo, Nick Callahan, amo profundamente a Jillian Marshall-aseguró-. Y después de unos pocos días juntos para poder llegar a conocernos mejor, voy a pedirle que se case conmigo.

Jillian le acarició el rostro.

– Pues yo, Jillian Marshall, también amo profundamente a Nick Callahan y, en cuanto me pida que me case con él, aceptaré.

– Bien, ya está todo dicho. Y ahora, ¿Que hacemos?

– Pues no tengo ni idea-dijo ella.

– Nos podríamos dar un baño.

– No tengo bañador.

– No lo necesitas-respondió él.

– No soy una buena nadadora-mintió ella.

– Bueno, sí te hundes, siempre estaré yo aquí para sacarte a flote.

Jillian sonrió y lo abrazó.

Después de besarlo suave y seductoramente, se apartó de él y con una gran carcajada comenzó a quitarse la ropa.

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