Pero no se detuvieron. Pasaron de largo en dirección a la casa. Jillian se volvió y vio a Nick.
– ¡Nick, Nick!-gritaron los pequeños y se lanzaron a sus piernas. Su expresión feroz se fue suavizando hasta convertirse en una sonrisa. Se puso a Zach en los hombros y tomó a los otros dos de la mano.
Cuando llegó junto a Jillian puso a Zach en el suelo.
– Hola-murmuró ella.
– Hola-respondió él.
Jillian respiró profundamente y se colocó una brillante sonrisa en los labios.
– Has estado trabajando mucho. No te hemos visto en toda la mañana.
El evitó sus ojos.
– Ya casi he terminado. Roxy y Greg han contratado a alguien para que le dé los últimos toques. Esta misma noche haré las maletas y me marcharé.
Jillian se sorprendió de la noticia. El corazón se le encogió en el pecho y sintió que le faltaba el aire.
– Al menos cenarás con nosotros, ¿no? Va a ser tu última noche con los niños-dijo ella, poniendo a los pequeños como excusa. Era el tipo de invitación que no podía rechazar.
Pero lo hizo.
– Lo siento. Tengo mucho equipaje que preparar.
– ¿No te habían cedido la cabaña para todo el verano?
– Ya he tenido suficientes vacaciones-le dijo mirándola fijamente-. Necesito regresar a Providence.
– Nick, no veo la necesidad de que se cree esta hostilidad entre nosotros-murmuró ella-. Los dos somos adultos razonables.
– Creo que ese es precisamente el problema-dijo él con una carcajada amarga-. Somos «demasiado» razonables. Me iré de aquí cuanto antes.
Dicho aquello, se metió en su casa.
– ¿Nick está enfadado?-preguntó Zach. Jillian se encogió de hombros.-No. Está preocupado-respondió.-Triste-dijo Sam. Ella se arrodilló y le acarició el pelo.-No, no está triste.
Se sentó en la hierba con los pequeños, notando cómo la tristeza sí la invadía a ella.
Miró al lago y vio un pequeño velero navegando. Había llegado a gustarle mucho aquel lugar: la tranquilidad, la naturaleza. Pero, ¿cómo podría volver allí sin acordarse de él?
¿Podría entrar en la casa y no recordar todos los desastres de los que la había salvado? Quizás lo que tenía que hacer era regresar a su vida cuanto antes, a sus números y sus clases.
Miró a los niños.
– Sólo nos quedan unos pocos días para disfrutar, así que, ¿qué os parece si lleno la piscina pequeña y nos damos un baño?
Si todos los problemas hubieran podido resolverse así de fácil, con un reconfortante baño bajo el tórrido calor del verano…
Jillian se preguntó si llegaría a olvidar lo que había sucedido entre Nick y ella. Quizás aquellos diez días en el lago hubieran marcado el resto de su vida para siempre.
Jillian se había quedado profundamente dormida, agotada después de un día de demasiadas emociones.
Pero cálidas imágenes, todas relacionados con Nick, alimentaban sus sueños e inquietaban su noche.
De pronto, un llanto la despertó.
Se había acostumbrado a esperar antes de acudir, porque muchas veces se trataba sólo de una pesadilla y la llamada cesaba a los pocos minutos.
Pero el llanto continuó y cada vez más lastimero.
Se encaminó al dormitorio de los pequeños y, al entrar, se encontró que Sam se había quitado el pijama y estaba sólo con el pañal.
Lo tomó en sus brazos y notó que estaba caliente.
– ¡Cielo santo! Parece que tienes fiebre. ¿Qué puede ser? En el libro del doctor Hazelton dice que si le duele al tocarle en el oído puede ser una otitis. ¿Te duelen los oídos?-le preguntó al pequeño, que no paraba de llorar.
Miró de un lado a otro de la habitación. ¿Debía o no llamar al pediatra? Tal vez debiera llevárselo a urgencias.
– No sé qué hacer.
Lo único que sabía era que necesitaba ayuda. No podía encargarse de un niño enfermo y, al tiempo cuidar de los otros dos.
Por mucho que hiriera su orgullo debía acudir a Nick.
Sin pensárselo más, dejó a cada niño en su cuna, les rogó que esperaran un momento con la promesa de regresar pronto y se encaminó a la cabaña.
Una brillante luna iluminó su camino. Al llegar, llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.
De pronto, un movimiento captó su atención. Miró con más atención al lago y vio cómo una figura se alzaba desde el agua.
La luna se reflejaba sobre su piel húmeda.
Jillian sintió un repentino pavor, hasta que reconoció a Nick emergiendo del líquido negro. Estaba desnudo.
Ella se ocultó entre las sombras, completamente embelesada por la visión.
El tomó una toalla, se secó y se la colocó alrededor de la cintura, antes de dirigirse hacia la cabaña.
Justo antes de que llegara, Jillian salió de entre las sombras.
– ¿Jillian? ¿Qué haces aquí?
– Te necesito…
– Jillian, ya hemos hablado de esto y…
– No, no en ese sentido. Te necesito porque uno de los niños está enfermo y no sé qué hacer. Por favor, ¿puedes ayudarme?-le preguntó ansiosa.
El dio un paso hacia ella y le posó la mano en la mejilla. Su tacto la tranquilizó de inmediato.
– Deja que me vista. Iré para allá enseguida. Jillian asintió aliviada y se dirigió hacia la casa.
Una vez allí, agarró el libro del doctor Hazeltone y recorrió a toda rapidez las páginas pertinentes.
Nick apareció a los pocos minutos.
El la tomó de la mano y, juntos, entraron en la habitación de los pequeños.
– Creo que tiene fiebre-dijo ella aterrada.-Trae un termómetro y lo comprobaremos-respondió Nick con toda calma y tomando control de la situación.
La tranquilidad con que Nick respondía apaciguó la preocupación de Jillian. Teniéndolo a su lado parecía que todo iría bien.
Regresó con el termómetro y se lo colocó al pequeño.
– Se pone por el otro lado-dijo Nick.
– ¿Estás seguro?
– Míralo en tu libro si quieres.
Después de un par de minutos, comprobaron que el pequeño tenía una temperatura muy elevada.
– Treinta y ocho y medio. ¿Qué dice le libro al respecto?
– Dice que a partir de treinta y siete y medio o treinta y ocho se le debe bajar la fiebre con un baño templado y llamar la pediatra si la fiebre persiste. Hay que llevarlo a urgencias si la temperatura supera los treinta y nueve.
– ¿Tú qué quieres hacer?
– La verdad es que preferiría llevármelo a urgencias. No me fío de un libro para algo tan delicado.
Nick le apretó la mano.
– Haz lo que consideres que debes hacer. Yo me quedaré con los otros dos mientras tú llevas a Sam al hospital.
– Pero… pero yo prefiero que vengas conmigo. Nos podemos llevar a los tres.
– De acuerdo-dijo Nick-. Yo me encargo de vestir a Zach y a Andy. Tú ocúpate de Sam. Iré a ver si hay algún antitérmico infantil en el botiquín-se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla-. Tranquilízate. Los niños son muy fuertes. Todo irá bien.
– Pero Roxy me va a matar. Nada de esto se suponía que iba a pasar.
El sonrió.
– Estas son cosas frecuentes cuando se trata de niños.
– Creo que les he dejado jugar demasiado tiempo en la piscina. El agua fría le ha debido provocar un infección de oído. Es culpa mía-se lamentó ella-. Siento mezclarte en esto. Debería ser capaz de arreglármelas yo sola. ¿Y si te hubieras marchado ya? ¿Qué habría hecho sin ti?
– Lo habrías solucionado. Ahora viste a Sam mientras yo busco la medicina.
Después de un rato, ya estaban los cinco en el coche de camino al hospital.
– ¿Te he dado ya las gracias?-murmuró ella.
– Sí, varias veces-respondió él-. Pero no tienes por qué hacerlo. Quiero ayudar. Tanto los niños como tú sois importantes para mí.
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