Ella forzó una sonrisa y se puso de pie.
– No tienes que preocuparte de mí. Soy perfectamente capaz de cuidar de los niños. Además, mi madre me dijo que vendría mañana por la mañana a ocuparse de ellos. Yo también tengo una importante reunión mañana.
Nick se sentó. ¿Eso significaba que no vería a Roxy y Greg nada más llegar? Quizás eso le daría la oportunidad de aplazar su confesión un poco más.
– Jillian, ¿estás bien?
– Por supuesto-respondió ella.
– ¿Estás enfadada conmigo?-preguntó él, tratando de hacer que lo mirara.
– ¡No seas ridículo! Tú te tienes que marchar, igual que yo. Los dos sabíamos que, tarde o temprano, esto acabaría.
– Nada está «acabando». Nos veremos otra vez.
– Sí, por supuesto, en alguna fiesta que organicen Roxy y Greg.
– Lo que quiero decir es que nos veremos en el transcurso de las próximas veinticuatro horas.
Jillian parpadeó confusa.
– ¿Cómo?
– Si lo que esperas es que desaparezca sin más, es porque no me conoces.
Ella lo miró directamente a los ojos por primera vez aquella mañana.
– Es que no te conozco. No nos conocemos y no sabemos lo que podemos esperar el uno del otro. Yo no quiero que te sientas obligado…
– ¿No quieres nada más allá de lo sucedido anoche?
– Lo que yo quiera o no es indiferente. Es todo cuestión de probabilidades matemáticas.
Él la miró atónito.
– Explícate.
– Durante los últimos días he estado trabajando en una tabla de probabilidades. He sacado unos cuantos datos de Internet sobre divorcios y el mayor número de ellos se da por incompatibilidades.
– ¿Y?
– Pues que nosotros somos claramente incompatibles-dijo Jillian-. Tú no sabes nada sobre matemáticas y yo no sé nada sobre taladros.
– ¿Qué tiene eso que ver? Desde mi punto de vista, somos perfectamente compatibles. Dime cómo te sientes conmigo.
– Si te refieres al sexo, te diré que ese no es un motivo sólido para que una pareja funciona. No afecta realmente a los resultados.
– Está claro que te escondes detrás de esos malditos números y fórmulas para no enfrentarte a las cosas de verdad. ¿Por qué simplemente no admites que no te quieres enamorar de un hombre de la clase trabajadora que utiliza sus manos para ganarse la vida? Eres una snob, Jillian.
Él se levantó y comenzó a andar de un lado a otro de la cocina.
– Sólo soy realista. Estoy usando el sentido común.
– Durante la última semana me has demostrado que en lo que a los niños y a mí respecta careces totalmente de sentido común.
– Apenas nos conocemos-protestó ella-. Nos conocimos hace nueve días. No puedes pedirme que tome una decisión vital basada en lo que ha sucedido en ese tiempo.
– Yo no te estoy pidiendo que te cases conmigo, sólo te estoy pidiendo una cita.
Ella se quedó paralizada de pronto. Abrió la boca para contestar, pero pasaron varios segundos antes de que pusiera pronunciar palabra.
– ¿Una cita? ¿Ir a cenar o al cine o algo así?
– Por ejemplo-dijo él-. Quizás, si hiciéramos algo más que cambiar pañales podríamos descubrir quiénes somos realmente.
– De acuerdo-dijo ella. Agarró un papel y le escribió su dirección-. Mañana por la noche estaré en casa. Recógeme a las siete. Te demostraré que tengo razón. Probablemente, será la peor cita que jamás hayas tenido.
Nick sonrió satisfecho. Una cita era todo lo que necesitaba para probarle que estaba equivocada.
Se acercó a ella, la tomó de cintura y la besó con pasión y entrega suficientes para que la sensación quedara impresa en sus labios hasta la próxima cita.
Luego tomó su rostro entre las manos y la obligó a mirarlo directamente a los ojos.
– Cuanto más te empeñes en hacerme ver que somos incompatibles, más me empeñaré yo en probarte lo contrario.
Jillian abrió los ojos poco después de que hubiera amanecido. Sueños inquietos no le habían permitido descansar. Sólo había pasado una noche con Nick, pero ya le resultaba difícil dormir sola.
Aunque realmente no estaba sola. Los niños se habían despertado antes de que saliera el sol y ella había decidido llevárselos a la cama con perro incluido.
Pero, aún con la cama llena lo echaba de menos.
Se había acostumbrado a él, a levantarse por la mañana y a encontrarlo en la cocina, con la taza humeante de café en la mano, vestido con sus vaqueros y su camiseta informal. Nick era como un haz de luz en mitad de aquel mundo gris en el que solía vivir.
Pero, ¿era algo más?
Se había ido y, sin embargo, permanecía presente en su mente. De pronto, todas las razones que se había aducido a sí misma para no amarlo eran motivos para hacerlo.
No tenían nada en común y, sin embargo, le resultaba increíblemente fascinante. A través del hombre vulgar había llegado a ver al héroe con el que podía contar cuando llegaba una crisis. Además, no se podía negar que en el aspecto físico funcionaban casi a la perfección.
Entonces, ¿qué era lo que la asustaba? ¿Por qué se refugiaba en sus antiguos prejuicios? ¿Y por qué se sentía tan inquieta respecto a la cita que tendrían aquella noche? En realidad, llevaban días viéndose. Lo único que habría sería un cambio de localización.
Pero quizás esa era la clave. La casa del lago había sido como una isla apartada del mundo real. Pero allí fuera, ella ya no era una niñera inepta necesitada de ayuda, era la profesora Jillian Marshall, eminente matemática, mujer con una brillante carrera. Él ya no sería el caballero que iría a rescatarla, sino simplemente…
En realidad no sabía nada de él. Quizás la idea de una cita fuera realmente acertada. Así podría solventar sus dudas. Luego continuaría con su vida como si nunca lo hubiera conocido… ni se hubiera enamorado.
Se acurrucó entre las sábanas dispuesta a no preocuparse más.
Tenía otras muchas cosas en las que pensar.
Debía limpiar la casa y organizar a los niños antes de que su hermana regresara a mediodía. En principio había pensado en pedirle a su madre que se ocupara de sus sobrino y así poder asistir a su reunión. Pero, finalmente, había decidido acabar el trabajo que había empezado y recibir a su hermana.
Una vez organizada su cabeza, se quedó dormida.
Pero sólo transcurrieron unos minutos antes de que las voces y los gritos de contento de los niños llenaran el dormitorio.
Jillian abrió los ojos y vio que Roxy se lanzaba sobre la cama a saludar a sus hijos. Confusa, Jillian se pasó la mano por el pelo.
– ¿Qué estáis haciendo aquí tan pronto? Pensé que no llegaríais hasta las dos.
– Decidimos tomar un avión antes-le aclaró Greg desde la puerta, agarrando a Andy en brazos-. Roxy no podía soportar estar más tiempo alejada de los niños. ¿Cómo están mis chicos?-Zach y Sam dejaron a su madre y se lanzaron en brazos de su padre-. Ya veo que la casa está aún en pie.
Jillian sonrió tímidamente.
– Siento el desorden que hay. Mamá iba a venir a ayudarme para tenerlo todo listo cuando llegarais. Querría haber bañado y vestido a los diablillos.
– Todo está estupendamente, los niños tienen muy buen aspecto y tú también. Tienes color en las mejillas.
Jillian se tocó la cara.
– Hemos… hemos pasado mucho tiempo al aire libre. Hacía un tiempo perfecto.
Roxy la miró con el ceño fruncido.
– Ha habido algo más…
Jillian se pasó la mano por el pelo, retiró las sábanas y se puso de pie. ¿Era tan obvio que había hecho el amor la noche anterior? ¿O estaba notando algo más?
– ¿Qué tal vuestro viaje?-Jillian cambió de tema.
– Interminable. Tenía muchísimas ganas de llegar a casa. El paraíso está bien durante unos días, pero ya empezaba a cansarme-suspiró-. Ahora, dime la verdad: ¿qué tal con los niños?
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