Decididamente su estómago tenía ganas de revolverse, y vio que Neville lo miraba compasivo.
Y entonces llegó Claudia, así que se giró a mirarla avanzar sola por el ancho pasillo central, entre las hileras de bancos llenos de invitados.
Sí que era hermosa. Era…, ¿cómo fue que se describió ella una vez después que hicieron el amor? Ah, sí. Era mujer. La maestra de escuela, la empresaria, la amiga, la amante, todas esas cosas que era y había sido quedaron cubiertas por ese solo hecho principal.
Era simplemente mujer.
Típico de ella, vestía con sencillez, pulcritud y elegancia, con la excepción de la pamela absurdamente bonita que llevaba sobre la cabeza, ligeramente echada hacia delante.
Sonrió, a la pamela, a ella.
Ella le sonrió y se olvidó de la pamela.
¡Ah, Claudia!
Juntos se volvieron hacia el sacerdote.
– Amados hermanos -comenzó el cura, con una voz pausada y sonora que llegó a todos los rincones de la inmensa iglesia.
Y sólo un Ínstame después, terminó el rito nupcial y estaban casados, él y Claudia Martín, ahora Claudia Fawcitt, marquesa de Attingsborough. Para el resto de sus vidas, hasta que la muerte los separara. Unidos, en los buenos y en los malos tiempos, en la salud y en la enfermedad.
Ella lo miró a los ojos, con los labios apretados en una delgada línea.
Él le sonrió.
Ella le sonrió, y en sus ojos brillo el cálido sol del verano, que ya era otoñal fuera de la iglesia.
Una vez que firmaron en el libro de registro iniciaron el largo recorrido por el pasillo central de la nave, dejando atrás a sonrientes invitados, que muy pronto llenarían la sala de fiestas Upper Assembly Rooms para el desayuno de bodas.
Claudia se detuvo cuando llegaron al segundo banco, donde estaba Lizzie, sentada entre Anne Butler y David Jewell, preciosa, ataviada con un vaporoso vestido de encaje rosa y una cinta de satén del mismo color en el pelo, con un primoroso lazo. Se inclinó por delante de su amiga, le susurró algo a Lizzie, y la puso de pie.
Y así, contemplados por la mitad del bello mundo, los tres hicieron el recorrido del pasillo, Lizzie en el medio, cogida de los brazos de ellos, radiante de felicidad.
Habría personas que se escandalizarían al verlos, pensó Joseph. Podían irse al diablo, por lo que a él se refería. Había visto a su madre sonriéndoles y a Wilma limpiándose una lagrima. Había visto a su padre mirándoles severo, con una expresión de intenso afecto en los ojos.
Le sonrió a Claudia por encima de la cabeza de Lizzie.
Ella le correspondió la sonrisa, y salieron de la iglesia al patio exterior de la Pump Room, que estaba tan atiborrado de gente como la iglesia de la que acababan de salir. Alguien gritó un «¡Vivan los novios!», y casi todos continuaron los vivas. Estaban repicando las campanas de la Abadía. El sol comenzaba a brillar, recién liberado de nubes.
– Te amo -moduló, mirándola, y los ojos de ella le dijeron que lo había oído y entendido.
Lizzie echó atrás la cabeza y miró del uno al otro, como si los viera. Se rió.
– Papá y mamá -dijo.
– Sí, cariño -le dijo él, inclinándose a besarla en la mejilla.
Entonces, ante el bullicioso deleite de los espectadores y de los pocos invitados que habían salido detrás de ellos, se inclinó por encima de la cabeza de Lizzie y besó a Claudia en los labios.
– Mis dos amores -dijo.
A Claudia le brillaban los ojos con las lágrimas sin derramar.
– No quiero convertirme en una regadera justamente ahora -dijo con su voz de maestra de escuela-. Llévanos al coche, Joseph. -Lizzie apoyó la cabeza en su hombro-. Inmediatamente -añadió, en un tono que seguro había hecho saltar en posición firmes a sus alumnas durante quince años.
– Sí, señora -dijo él, sonriendo de oreja a oreja-, es decir, sí, milady.
Ya estaban los tres riendo mientras él las llevaba corriendo por el patio, dejando atrás a la multitud de admiradores, luego bajo los arcos de piedra y finalmente por una especie de túnel formado por los primos y los Bedwyn, que habían salido sigilosos antes y estaban armados con pétalos de flores.
Cuando llegaron a la calle y al coche, Claudia ya tenía una explicación para las lágrimas que le corrían por las mejillas. Eran lágrimas de risa, habría dicho si él se lo hubiera preguntado.
Él no se lo preguntó.
Instaló a Lizzie en un asiento, ocupó su lugar al lado de Claudia en el otro, le pasó un brazo por los hombros y la besó concienzudamente.
– ¿Qué estás haciendo, papá? -le preguntó Lizzie.
– Estoy besando a tú mamá. También es mi flamante esposa, recuerda.
– Ah, bueno -dijo Lizzie y se rió. Claudia también se rió.
– Todos nos verán -dijo.
– ¿Te importa?
Apartó la cara para observar otra vez lo hermosa que estaba.
– No, en absoluto -contestó ella, poniéndole una mano en el hombro y atrayéndolo hacia sí, mientras el coche traqueteaba en dirección a las Upper Assembly Rooms-. Es el día más feliz de mi vida, y no me importa que todo el mundo se entere.
Se inclinó a cogerle una mano a Lizzie con las dos de ella, se la apretó, y después lo beso.
Él apoyó la mano abierta en su abdomen, que, ya estaba ligeramente redondeado. Toda su familia estaba ahí con él en el coche. Su presente y su futuro. Su felicidad.
«Amor. Sueño con el amor, el amor de una familia, con una esposa e hijos que estén tan cerca de mí y me sean tan queridos como los latidos de mi corazón.»
¿Había dicho esas palabras, erase que se era?
Si no, debería haberlas dicho.
Sólo que ya no tenía que soñar ese determinado sueño.
Acababa de hacerse realidad.
Mary Balogh, seudónimo de Mary Jenkins, nació y creció en Gales, Gran Bretaña, tierras de canciones y leyendas; pero vive en Canadá junto a su marido. Profesora de inglés, encontró tiempo para su verdadera vocación, la escritura, cuando su hijo mayor cumplió los seis años. Su primera novela ganó el premio Rita de Novela Romántica. Es una de las autoras más premiadas y reconocidas, admirada por sus romances victorianos. Titania ha publicado Simplemente inolvidable, la primera de sus novelas relacionadas con la escuela Miss Martin's para señoritas.
Publicó su primer libro en 1985 y lleva escritos más de sesenta. Su afición por las novelas de la escritora inglesa Georgette Heyer la llevó a escoger, como escenario de sus historias, el período de la Regencia inglesa. Su serie de los hermanos Bedwyn, de la que Ligeramente inmoral es la quinta entrega, la ha consagrado como una de las escritoras más populares del género. Está especializada en la novela romántica, más concretamente en el romance victoriano.
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