Porque, en realidad, el barón Louis y su barco no se limitaban a llevar a una pareja de enamorados. Se dirigían a Haifa para ir desde allí a Jerusalén, donde los recibiría el presidente de la organización sionista, Chaim Weitzmann, el gran químico que durante la última guerra dirigía los laboratorios del Almirantazgo británico y gracias al cual, durante ese período, judíos y árabes vivían bastante apaciblemente en Palestina. Era a él y al gran rabino a quienes Morosini y Vidal-Pellicorne entregarían el pectoral del sumo sacerdote, en esos momentos guardado en la caja fuerte del yate. En resumen, todos los participantes del crucero, jóvenes esposos y amigos, se limitaban a componer una escolta digna de él.
—¿Quién ha oído hablar alguna vez de un viaje de novios con seis o siete participantes? —dijo Morosini, arreglando con ternura el pañuelo que Lisa se había puesto en la cabeza—. Seguramente tú habrías preferido algo más romántico.
La joven se echó a reír.
—Viajes haremos muchos más, porque ya no vamos a separarnos y porque Mina va a reincorporarse al trabajo. Y eso es excitante.
—¡No me digas que voy a ver reaparecer los trajes sastre con chaqueta en forma de cucurucho de patatas fritas y los zapatos planos con cordones!
—¡Ni hablar! Quiero seguir gustándote. Y puedes tranquilizar a Angelo Pisani, que está muerto de miedo pensando que el antiguo sargento de la casa podría volver a ocupar su puesto. Estaré encantada de trabajar contigo, pero también tengo intención de hacer un poco de princesa, aunque sólo cuando tenga que cuidarme para no poner en peligro a tu descendencia.
—¿De verdad? —dijo Aldo, estrechándola un poco más fuerte contra sí—. ¿Quieres tener hijos?
Ella frunció la naricilla y besó a su marido en la mejilla.
—¡Pero si estoy aquí para eso, cariño! ¡Y quiero una caterva! Tendremos… dos o tres niñeras… y un bañero para que les impida ir a chapotear al Gran Canal cada vez que se les pase por la cabeza.
—¡Estás loca! ¡Pero cuánto te quiero!
Y Aldo besó a su mujer de un modo muy poco conyugal.
Lisa se apartó y cogió a su marido de la mano para llevarlo hacia la proa del barco. Se había puesto seria.
—¿A qué viene esa expresión tan grave de repente? —preguntó Morosini, preocupado.
—Me pregunto si llegaremos algún día a esa cita en Jerusalén. No se puede decir que el pectoral haya tenido mucha suerte desde que existe.
—¿Qué te ronda por la cabeza?
—No lo sé: piratas berberiscos…, una tormenta, un huracán quizás…, un rayo…
—¡Lisa, Lisa! ¡Ay, es malo ser tan optimista! —exclamó Aldo, riendo de buena gana—. Pero si te empeñas en desvariar, ten esto bien presente: en caso de naufragio, te cojo entre mis brazos y no te suelto. Si el pectoral quiere ir a dar una vuelta por el fondo del agua, es cosa suya, pero tú eres lo más precioso que tengo en el mundo, así que, o vivimos juntos o morimos juntos.
—¡Hummm! ¡Eso suena a música celestial! ¿Te importaría hacer un bis, por favor?
—No me gusta repetirme —protestó Aldo, cerrando la boca de Lisa con un largo beso.
Saint-Mandé, julio de 1996
Fin
Véanse volúmenes I, II y III.
El Don Basilio al que se hace referencia es un personaje de las comedias de Beaumarchais El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro , que también aparece en las óperas del mismo título de Rossini ( El barbero de Sevilla ) y de Mozart ( Las bodas de Fígaro). (N. de la T.)
En español en el original. ( N. de la T. )
Véase La Estrella Azul.
Véase El Ópalo de Sissi.
Véase El Ópalo de Sissi.
Véase La Estrella Azul.
Véase La Estrella Azul.
Véase El Ópalo de Sissi.
Véase La Estrella Azul.
El arzobispo de Venecia ostenta este título, heredado de los antiguos vínculos con la Iglesia ortodoxa.
Véase La Rosa de York.
Véase La Estrella Azul.
Véase El Ópalo de Sissi.
Véase El Ópalo de Sissi.
Véase La Rosa de York.
Kafka vivió allí en 1917, y más tarde la calle albergó al premio Nobel de Literatura Jaroslav Siefert.
Señor Palmer.
Derivado de graffiti . Dibujos en las paredes, con frecuencia a modo de trampantojo, muy apreciados en la época.
Véase La Estrella Azul.
Véase La Estrella Azul.