– Porque todavía no estoy seguro de que no haya un asesino por ahí suelto.
– Creí que pensabas que tu madre era la culpable. -Así es… pero hay algo que no me parece convincente en toda esta historia.
– De manera que estás empezando a creerte su historia.
– Solo una parte.
Ella decidió hacer el papel de abogado del diablo. -De modo que a causa de la otra amenaza, del otro asesino, ¿qué es lo que vas a hacer? ¿Seguir pegado a mí hasta que lo metan entre rejas? ¿Ser mi guardaespaldas personal? -Ella bebió otro poco de brandy.
– Ese es el plan.
– Puede que yo no quiera un guardaespaldas -dijo ella, dejándose llevar por el impulso de decir exactamente lo que le pasaba por la mente-. Puede que quiera un amante.
– Entonces tendrás que buscarte uno tú misma, ¿no te parece? -Él se acabó su copa e ignoró el impulso de servirse otra. Achisparse no iba a mejorar aquella ya de por sí explosiva situación. Adria («no, London. Recuerda, es London ¡métetelo en la cabeza!») ya estaba empezando a perder el control, aunque no la culpaba por eso. Ambos habían estado demasiado unidos durante las últimas semanas.
Pero él no estaba convencido de que el peligro hubiera pasado. Había algo que no le cuadraba.
«¿O solo se trata de una excusa para seguir a su lado? ¿Para estar cerca de ella? ¿Para esperar que puedas olvidar quién es durante el tiempo suficiente para hacerle el amor?»
Se le hizo un nudo en el estómago mientras miraba con mala cara el fondo de su vaso, y luego sintió que ella le clavaba sus eróticos ojos azules.
– Pero yo te quiero a ti, Zach, solo a ti.
Él cerró los ojos y maldijo para sus adentros.
– No puedes. Sabes que eso es imposible.
– ¿Lo es?
Acabándose la bebida de un trago, ella dio un paso hacia él meneando la cabeza. Sus negros bucles se balancearon alrededor de su cara.
– Tú también me deseas.
– Por Dios, Adria, no me hagas esto -dijo él con voz crispada.
Ella no se detuvo hasta estar a su altura y luego se puso de puntillas, pasó las puntas de sus dedos por su pecho y apretó sus labios contra los de él.
– Ya lo hemos hecho antes.
– Pero no sabiendo que… oh, Dios.
Ella le acarició la nuez y luego le recorrió el borde de los labios con la lengua. A Zach se le deshacían los huesos y, con toda la fuerza de voluntad que pudo acumular, la agarró con fuerza por las muñecas.
– ¡No, Adria!
– Zach, por favor, te quiero…
– ¡Por el amor de Dios, no puedes! ¡Yo no puedo! -Su cerebro le discutía. «¿Por qué no? No será la primera vez que cruzas ese umbral. Una vez más y luego basta, adiós, para siempre. ¡Tómala, tómala ahora!» El deseo empezó a correrle por las venas y las sienes empezaron a palpitarle. La presión de su entrepierna empujaba ardientemente contra su bragueta. Cerró los ojos para apartar de sí el ansia de amor que brillaba en los ojos de ella-. Nos arrepentiremos de esto -gruñó él, sintiéndose como un barril de cerveza a punto de estallar.
– Nunca -dijo ella y el dolor de su voz rompió su duro caparazón.
Empujándola contra la pared, la besó con brutalidad, furiosamente. Le alzó las manos por encima de la cabeza y le asaltó la boca con la lengua. Sus pechos subían y bajaban tras la tela de su chaqueta, y él agarró uno con la mano.
– ¿Esto es lo que quieres, London? -dijo él, forzando aquellas furiosas palabras para que salieran de su boca, mientras metía la pelvis entre los muslos de ella, presionando contra su montículo.
– Yo no soy… -dijo ella, abriendo los ojos horrorizada.
– ¡Lo eres! Y es mejor que te enfrentes a ello. Él se estremecía por dentro de deseo, dispuesto a mandar a paseo sus precauciones y poseer su entregado cuerpo. La barrera de sus ropas era delgada, fácil de derribar, y entonces podrían estar desnudos. Solos. Hombre y mujer.
Hermano y hermana.
¡No! Si no paraba ese juego peligroso, se dejaría llevar por el anhelo de echarse sobre su cuerpo y poseerla. Demonios, y si ella no dejaba de mirarle de aquel modo… Él la besó de nuevo y esta vez su beso no fue tan brusco; la abrazó apretándola contra su cuerpo y perdiéndose en la maravilla de sus ojos. Introdujo los dedos en los espesos bucles de su pelo negro y sintió su boca abierta para él. Exploró con la lengua el sedoso paladar y ella gimió tan suavemente que apenas pudo oírla.
Le acarició el pecho, metiendo la mano por debajo del sujetador, sintiendo cómo se tensaba el pequeño pezón, sintiendo cómo el gemido del deseo ascendía por la garganta de ella.
– Yo… yo no puedo -susurró ella con lágrimas cayéndole por las mejillas.
– Lo sé. -Él se tragó su lujuria y de repente oyó un sonido que estaba fuera de lugar, como de cuero rozando madera. Su corazón desbocado se detuvo por un instante. j
No estaban solos. I
¡Demonios! I
Alzando lentamente la cabeza, colocó una mano sobre la boca de ella y le hizo un gesto para que se estuviera quieta. Por encima de sus manos callosas, él vio como sus cejas se juntaban por un instante y luego se alzaban de golpe. Ella había captado el mensaje
– Quédate aquí -le susurró él al oído.
– No… -dijo ella contra la mano de él, pero Zach le lanzó una mirada que no admitía discusiones y le seH ñaló que se metiera en la cabina; luego él subió lenta-j mente y sin hacer ruido las escaleras.
Con el corazón latiéndole deprisa y la mente nublai da por el miedo, ella lo vio salir. ¿Y si la persona que estaba en cubierta era el asesino que él insistía que andaba suelto? ¿Y si Eunice no era el asesino? ¿Quién podrías ser? Sintió los rápidos latidos de su corazón. No podía dejar que Zachary se enfrentara solo a él. Salió deprisa al salón en busca del arma, pero no la encontró y empezó a subir silenciosamente la escalera hacia la cubierta.
– …de manera que no te importa si es tu hermana o no, aun así te la quieres follar.
La voz de Jason Danvers susurraba por encima del sonido del viento.
A Adria se le puso la carne de gallina. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Les había estado siguiendo?
Subió la escalera del todo y se quedó espiando ai Jason, que estaba de pie, con un brazo apoyado en la botavara, con el viento de la noche haciendo que su chaqueta se hinchara alrededor de sus caderas. Estaba empezando a llover con fuerza, pero él seguía de pie, con la cabeza descubierta y los ojos clavados en su hermano menor.
Adria sintió que estaba en presencia de algo totalmente maligno. ¿Habría un teléfono a bordo? ¿Podría meterse de nuevo en la cabina y hacer una llamada sin que él se diera cuenta? ¿O acaso el teléfono estaría en el puente? ¿O una radio o algo por el estilo?
– Por Dios, Zach, es que nunca aprenderás. Primero Kat y ahora su hija. Adria se quedó helada.
– Tú también estuviste con Kat -dijo Zach con calma, con la espalda apoyada en el tambucho, mientras se enfrentaba a su hermano.
– Pero yo no he seguido luego con London.
– Posiblemente porque estabas demasiado ocupado matando a Ginny Slade.
– Eso es lo que te imaginas, hermanito. Por Dios, si te esfuerzas un poco más, puedes llegar a ganar un premio Agatha Christie o algo por el estilo. Tú y Adria, no, London, os habéis convertido en un par de detectives.
– No era necesario que la mataras.
– ¿No querrías que la dejara ir por ahí contando su historia? Sabía lo de mamá. Sabía que ella era la única que estaba detrás del secuestro. -Sonrió burlonamen-te, lanzando una mirada enfermiza y lasciva a la oscuridad-. Pensé que podría utilizar los planes de mamá para conseguir lo que quería. Pero tenía que ir un poco más lejos. Incluso sabía que había matado a Kat. Me sorprendió que la policía no lo averiguara.
Читать дальше