Se preguntó si Mario estaría en casa o con alguna mujer -aunque no es que eso le importara. Arrastrando los pies por las baldosas del pasillo, se puso a pensar en su vida y se sorprendió al darse cuenta de que el profundo odio que había sentido por los Danvers parecía haberse debilitado con los años.
Llamó a la puerta del dormitorio de su hijo y esperó. Nada. Golpeó con más fuerza, frunció el ceño e intentó girar el pomo, pero estaba cerrada con llave.
– Mario, hijo, ábreme.
Oyó una voz adormilada.
– Venga, abre la puerta.
– Por Dios. -Tropezando y tirando cosas a su paso, Mario apareció finalmente ante la puerta, con el pelo revuelto y sin afeitar-. ¿Qué…?
– Tenemos que hablar.
– ¿Estás bien de la cabeza? Son las cuatro de la madrugada.
– Levántate. Te espero abajo.
Mario se pasó una mano por la cara y bostezó. Cuando se desperezó, su espalda crujió.
– Deja que me ponga las zapatillas y coja los cigarrillos -dijo él y luego se dio media vuelta, tropezó de nuevo y masculló algo entre dientes.
Aquel chico no crecería jamás.
Anthony bajó las escaleras, y cuando su único hijo entró dando traspiés en la cocina, ya había descorchado una botella de champán.
– ¿Qué demonios ha pasado? -dijo Mario, chasqueando la lengua.
– Tenemos una celebración.
– Mierda, ¿y no podía esperar hasta una hora más decente…? ya sabes, hasta las seis o las siete de la mañana.
– No. Y tampoco es este momento para sarcasmos.
– Lo que tú digas, papi. -Mario acercó un encendedor a su cigarrillo-. De acuerdo, Estoy impaciente por saberlo. ¿Qué celebramos?
– Varias cosas. Ven, acércate. -Anthony palmeó el brazo de su sillón indicándole a su hijo que se sentara allí, como cuando era niño. Echando humo por la comisura de los labios, él hizo lo que su padre le pedía-. Muy bien. Aquí… -Anthony pasó una copa a su hijo; luego, cuando Mario la tuvo en la mano, rozó el borde de su copa con la de su hijo-: Por el futuro.
– Bueno, sí, pues por el futuro. -Mario, pensando que su padre había perdido un tornillo más y estaba un paso más cerca del manicomio, empezó a beber, pero la mano de su padre lo detuvo-. Y por el fin de la enemistad familiar.
– ¡Dios mío!
– De acuerdo, pues por Dios también -dijo Anthony magnánimo.
– ¿De qué estás hablando? ¿La maldita enemistad familiar ha acabado? ¿Cómo ha sido? ¿Abres una botella del mejor champán y afirmas que la enemistad familiar se ha acabado, y toda esa mierda que nos ha estado persiguiendo durante años queda olvidada? ¿Así de simple? -Mario hizo chasquear dos dedos. Luego se frotó los ojos-. Estoy soñando. Eso es lo que me pasa. Se trata de una especie de pesadilla.
– Estamos celebrando también otra cosa.
– Oh, bien. ¿De qué se trata?
– Tu matrimonio.
– Ahora sí que estoy seguro de que estoy soñando.
– No, Mario. Ya va siendo hora. Necesitas una esposa. Y yo necesito un nieto. Tenemos que pensar en el futuro y no en el pasado. Tú te casarás, tendrás hijos y todos seremos felices.
– Oh, sí, claro. ¿Qué te ha pasado esta noche?-preguntó Mario-. Cuando me fui a la cama todo estaba como siempre, y ahora me sacas de ella y te pones a hablar como si fueras un adivino. ¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo por el estilo?
Anthony ignoró los delirios de su hijo y volvió a golpear con el borde de su copa la de Mario. Había muchas posibles esposas para su hijo, pero a él se le había ocurrido que Adria Nash -London Danvers- era la potencial candidata. Era hermosa, inteligente y rica. ¿Qué más se le podía pedir a una nuera? Por supuesto que existía la posibilidad de que ella no le quisiera. Bueno, en ese caso había otras posibles mujeres jóvenes entre las que elegir. Mujeres fértiles, hermosas, aunque no necesariamente tan inteligentes como esa London.
– Solo hay una mujer con la que siempre he querido casarme -dijo Mario súbitamente despierto, y Anthony tuvo que contener una expresión de disgusto-.Trisha.
Apretando los dientes, el viejo tuvo que tragarse el último pedazo de su falso orgullo.
– Yo no te lo voy a impedir. -Luego volvió a tomar un sorbo de champán, mirando la cara de incredulidad de su hijo, y se rió a mandíbula batiente, como no se había reído en años. Palmeó a Mario en una rodilla, con un gesto de cariño que aún no había olvidado; el cariño que había sentido en otro tiempo, cuando su mujer aún estaba viva y Mario tenía cuatro o cinco años, y casi no tenían problemas-. Bebe. Disfrútalo. Y déjame que te cuente lo que ha pasado esta noche…
Mientras salía del hospital en el centro de Portland, Zach estaba desalentado. Había observado sin decir una palabra la llegada de la policía, del abogado de Eunice y de Nelson, todos ellos hablando y gritando. A Zach se le había agriado el ánimo. Trisha -cuando se dignó aparecer- había pasado de largo sin siquiera saludar a Adria, para decir a Zach:
– Mira lo que habéis hecho.
Un grupo de periodistas se agolpaban en la puerta del hospital. Todos gritaban tratando de llamar su atención. -Señorita Nash, ¿es cierto que finalmente se ha demostrado que es usted London Danvers? -Sí, eso parece.
– ¿Cómo se siente ahora que por fin recupera a su familia natural?
– Todavía no lo sé. -Se sentía extraña. Aunque se suponía que Eunice se recuperaría, iba a pasar una temporada en el hospital, bajo vigilancia policial.
– Va a heredar usted una buena cantidad de dinero, ¿no es así? ¿Cuáles son sus planes? -Todavía no tengo ninguno. Zach intentó meterse en medio, pero Adria lo agarró de un brazo.
– Miren -dijo ella, hablando a los micrófonos que la estaban apuntando-, ahora mismo estoy muy cansada. Por supuesto, estoy muy contenta de saber que soy London -dijo, intentando no cruzar su mirada con la de Zach, intentando no escuchar el dolor que sentía en el corazón al saber que él era su hermanastro-, pero no tengo planes concretos para el futuro.
– ¿Se quedará permanentemente en Portland?
– No lo sé.
– ¿Qué me dice de las acusaciones contra Eunice Smythe?
– No tengo nada que comentar.
– ¿Es cierto que la atacó en el motel de Estacada?
– No tengo nada más que decir en este momento.
– Pero ahora que es usted una de las mujeres más ricas del estado, seguramente…
– Discúlpenme.
Se abrió paso entre los periodistas y salió al lado de Zach. No podía mirarle a la cara; no quería pensar en el futuro. Durante casi un año había estado pensando que si podía llegar a demostrar que ella era London, si podía encontrar a su verdadera familia, su vida podría cambiar para mejor. Había estado pensando en el dinero, por supuesto, y se había visto como una astuta mujer de negocios que podría sentarse en las comidas de candad como manejar los asuntos de Danvers International. La pequeña princesa de Witt Danvers. El tesoro al que él había amado por encima de todas las cosas, incluyendo sus demás hijos.
Había sido una estúpida. Una tonta estúpida con sueños de adolescente.
Y no había previsto que podría enamorarse de Zachary.
Subieron al jeep y Zachary dirigió su Cherokee hacia la calle. Una docena y media de coches les seguían.
– Bravo -masculló él, mirando por el retrovisor-Perfecto.
Miró a Adria. Ella estaba exhausta, apoyada contra la ventanilla, mirándole con unos ojos que le llegaban al alma.
– Seguro que estarán también en el hotel -dijo él, girando de golpe y observando los faros que les seguían.
Conducía como un loco, cambiando de carril a cada momento y girando en las esquinas de forma imprevista. Ella se dio cuenta de que cambiaban de dirección y vio que las luces del centro de la ciudad empezaban a desaparecer a sus espaldas.
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