– Bien -dijo Caroline-. Me pondré a trabajar en algunas ideas para ella.
– No -respondí-. De Tara me ocupo yo. Aún estamos en la delicada fase de la negociación, de modo que será mejor que te mantengas al margen. Ni siquiera la conoces personalmente.
– Sólo hablaba de unas ideas de la programación…
– Escúchame, Caroline, no quiero que te metas en este asunto. Déjamelo a mí y todo irá bien. Si no sabes tratarla, Tara se te merendará en un visto y no visto.
Se arrellanó en la silla con expresión ofendida. Ahora estaba seguro de que Caroline no se entrometería.
– Perdona -dijo finalmente-. No voy a hacer nada que tú no quieras, por supuesto. También yo quiero enorgullecerme de mi trabajo, y que tú te sientas orgulloso de mí.
Clavé la vista en el escritorio y acto seguido sentí la palma de su mano acariciándome la mejilla.
– ¿No crees que podríamos intimar un poco más, Matthieu? -añadió.
Corrí la silla hacia atrás y alcé las manos.
– Lo siento, Caroline, pero no creo que sea una buena…
– Pareces no darte cuenta de lo que siento por ti -dijo al tiempo que se levantaba y se acercaba más, con un contoneo seductor que me pareció una burda imitación de una actriz de telenovela-. Siempre me han atraído los hombres maduros.
– Seguro que tan mayores como yo, no, créeme. En fin, me parece que…
– Probemos -susurró, inclinándose para besarme.
Me escabullí.
– Perdona -dije, tomándola suavemente del brazo-. Lo siento, de verdad.
Se alisó la ropa con las manos y recobró la compostura.
– Vale. Ningún problema. Me marcho. -Se dirigió a la puerta como un huracán y antes de salir se volvió para mirarme por última vez-. Recuerda que soy una accionista mayoritaria, Matthieu, y estoy en mi derecho de decidir cosas, que es exactamente lo que haré.
Suspiré y volví a concentrarme en mi trabajo.
Unos días más tarde sonó el teléfono. Era Tara, que aceptaba mi oferta y estaba impaciente por reincorporarse al trabajo.
– ¿Y qué pasará con la BBC? ¿Te dejan marchar así como así?
– No exactamente. Mi agente ha mantenido unas cuantas discusiones con la emisora, ha aducido la falta de compromiso que han mostrado hacia mi carrera, ese tipo de cosas. Ha amenazado con demandarlos, y después de ciertas negociaciones puede decirse que me he quedado sin trabajo.
– Bien, pues pongamos fin a esa situación ahora mismo -dije encantado-. Me alegro mucho de que vuelvas con nosotros. -Titubeé un momento antes de añadir-: Te he echado de menos.
– Yo también -admitió tras una pausa, dubitativa-. Añoro nuestra amistad, por no hablar de nuestras discusiones.
– Espero que esta vez todo sea distinto. La emisora va a cambiar. Disfrutarás de cierta autonomía en tu trabajo. Confío en ti.
– Lo único que me preocupa -dijo con cierto nerviosismo- es saber quién dirigirá la emisora.
– Bueno, de momento un servidor.
– ¿No decías que querías dejarlo?
– El trabajo del día a día, sí. Por eso necesito un James Hocknell para estar al frente, pero seguiré siendo socio mayoritario y miembro de la junta.
– Ya veo. Pero ¿cuándo prevés que empezará? ¿Has comenzado a buscar?
– Aún no. Sin embargo, como te he dicho, tengo una idea. Lo que ocurre, sencillamente, es que aún no he tenido la oportunidad de presentar una oferta. Además, antes debo asegurarme de que hago lo correcto. Déjalo en mis manos. Sea lo que sea, no tardaré en hacerlo.
– Debo decirte que he hablado con Alan y P. W.
– Ah, ¿sí? -dije, asombrado. Llevaba tiempo sin hablar con Alan y en cuanto a P.W. no había sabido nada de él desde su marcha-. ¿Dónde localizaste aP.W.?
– Tengo mis fuentes de información -repuso entre risas-. Va a casarse en las Bermudas, ¿lo sabías?
– Dios mío, lo que nos faltaba. Apuesto lo que sea a que su futura esposa es una bailarina del vientre de dieciséis años. ¿Me equivoco?
– Bueno, tiene dieciséis años, sí, pero allí las restricciones respecto a la edad no son tan estrictas como aquí.
Me eché a reír.
– Me pregunto qué debe de ver en el millonario P. W. -comenté con sarcasmo.
– ¡Quién sabe! En cualquier caso, pensé que antes de volver a embarcarme en la emisora debía hablar con él o con Alan, y todo fue bien excepto por algo que dijo P. W.
– ¿Qué?
– Resulta que quiere vender todas sus acciones, ¿lo sabías?
– No tenía ni idea -respondí-. ¿Desde cuándo?
– Bueno, según él, hace poco que lo decidió, pero aún no ha hecho nada al respecto. Esperará a que pase la boda y demás, y luego venderá todas sus acciones del canal. Al parecer quiere fundar una emisora de radio en las Bermudas con las ganancias.
– ¡Una emisora de radio! -exclamé intrigado-. ¡Qué curioso! ¿No tendrás su número de teléfono por casualidad?
– Pues sí. ¿Tienes papel y lápiz a mano?
– Sí, claro. Será mejor que me lo pases antes de que llegue a oídos de otras personas. -Apunté el número y lo dejé al lado del teléfono para utilizarlo de inmediato-. Si vienes mañana tendré los contratos redactados.
– Sí, pero no me esperes muy pronto. Por una vez me gustaría dormir.
– De acuerdo. Te espero al mediodía. Me gustaría contarte algo, ¿puedo confiar en tu discreción?
– Por supuesto. ¿Acaso no he confiado en la tuya al hablarte deP.W.?
– Por esa razón quiero que me aconsejes acerca de algo. Se trata de la persona que quiero poner al frente de la emisora cuando me vaya. Escucha lo que voy a decirte, y no me interrumpas hasta que acabe. Es una buena idea, mucho mejor de lo que puedas creer.
Primera reunión: Tommy llegó a las once en punto a mi despacho, lo cual me alegró, ya que me esperaba un día muy ajetreado y deseaba resolver esos problemas antes de Navidad. Al principio me costó reconocerlo. Llevaba dos semanas sin verlo, desde la tarde en que le había contado mi vida, y en ese tiempo habíamos mantenido un par de breves conversaciones por teléfono. Se había tomado una semana de vacaciones, si puede llamarse así, en una clínica de adelgazamiento y se había apuntado a un programa de rehabilitación para drogadictos como paciente externo; me sentía muy orgulloso de él.
– Tommy -lo saludé mientras entraba tranquilamente en mi despacho tras sortear a mi secretaria, que, embelesada por su presencia, no había creído necesario anunciarlo-. ¿Qué te has hecho?
Se había cortado el pelo dejándose un tupé al estilo francés. En lugar de lentillas, llevaba unas gafas redondas de montura de concha. Vestía un traje informal y ligero. Tenía un aspecto más saludable del que le había visto en mucho tiempo.
– He decidido pasar un poco más inadvertido, aunque sé que no tardarán en olvidarme.
– Estás muy cambiado, la verdad -dije, impresionado por su aspecto serio-. Tienes muy buena pinta. ¿Es para un nuevo personaje?
– No, es para mí -repuso entre risas-. ¡Como si fueran a darme otro papel! ¿Te imaginas lo que tendrían que pagar a la compañía de seguros por mí?
– Pues ahora que lo dices… -Le indiqué que tomara asiento frente a mí-. Pero entiendo a qué te refieres. Siéntate. ¿Te apetece un café?
– Prefiero un té.
Pedí las infusiones por el interfono.
– Caramba -prosiguió, mirando alrededor con aire despreocupado-, no tienes un despacho muy alegre que digamos, ¿Quién se supone que eres, el avaro Mister Scrooge de Dickens?
– No; soy el Fantasma de las navidades Pasadas, pero no he tenido tiempo de poner las decoraciones navideñas. No vale la pena. Los años pasan tan deprisa que antes de que te des cuenta ya vuelves a estar en Navidad.
– Y has vivido tantos años, ¿no? -Me guiñó un ojo con expresión risueña.
Читать дальше