John Boyne - El ladrón de tiempo

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El ladrón de tiempo: краткое содержание, описание и аннотация

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Corre el año 1758 cuando el joven Matthieu Zéla abandona París acompañado por su hermano menor, Tomas, y por Dominique Sauvet, la única mujer a quien amará de verdad. Además de haber sido testigo de un brutal asesinato, aunque aún no lo sabe, Matthieu lleva consigo otro terrible secreto, una característica insólita y perturbadora: su cuerpo dejará de envejecer. Así, su prolongada existencia nos llevará desde la Revolución francesa hasta el Hollywood de los años veinte, de la Gran Exposición Universal de 1851 a la crisis del 29, y cuando el siglo XX llegue a su fin, la mente de Matthieu albergará un cúmulo de experiencias que harán de él un hombre sabio, aunque no necesariamente más feliz.

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Aun así, cuando presionado por Caroline y sus compinches en la emisora la había llamado por teléfono, había aceptado de inmediato verse conmigo, y antes de concertar la cita mantuvimos una conversación de diez minutos.

Cuando por fin llegó, me llevé una agradable sorpresa. La última vez que la había visto era la personificación de la mujer profesional y moderna. Llevaba un traje de diseño (que no tenía nada que ver con la ropa provocativa que usaba en televisión) y un corte a lo garçon impecable, como si su estilista hubiera estado sentado a las puertas del restaurante para darle los últimos toques antes de salir a la pasarela. Pero ahora, seis meses después, apenas la reconocí. En lugar del traje de chaqueta llevaba unos caros téjanos blancos y una blusa sencilla, abierta en el cuello. Se había dejado crecer el pelo -castaño con discretos reflejos rubios-, que le caía sobre los hombros de forma natural. Sostenía la clásica agenda de anillas y apenas llevaba maquillaje. Tenía muy buen aspecto y aparentaba su edad.

– Tara -titubeé, impresionado por su transformación-. Casi no te reconozco. Estás guapísima.

Me miró un instante en silencio antes de esbozar una sonrisa.

– Gracias -dijo, y me pareció que se sonrojaba un poco-. Eres muy amable. Y tú tampoco tienes mal aspecto para ser un hombre de mediana edad.

Solté una carcajada (¿a cuántos hombres de mediana edad que hubieran cumplido los doscientos cincuenta años conocía?) y negué con la cabeza. Tras las formalidades de rigor y después de pedir una comida relativamente ligera, nos reclinamos en nuestros asientos y guardamos un incómodo silencio. Dado que era yo quien la había invitado a comer, se suponía que debía iniciar la conversación.

– ¿Qué tal te va en la BBC? -pregunté-. Mucho mejor que con nosotros, imagino.

Se encogió de hombros.

– Voy tirando -respondió sin mucho entusiasmo-. No es lo que esperaba, la verdad.

– Ah, ¿no?

– Bueno, se gastan un dineral en ficharte, pero en cuanto te tienen no saben qué hacer contigo. Me parece una extraña forma de funcionar.

– A eso se lo llama mantener el talento bajo control. Están dispuestos a contratar a una barbaridad de gente para tenerla atada de pies y manos, no tanto para que trabaje para ellos, sino para evitar que lo haga para otros. Es una práctica antigua. La he visto muchas veces.

– No me interpretes mal -dijo, deseosa de aparentar que estaba contenta con su situación laboral-. Tengo un montón de responsabilidades. Dentro de unas semanas iré a Río de Janeiro para participar en un programa especial de vacaciones. Esa misma semana saldré en La hora de las preguntas, y el mes próximo voy a rediseñar el salón de Gary Lineker mientras él hace lo propio con el mío en un programa de decoración especial. Sólo nos darán dos días, de modo que… -Pareció buscar la expresión adecuada, pero no la encontró y dejó la frase inacabada. Bajé la vista al plato que acababan de servirme y empecé a comer, evitando mirarla para no ver su expresión de amargura.

– Bueno, me alegro de que te vaya tan bien y de que tengas tanto trabajo -logré decir por fin-. Aunque en la emisora te echamos mucho de menos, claro.

– Ya, ya. ¡Con la prisa que os disteis en quitarme de en medio!

– Eso no es verdad -protesté-. Entonces estábamos metidos en un lío y me pareció que si habías recibido una buena oferta de la BBC te convenía aceptar. Sólo estaba pensando en tu porvenir.

Tara se echó a reír. No creía nada de lo que acababa de decirle, y yo tampoco.

– Ah, vale. En todo caso, ya no importa. Además, yo tampoco me porté muy bien. Aparte de la oferta de trabajo, tenía otros motivos para dejar la emisora, como puedes comprender.

La miré sorprendido, pero dirigió la vista más allá de mi hombro a una pareja de famosos que acababa de sentarse a una mesa. Los saludó con la cabeza y se llevó otro trozo de pizza a la boca.

– ¡Ah! ¿Cómo está Tommy? -preguntó, como si hubiera tenido la intención de interesarse por él nada más poner los pies en el restaurante.

– No muy bien.

– Cuando leí lo que le había ocurrido me dio mucha pena.

– Se veía venir. Llevaba anunciándolo desde hacía tiempo. La historia no está de su lado.

– Pero al menos ha salido del coma, ¿no?

– Eso sí. Y ha vuelto a casa, lo que es buena señal. Pero está muy deprimido. Y todavía no se sabe si seguirá en la serie cuando se reponga del todo.

– Será un duro golpe. Conozco a la productora y es una verdadera arpía. La típica guardiana de la moral hipócrita. Le importa un pimiento mostrar todos los vicios y perversiones humanas en su serie, pero si alguién se comporta como un ser humano en la vida real, pone el grito en el cielo. Es una pesadilla de mujer. Aunque no soy quién para decirlo.

– No te pases, Tara -dije con una sonrisa, sin saber qué pensar de su actitud. ¿Quería ganarse mi simpatía o me estaba tomando el pelo descaradamente?-. Tú no eres tan mala -añadí con malicia.

– Antes lo era. -Hizo una pausa y se mordió el labio inferior mientras se preguntaba si tendría el valor de pronunciar el discurso que llevaba preparado. Al fin, no sin un ligero tartamudeo, añadió-: Mira, Matthieu, debo decirte una cosa. Hace mucho que quería llamarte para hablar de eso, pero no reunía el coraje suficiente. Desde que me telefoneaste, sin embargo, he decidido tragarme el orgullo y soltarlo todo.

– Adelante -dije al tiempo que dejaba el tenedor en el plato.

– Es sobre lo que ocurrió… lo que pasó entre nosotros, quiero decir. Cuando empecé a… interesarme por tu sobrino.

– Ha llovido mucho desde entonces, Tara -repuse; no tenía ganas de remover ese asunto.

– Lo sé, lo sé. Pero tengo que desahogarme. -Respiró hondo y me miró a los ojos-. Lo siento. Lamento mucho lo que hice. Fue un error. Fui injusta contigo y con Tommy. No entiendo en qué estaría pensando para actuar así, igual que una colegiala enamorada, pero, como tú dices, ha llovido mucho desde entonces y creo que yo… que ya no soy la misma. Sólo quería pedirte perdón. Siempre he apreciado tu amistad, y te echo de menos. Me porté muy mal contigo, y te pido disculpas.

Me incliné y le puse una mano en el hombro.

– Tara, no te preocupes. Lo pasado, pasado está. Ninguno de los dos es perfecto. No puedes imaginar la de veces que he metido la pata en relaciones a lo largo de los años.

Ella sonrió y yo me eché a reír sacudiendo la cabeza. Me sorprendió comporbar cuánto me alegraba que Tara se hubiese sincerado. Cuando volvimos a concentrarnos en la comida reinaba un ambiente de auténtica cordialidad. De nuevo éramos amigos, y eso ya era mucho. Pero, además, la mujer que tenía delante parecía muy distinta de la Tara de quien me había desenamorado.

– Dale recuerdos míos -dijo, retomando la conversación anterior-, A menos que te parezca una mala idea, claro. Quizá sea mejor que no le hables de mí. No creo que me tenga mucho aprecio después de… Bueno, no puede decirse que lo ayudara, ¿verdad?

Antes de que mencionara directamente la columna que había escrito sobre Tommy, causándole no pocos contratiempos, cambié de tema.

– Olvídalo. De todos modos no te he citado aquí para hablar de Tommy o de historias pasadas. Esto es una comida de negocios, ¿sabes?

– ¿De verdad? -dijo, aunque estaba seguro de que en ningún momento se le había pasado por la cabeza que fuera otra cosa-. Vale, pues. Dime, ¿cómo va todo en mi antigua guarida?

– Trabajo. Mucho trabajo.

– ¿Habéis encontrado un sustituto para James?

– No. Desde que murió yo me ocupo de su trabajo. P. W. se largó al Caribe, dejándome a su endemoniada hija como prenda para que velara por sus acciones en la compañía. Te aseguro que esa chica es una verdadera pesadilla, me hace la vida imposible.

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