En aquel momento el teléfono de Clary sonó. Era un mensaje de texto de Isabelle. Clary frunció el entrecejo.
—Es una dirección. En la zona del río.
Jace miró por encima del hombro de la joven.
—Ahí es donde tenemos que ir para encontrarnos con Magnus. —Le leyó la dirección a Luke, que efectuó un violento cambio de sentido y se encaminó al sur—. Magnus nos ayudará a cruzar el río —explicó Jace—. El barco está rodeado de salvaguardas. Subí a él la otra vez porque mi padre quería que subiese. En esta ocasión no querrá. Necesitaremos a Magnus para que se ocupe de las protecciones.
—Esto no me gusta nada. —Luke tamborileó con los dedos sobre el volante—. Creo que debería ir yo y vosotros dos deberíais quedaros con Magnus.
Los ojos de Jace centellearon.
—No, tengo que ser yo quien vaya.
—¿Por qué? —preguntó Clary.
—Porque Valentine está usando un demonio del miedo —explicó él—. Así es como consiguió matar a los Hermanos Silenciosos. Es lo que mató a aquel brujo, al chico lobo en el callejón junto a La Luna del Cazador y probablemente lo que eliminó a la niña hada en el parque. Y es el motivo de que los Hermanos tuviesen aquellas expresiones en los rostros. Murieron aterrados. Literalmente los mataron de miedo.
—Pero la sangre...
—Les quitó la sangre luego. Pero en el callejón le interrumpió uno de los licántropos. Es por eso que no tuvo tiempo suficiente para conseguir la sangre que necesitaba. Y es por eso por lo que todavía necesita a Maia. —Jace se pasó una mano por los cabellos—. Nadie puede enfrentarse al demonio del miedo. Se te mete en la cabeza y te destruye la mente.
—Agramon —dijo Luke.
Había permanecido silencioso, mirando por el parabrisas. Tenía el rostro ceniciento y crispado.
—Sí, así es como lo llamó Valentine.
—No es un demonio del miedo. Es el demonio del miedo. El Demonio del Miedo. ¿Cómo habrá conseguido Valentine que Agramon le obedezca? Incluso un brujo tendría problemas para controlar a un Demonio Mayor, y fuera del pentagrama... —Luke inhaló con fuerza—. Así es como murió el chiquillo brujo, ¿verdad? ¿Invocando a Agramon?
Jace asintió con la cabeza, y explicó rápidamente el truco que Valentine había empleado con Elias.
—La Copa Mortal —finalizó— le permite controlar a Agramon. Al parecer te concede cierto poder sobre los demonios. Pero no como el que te concede la Espada.
—Ahora todavía me siento menos inclinado a dejarte ir —insistió Luke—. Es un Demonio Mayor, Jace. Harían falta tantos cazadores de sombras como habitantes tiene esta ciudad para acabar con él.
—Sé que es un Demonio Mayor. Pero su arma es el miedo. Si Clary puede colocarme la runa que elimina el miedo, puedo acabar con él. O al menos intentarlo.
—¡No! —protestó Clary—. No quiero que tu seguridad dependa de mi estúpida runa. ¿Y si no funciona?
—Funcionó antes —replicó Jace mientras abandonaban el puente y marchaban de vuelta a Brooklyn.
Conducían por la estrecha calle Van Brunt, entre elevadas fábricas de ladrillo cuyas ventanas tapiadas y puertas cerradas con candados no delataban nada de lo que había en el interior. A lo lejos, la zona ribereña brillaba con luz trémula entre los edificios.
—¿Y si lo echo todo a perder esta vez?
Jace volvió la cabeza hacia ella, y por un momento los ojos de ambos se encontraron. Los de él tenían el dorado de la lejana luz solar.
—No lo harás —aseguró.
—¿Estás seguro de que ésta es la dirección? —preguntó Luke, deteniendo lentamente la furgoneta—. Magnus no está aquí.
Clary miró a su alrededor. Se habían detenido frente a una fábrica enorme, que parecía haber sido destruida por algún terrible incendio. Las paredes de ladrillo hueco y yeso todavía permanecían en pie, pero asomaban puntales de metal a través de ellas, doblados y requemados. A lo lejos, Clary podía ver el distrito financiero del sur de Manhattan, y el montículo negro que era la Governors Island, más dentro del mar.
—Vendrá —dijo—. Si le dijo a Alec que iba a venir, lo hará.
Bajaron de la furgoneta. Aunque la fábrica se alzaba en una calle bordeada de edificios similares, era un lugar tranquilo, incluso para ser un domingo. No había nadie más por allí ni ninguno de los sonidos del comercio —camiones retrocediendo, hombres que gritaban— que Clary asociaba con las zonas de almacenes. En su lugar había silencio, una brisa fresca que soplaba procedente del río y los gritos de las aves marinas. Clary se subió la capucha, cerró la cremallera de la chaqueta y tiritó.
Luke cerró la portezuela de la furgoneta con un golpe y se subió la cremallera de la chaqueta de franela. En silencio, ofreció a Clary un par de gruesos guantes de lana. Ella se los puso y meneó los dedos. Eran demasiado grandes para ella y era igual que llevar puestas unas zarpas. Paseó la mirada alrededor.
—Aguarda... ¿dónde está Jace?
Luke señaló con el dedo. Jace estaba arrodillado junto a la orilla, una figura oscura que se recortaba en el cielo azul grisáceo y el río de aguas marrones.
—¿Crees que quiere intimidad? —preguntó ella.
—En esta situación, la intimidad es un lujo que ninguno de nosotros puede permitirse. Vamos.
Luke avanzó a grandes zancadas, y Clary le siguió. La fábrica se extendía justo hasta la línea del agua, pero había una amplia playa de grava junto a ella. Un oleaje superficial lamía las rocas infestadas de malas hierbas. Había unos troncos colocados formando un tosco cuadrado alrededor de un hoyo negro en el que en una ocasión había ardido una hoguera. Había latas oxidadas y botellas tiradas por todas partes. Jace estaba de pie en el borde del agua, sin la cazadora. Mientras Clary observaba, arrojó algo pequeño y blanco en dirección al agua; lo que fuera chocó con ella con un chapoteo y desapareció.
—¿Qué haces? —preguntó Clary.
Jace se volvió hacia ellos, con el viento haciendo que los rubios cabellos le azotaran el rostro.
—Enviar un mensaje.
Por encima del hombro del chico, a Clary le pareció ver un zarcillo reluciente, como un pedazo vivo de alga, que emergía de las aguas grises del río con algo blanco enganchado. Al cabo de un momento se desvaneció, y ella se quedó parpadeando.
—¿Un mensaje a quién?
Jace torció el gesto.
—A nadie.
Se apartó del agua y se puso a andar a grandes zancadas por la playa de guijarros hasta el lugar donde había extendido la cazadora. Tres largos cuchillos entraban colocados sobre ella. Cuando Jace se dio la vuelta, Clary vio los afilados discos de metal metidos en su cinturón.
Jace pasó los dedos a lo largo de los cuchillos, planos y de un gris blanco, que aguardaban a que se les diera un nombre.
—No tuve oportunidad de acceder al arsenal, así que éstas son las armas que tenemos. Pensaba que podríamos prepararnos cuanto podamos antes de que Magnus llegue aquí. —Alzó el primer cuchillo—. Abrariel.
Al recibir un nombre el cuchillo serafín titiló y cambió de color. Se lo tendió a Luke.
—Yo ya tengo —dijo Luke, y apartó a un lado la chaqueta para mostrar el kindjal metido en el cinturón.
Jace entregó Abrariel a Clary, que tomó el arma en silencio. Tenía un tacto cálido, como si una vida secreta vibrara en su interior.
— Camael —nombró Jace al siguiente cuchillo, haciendo que se estremeciera y resplandeciera—. Telantes —dijo al tercero.
—¿Usáis alguna vez el nombre de Raziel? —preguntó Clary mientras Jace se metía los cuchillos en el cinturón y volvía a ponerse la cazadora.
—Jamás —respondió Luke—. Es impensable.
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