Escudriñó con la mirada la calzada detrás de Clary buscando a Magnus. Ella podía percibir su ansiedad, sin embargo, antes de que pudiera decir nada más, sonó su teléfono. Lo abrió y se lo entregó a Jace sin decir una palabra. Éste leyó el mensaje de texto, enarcando las cejas.
—Parece ser que la Inquisidora le ha dado a Valentine hasta la puesta de sol para que decida si me quiere más a mí o a los Instrumentos Mortales —dijo—. Ella y Maryse llevan peleando desde hace horas, así que aún no ha notado que me he ido.
Devolvió el teléfono a Clary. Los dedos de ambos se rozaron y Clary retiró la mano violentamente, a pesar del grueso guante de lana que le cubría la piel. Vio cómo una sombra pasaba por las facciones del muchacho, pero él no le dijo nada. En su lugar, se volvió hacia Luke:
—¿La Inquisidora tiene un hijo muerto? —inquirió con brusquedad—. ¿Por eso es así?
Luke suspiró e introdujo las manos en los bolsillos de la chaqueta.
—¿Cómo lo has averiguado?
—Por el modo en que reacciona cuando alguien pronuncia su nombre. Es la única vez que la he visto mostrar cualquier sentimiento humano.
Luke soltó aire. Se había subido las gafas, y tenía los ojos entrecerrados para protegerse del fuerte viento proveniente del río.
—La Inquisidora es como es por muchas razones. Stephen es únicamente una de ellas.
—Es raro —comentó Jace—. No parece alguien a quien le gusten los niños.
—No los de otras personas —repuso Luke—. Era diferente con el suyo. Stephen era su niño mimado. De hecho, lo era de todo el mundo... de todos los que le conocían. Era una de esas personas que era buena en todo, indefectiblemente amable sin resultar aburrido, apuesto sin que nadie le odiara por eso. Bueno, a lo mejor le odiábamos un poco.
—¿Fue a la escuela contigo? —preguntó Clary—. ¿Y mi madre... y Valentine? ¿Es así como le conociste?
—Los Herondale estaban al frente de la dirección del Instituto de Londres y Stephen fue a la escuela allí. Después de que todos acabásemos los estudios, cuando regresó a vivir a Alacante, empecé a verle más. Y hubo un tiempo en que le veía muy a menudo, ya lo creo. —Los ojos de Luke se habían vuelto distantes, del mismo azul gris del río—. Después de que se casara.
—¿Así que estaba en el Círculo? —preguntó Clary.
—No entonces —respondió Luke—. Se unió al Círculo después de que yo... bueno, después de lo que me sucedió. Valentine necesitaba un segundo al mando y quiso a Stephen. Imogen, que era totalmente leal a la Clave, se puso histérica; le suplicó a Stephen que lo reconsiderara, pero él la dejó de lado. Dejó de hablarles tanto a ella como a su padre. Estaba totalmente subyugado por Valentine. Le seguía a todas partes como una sombra. —Luke hizo una pausa—. Y Valentine no consideraba que la esposa de Stephen fuese apropiada para él. No para alguien que iba a ser el número dos del Círculo. Ella tenía... conexiones familiares indeseables.
El dolor en la voz de Luke sorprendió a Clary. ¿Tanto le habían importado aquellas personas?
—Valentine obligó a Stephen a divorciarse de Amatis y a volverse a casar; su segunda esposa era una muchacha muy joven, de sólo dieciocho años, llamada Céline. También ella estaba totalmente bajo la influencia de Valentine, hacía todo lo que él le pedía, sin importar lo extravagante que fuese. Entonces a Stephen lo mataron en una incursión del Círculo a una guarida de vampiros. Céline se suicidó cuando se enteró. Estaba embarazada de ocho meses. Y el padre de Stephen murió, también, de un infarto. Así que toda la familia de Imogen desapareció de golpe. Ni siquiera pudieron enterrar las cenizas de su nuera y nieto en la Ciudad de Hueso, porque Céline era una suicida. La enterraron en una encrucijada fuera de Alacante. Imogen sobrevivió, pero... se convirtió en un témpano de hielo. Cuando mataron al Inquisidor durante el Levantamiento, le ofrecieron el puesto a Imogen. Regresó de Londres a Idris... pero jamás, por lo que oí, volvió a hablar sobre Stephen. Eso explica por qué odia tanto a Valentine.
—Porque mi padre envenena todo lo que toca, ¿no? —preguntó Jace con amargura.
—Porque tu padre, a pesar de todos sus pecados, todavía tiene un hijo, y ella no. Y porque le culpa de la muerte de Stephen.
—Y tiene razón —repuso Jace—. Fue culpa suya.
—No del todo —repuso Luke—. Ofreció a Stephen una elección y éste eligió. Sean cuales sean sus otros defectos, Valentine jamás chantajeó ni amenazó a nadie para que se uniera al Círculo. Sólo quería seguidores bien dispuestos. La responsabilidad por las elecciones de Stephen recae únicamente sobre éste.
—Libre albedrío —indicó Clary.
—No hay nada de libre en él —repuso Jace—. Valentine...
—Te ofreció una elección, ¿no es cierto? —dijo Luke—. Cuando fuiste a verle. Quería que te quedases, ¿verdad? Que te quedases y te unieras a él.
—Sí. —Jace miró al otro lado del agua, en dirección a Governors Island—. Así fue.
Clary pudo ver el río reflejado en los ojos de Jace; éstos parecían acerados, como si el agua gris hubiese ahogado todo su dorado.
—Y tú le dijiste que no —continuó Luke.
Jace le miró con ira.
—Ojalá, la gente dejara de adivinarlo. Me hace sentir predecible.
Luke se volvió para ocultar una sonrisa, y se detuvo.
—Alguien viene.
Una persona se acercaba, efectivamente, alguien muy alto con cabellos negros que se agitaban al viento.
—Magnus —dijo Clary—. Pero parece... distinto.
A medida que el brujo se acercaba, la muchacha vio que su pelo, normalmente peinado en forma de púas y cubierto de purpurina como una bola de discoteca, le colgaba limpiamente por encima de las orejas como una cortina de seda negra. Los pantalones multicolores de cuero habían sido reemplazados por un pulcro y anticuado traje oscuro y una levita negra con refulgentes botones de plata. Sus ojos de gato brillaban ambarinos y verdes.
—Parecéis sorprendidos de verme —dijo.
Jace echó un vistazo a su reloj.
—Lo cierto es que nos preguntábamos si vendrías.
—Dije que vendría, así que vine. Simplemente necesitaba tiempo para prepararme. Esto no es un simple juego de prestidigitación, cazador de sombras. Esto necesitará magia de verdad. —Volvió la cabeza hacia Luke—. ¿Cómo va el brazo?
—Estupendamente. Gracias. —Luke era siempre educado.
—Es tu furgoneta la que está aparcada junto a la fábrica, ¿verdad? —señaló Magnus—. Es terriblemente varonil para un librero.
—Bueno, no sé —repuso Luke—. Todo ese ir y venir con pesadas cajas de libros a cuestas, subirte a estanterías, la dura tarea de colocar los volúmenes por orden alfabético...
Magnus lanzó una carcajada.
—¿Puedes abrirme la furgoneta? Quiero decir, podría hacerlo yo mismo —meneó los dedos—, pero me parece de mala educación.
—Por supuesto.
Luke se encogió de hombros y se dirigieron de nuevo hacia la fábrica. Cuando Clary fue a seguirles, Jace la agarró del brazo.
—Espera. Quiero hablar contigo un segundo.
Clary observó que Magnus y Luke marchaban hacia la furgoneta. Resultaban una pareja curiosa, el brujo alto con un abrigo negro largo y el hombre más bajo y fornido en vaqueros y franela, pero ambos eran subterráneos, ambos atrapados en el mismo espacio entre el mundo de los mundanos y el de lo sobrenatural.
—Clary —llamó Jace—. La Tierra a Clary. ¿Dónde estás?
Ella volvió la cabeza para mirarle. El sol se ponía en el agua en aquel momento, detrás de él, dejándole el rostro en sombras y convirtiendo sus cabellos en un halo de oro.
—Lo siento.
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