—No pasa nada. —Le acarició el rostro con dulzura, con el dorso de la mano—. A veces te abstraes por completo —comentó—. Ojalá pudiera seguirte.
«Lo haces —quiso decirle—. Vives en mi mente todo el tiempo.» En su lugar respondió:
¿Qué querías decirme?
Él dejó caer la mano.
—Quiero que me pongas la runa que quita el miedo. Antes de que Luke regrese.
—¿Por qué antes de que regrese?
—Porque dirá que es una mala idea. Pero es la única posibilidad de derrotar a Agramon. Luke no se ha tropezado con él, no sabe lo que es. Pero yo sí.
Clary le escudriñó el rostro.
—¿Cómo fue?
Los ojos del muchacho eran inescrutables.
—Ves lo que más temes en el mundo.
—Yo ni siquiera sé lo que es.
—Te aseguro que más vale que no lo sepas. —Bajó los ojos—. ¿Tienes tu estela?
—Sí, la tengo aquí. —Se quitó el guante de lana de la mano derecha y buscó la estela. La mano le temblaba un poco cuando la sacó—. ¿Dónde quieres la Marca?
—Cuanto más cerca esté del corazón, más efectiva será.
Se volvió hacia el otro lado y se sacó la cazadora, dejándola caer al suelo. Se subió la camiseta para descubrirse la espalda.
—En el omóplato estaría bien.
Clary posó una mano en el hombro del muchacho para tranquilizarse. La piel era de un dorado más pálido que la de las manos y el rostro, y tersa donde no tenía cicatrices. Pasó la punta de la estela a lo largo del omóplato, y sintió cómo él se encogía y los músculos se le tensaban.
—No presiones tan fuerte...
—Perdona.
Disminuyó la presión, permitiendo que la runa fluyera desde su mente, descendiera por el brazo y pasara a la estela. La línea negra que dejó tras ella parecía carbonilla, una línea de cenizas.
—Ya está. Ya la tienes.
Él se dio la vuelta, volviendo a colocarse la camiseta.
—Gracias.
El sol se consumía más allá del horizonte, inundando el cielo de sangre y rosas, convirtiendo la orilla del río en oro líquido y suavizando la fealdad de los desechos urbanos que les rodeaban.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
Él dio un paso hacia ella.
—Súbete las mangas. Te pondré Marcas.
—Ah. De acuerdo.
Hizo lo que le pedía, subiéndose las mangas, tendiéndole los brazos desnudos.
El pinchazo de la estela sobre la piel era como el leve roce de la punta de una aguja, arañando sin perforar. Contempló cómo aparecían las líneas negras con una especie de fascinación. La Marca que había recibido en el sueño seguía siendo visible, sólo había perdido un poco de intensidad en los bordes.
—«Y le respondió el Señor: Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces el Señor puso una marca a Caín, para que no lo matase cualquiera que le hallara.»
Clary giró en redondo, bajándose las mangas. Magnus estaba allí de pie, contemplándolos; el abrigo negro parecía flotar alrededor de él impulsado por el aire que soplaba del río. Esbozaba una leve sonrisa.
—¿Eres capaz de citar la Biblia? —preguntó Jace, inclinándose para recuperar la cazadora.
—Nací en un siglo profundamente religioso, muchacho —respondió Magnus—. Siempre he pensado que la de Caín podría haber sido la primera Marca de la que existe constancia. Ciertamente le protegió.
—Pero él no era precisamente uno de los ángeles —indicó Clary—. ¿No mató a su hermano?
—¿Acaso no estamos planeando matar a nuestro padre? —inquirió Jace.
—Eso es diferente —replicó Clary, pero no tuvo oportunidad de explicar con detalle en qué era diferente, porque en ese momento la furgoneta de Luke se detuvo en la playa, con las ruedas salpicando grava.
Luke sacó la cabeza por la ventanilla.
—De acuerdo —dijo a Magnus—. Vamos allá. Subid.
—¿Vamos a ir en coche hasta el bote? —preguntó Clary, perpleja—. Pensaba que...
—¿Qué bote?
Magnus lanzó una risita, a la vez que se montaba en el vehículo junto a Luke. Indicó detrás de él con un dedo.
—Vosotros dos, subid detrás.
Jace subió a la parte trasera de la furgoneta y se inclinó para ayudar a Clary a subir tras él. Mientras se acomodaba contra la rueda de recambio, la joven vio que había un pentagrama negro dentro de un círculo pintado sobre el suelo de metal de la furgoneta. Los brazos del pentagrama estaban decorados con símbolos que describían alocadas florituras. No eran exactamente las runas con las que estaba familiarizada; su contemplación producía una sensación parecida a intentar comprender a una persona hablando un idioma que se pareciera al propio, pero no lo fuera del todo.
Luke sacó la cabeza por la ventanilla y miró atrás hacia ellos.
—Ya sabéis que no me gusta esto —aclaró, con el viento amortiguándole la voz—. Clary, tú te quedarás en la furgoneta con Magnus. Jace y yo subiremos al barco. ¿Entendido?
Clary asintió y se acurrucó en un rincón de la plataforma de la furgoneta. Jace se sentó junto a ella, apuntalando los pies.
—Esto va a ser interesante.
—Qué... —empezó a decir Clary, pero la furgoneta arrancó, con los neumáticos rugiendo sobre la grava y ahogando sus palabras.
El vehículo avanzó entre sacudidas hasta las aguas poco profundas del borde del río. Clary se vio arrojada contra la ventanilla posterior de la cabina cuando la furgoneta se metió en el agua... ¿Es que Luke planeaba ahogarles a todos? Miró hacia adelante y vio que la cabina del conductor estaba llena de mareantes columnas azules de luz que serpenteaban y se retorcían. El vehículo pareció traquetear sobre algo voluminoso, como si hubiese pasado sobre un tronco. Acto seguido avanzaban ya suavemente, casi deslizándose.
Clary se puso de rodillas y miró por el lateral de la furgoneta, ya segura de lo que vería.
Avanzaban sobre las aguas oscuras, con los neumáticos del coche apenas rozando la superficie del río y formando diminutas ondas salpicadas esporádicamente de chispas azules creadas por Magnus. Súbitamente sólo se oyó el tenue rugido del motor y los gritos de las aves marinas en lo alto. Clary miró a Jace, en el otro extremo de la plataforma de la furgoneta, que sonreía burlón.
—Realmente esto va a impresionar a Valentine.
—No lo sé —repuso ella—. Otros equipos de rescate tienen boomerangs murciélago y poderes que les permiten trepar por las paredes; nosotros tenemos la camioneta acuática.
—Si no te gusta, nefilim —oyó decir a Magnus, tenuemente, desde la cabina—, puedes probar a andar sobre las aguas.
—Creo que deberíamos entrar —dijo Isabelle, con la oreja presionada contra la puerta de la biblioteca, mientras hacía una seña a Alec para que se acercara más—. ¿Puedes oír algo?
Alec se inclinó hacia adelante junto a su hermana, teniendo cuidado de no dejar caer el teléfono que sostenía. Magnus había dicho que llamaría si tenía noticias o si sucedía algo. Hasta el momento, no lo había hecho.
—No.
—Exactamente. Han dejado de chillarse. —Los ojos oscuros de Isabelle brillaron—. Ahora están esperando a Valentine.
Alec se apartó de la puerta y recorrió a grandes zancadas el pasillo hasta la ventana más próxima. El cielo tenía el color del carbón medio hundido en cenizas color rubí.
—Se está poniendo el sol.
Isabelle alargó la mano hacia el picaporte.
—Vamos.
—Isabelle, espera...
—No quiero que pueda mentirnos sobre lo que diga Valentine —replicó ella—. O lo que suceda. Además, quiero verle. Al padre de Jace. ¿No quieres tú?
Alec retrocedió hasta la puerta de la biblioteca.
—Sí, pero esto no es una buena idea, porque...
Isabelle empujó hacia abajo el picaporte de la puerta de la biblioteca. Ésta se abrió de par en par. Con una ojeada burlona por encima del hombro a su hermano, la muchacha pasó al interior; maldiciendo entre dientes, Alec la siguió.
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