—No sé nada sobre eso. —Jace estaba muy pálido, con manchas rojizas como de fiebre en los pómulos—. Pero ha sido Valentine. Lo he visto. De hecho, llevaba la Espada cuando bajó a las celdas y se burló de mí a través de los barrotes. Era como una película mala, sólo le ha faltado retorcerse el bigote.
Clary le miró preocupada. Hablaba demasiado de prisa, pensó, y parecía mantenerse en pie con dificultad.
La Inquisidora no pareció advertirlo.
—¿Así que dices que Valentine te ha contado todo esto? ¿Te ha contado que mató a los Hermanos Silenciosos porque quería la Espada del Ángel?
—¿Qué más te ha contado? ¿Te dijo adónde iba? ¿Qué planea hacer con los dos Instrumentos Mortales? —preguntó apresuradamente Maryse.
Jace negó con la cabeza.
La Inquisidora avanzó hacia él, con el abrigo arremolinándose a su alrededor como humo en movimiento. Los ojos grises y la boca eran tirantes líneas horizontales.
—No te creo —dijo.
Jace se limitó a mirarla.
—No esperaba que lo hiciera.
—Dudo que la Clave te crea.
—Jace no es un mentiroso... —empezó a decir Alec con vehemencia.
—Usa tu cerebro, Alexander —replicó la Inquisidora, sin apartar los ojos de Jace—. Deja a un lado tu lealtad hacia tu amigo por un momento. ¿Qué probabilidades existen de que Valentine pasara por la celda de su hijo para una charla paternal sobre la Espada—Alma y no mencionara lo que planeaba hacer con ella, o incluso adónde iba?
— S'io credesse che mia risposta fosse —dijo Jace en un idioma que Clary no conocía—, a persona che mai tornasse al mondo...
—Dante. —La Inquisidora pareció fríamente divertida—. El Inferno. Aún no estás en el infierno, Jonathan Morgenstern, aunque si insistes en mentirle a la Clave, desearás estarlo. —Volvió la cabeza hacia los demás—. ¿Y no le parece curioso a nadie que la Espada—Alma haya desaparecido la noche antes de que Jonathan Morgenstern tenga que someterse a juicio por su hoja... y que haya sido su padre quien la ha cogido?
Jace pareció escandalizado, y sus labios se entreabrieron ligeramente en una expresión de sorpresa, como si eso jamás se le hubiera ocurrido.
—Mi padre no ha cogido la Espada por mí. La ha cogido para él. Dudo que supiese siquiera lo del juicio.
—Qué terriblemente conveniente para ti, no obstante. Y para él. No tendrá que preocuparse de que cuentes sus secretos.
—Claro —replicó Jace—, le aterra que le cuente a todo el mundo que en realidad siempre ha querido ser una bailarina de ballet. —La Inquisidora se limitó a mirarle fijamente—. No conozco ninguno de los secretos de mi padre —afirmó, con menos acritud—. Jamás me contó nada.
La Inquisidora le contempló con algo parecido al tedio.
—Si tu padre no ha cogido la Espada para protegerte, entonces, ¿por qué?
—Es un Instrumento Mortal —dijo Clary—. Es poderosa. Como la Copa. A Valentine le gusta el poder.
—La Copa tiene una utilidad inmediata —replicó la Inquisidora—. Puede usarla para crear un ejército. La Espada se utiliza en juicios. No veo cómo podría interesarle.
—Podría haberlo hecho para desestabilizar la Clave —sugirió Maryse—. Para socavar nuestra moral. Para indicar que no hay nada que podamos proteger de él si lo desea lo suficiente. —Era un argumento sorprendentemente bueno, pensó Clary, pero Maryse no sonaba muy convencida—. El hecho es que...
Pero nunca llegaron a oír cuál era el hecho, porque en ese momento Jace alzó la mano como si fuera a hacer una pregunta, puso cara de sorpresa y se sentó en la hierba de golpe, como si sus piernas hubiesen cedido. Alec se arrodilló junto a él, pero Jace desechó su inquietud con un ademán.
—Déjame tranquilo. Estoy perfectamente.
—No lo estás.
Clary se unió a Alec, mientras Jace la contemplaba con unos ojos de pupilas enormes y oscuras, a pesar de la luz mágica que iluminaba la noche. La muchacha echó un vistazo a la muñeca de Jace, donde Alec le había dibujado el iratze. La Marca había desaparecido, ni siquiera quedaba una leve cicatriz para mostrar que había funcionado. Sus ojos se encontraron con los de Alec y vio su propia ansiedad reflejada allí.
—Algo le pasa —dijo—. Algo malo.
—Probablemente necesita una runa curativa. —La Inquisidora daba la impresión de estar exquisitamente molesta con Jace por estar herido durante acontecimientos de tal importancia—. Un iratze , o...
—Ya hemos probado eso —explicó Alec—. No está funcionando. Creo que hay algo de origen demoníaco actuando aquí.
—¿Como veneno de demonio? —Maryse avanzó como si tuviera intención de ir junto a Jace, pero la Inquisidora la retuvo.
—Está fingiendo —afirmó la mujer—. Debería estar en las celdas de la Ciudad Silenciosa en estos momentos.
Alec se puso en pie al oír aquello.
—Pero ¿qué está diciendo?... ¡Mírele! —Señaló a Jace, que había vuelto a desplomarse sobre la hierba, con los ojos cerrados—. Ni siquiera puede mantenerse en pie. Necesita médicos, necesita...
—Los Hermanos Silenciosos están muertos —dijo la Inquisidora—. ¿Estás sugiriendo un hospital mundano?
—No. —La voz de Alec sonó tensa—. Pensaba que podría ir a que le viera Magnus.
Isabelle profirió un sonido situado en algún punto entre un estornudo y una tos. Se volvió hacia otro lado mientras la Inquisidora miraba a Alec sin comprender.
—¿Magnus?
—Es un brujo —respondió Alec—. En realidad es el Gran Brujo de Brooklyn.
—Te refieres a Magnus Bañe —dijo Maryse—. Tiene una reputación como...
—Me curó después de que peleara contra un Demonio Mayor —replicó Alec—. Los Hermanos Silenciosos no pudieron hacer nada, pero Magnus...
—Es ridículo —replicó la Inquisidora—. Lo que quieres es ayudar a Jonathan a escapar.
—No se encuentra lo bastante bien como para escapar —intervino Isabelle—. ¿Es que no lo ve?
—Magnus jamás permitiría que eso sucediera —afirmó Alec, acallando con una mirada a su hermana—. No está interesado en contrariar a la Clave.
—¿Y qué haría para impedirlo? —La voz de la Inquisidora rezumaba ácido sarcasmo—. Jonathan es un cazador de sombras; no es tan fácil mantenernos bajo llave.
—Quizá debería preguntárselo —sugirió Alec.
La Inquisidora sonrió con aquella cortante sonrisa suya.
—Por supuesto. ¿Dónde está?
Alec echó una ojeada al teléfono que tenía en la mano y luego volvió a mirar a la delgada mujer gris situada ante él.
—Está aquí —contestó, y alzó la voz—. ¡Magnus! Magnus, acércate.
Incluso las cejas de la Inquisidora se alzaron violentamente cuando Magnus cruzó majestuosamente la verja. El Gran Brujo vestía pantalones de cuero negro, un cinturón con una hebilla enjoyada en forma de «M» y una chaqueta militar prusiana azul cobalto abierta sobre una camisa blanca de encaje. Relucía cubierto de capas de purpurina. Su mirada descansó por un momento en el rostro de Alec con expresión divertida y una insinuación de algo más antes de ir hacia Jace, que estaba tendido bocabajo sobre la hierba.
—¿Está muerto? —preguntó—. Parece muerto.
—No —le espetó Maryse—. No está muerto.
—¿Lo habéis comprobado? Puedo patearle si queréis. —Magnus avanzó hacia Jace.
—¡Basta! —chilló airada la Inquisidora, sonando como la profesora de tercero de Clary cuando le ordenaba que dejara de garabatear en el pupitre con un rotulador—. No está muerto, pero está herido —añadió, casi de mala gana—. Se requieren tus habilidades médicas. Jonathan necesita estar en condiciones para el interrogatorio.
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