—Estupendo, pero eso tiene un precio.
—Yo lo pagaré —repuso Maryse.
—Muy bien. —La Inquisidora ni siquiera pestañeó—. Pero no puede quedarse en el Instituto. El hecho de que la Espada haya desaparecido no significa que el interrogatorio no vaya a tener lugar como estaba planeado. Y entretanto, el muchacho debe permanecer bajo observación. Existe un claro riesgo de fuga.
—¿Riesgo de fuga? —inquirió Isabelle—. Lo dice como si él hubiese intentado escapar de la Ciudad Silenciosa...
—Bueno —replicó la mujer—. Ya no está en su celda ahora, ¿verdad?
—¡Eso no es justo! ¡No esperaría dejarlo ahí abajo rodeado de cadáveres!
—¿No es justo? ¿No es justo? ¿De verdad esperas que me crea que el motivo por el que tú y tu hermano habéis ido a la Ciudad de Hueso fue por una llamada de auxilio, y no para liberar a Jonathan de lo que sin duda consideráis un confinamiento innecesario? ¿Y esperas que me crea que no vais a intentar liberarlo otra vez si se le permite permanecer en el Instituto? ¿Crees que podéis engañarme tan fácilmente como engañáis a vuestros padres, Isabelle Lightwood?
La muchacha enrojeció. Magnus intervino antes de que la chica pudiera replicar.
—Mirad, no hay ningún problema —dijo—. Jace se puede quedar en mi casa.
La Inquisidora volvió la cabeza hacia Alec.
—¿Sabe tu brujo —dijo— que Jonathan es un testigo de la mayor importancia para la Clave?
—Él no es mi brujo. —Los angulosos pómulos de Alec enrojecieron violentamente.
—He tenido a prisioneros de la Clave anteriormente —indicó Magnus, y el deje burlón había abandonado su voz—. Creo que descubrirá que tengo un excelente historial en ese terreno. El tipo de contrato que ofrezco es uno de los mejores.
¿Fue la imaginación de Clary, o los ojos de Magnus realmente se entretuvieron un instante en Maryse cuando dijo aquello? Clary no tuvo tiempo para conjeturar; la Inquisidora emitió un sonido agudo que podría haber sido de diversión o disgusto.
—Solucionado —dijo—. Hazme saber cuando esté lo bastante bien como para hablar, brujo. Todavía tengo muchas preguntas para él.
—Desde luego —respondió Magnus, pero a Clary le dio la impresión de que en realidad no la escuchaba.
Magnus cruzó el césped con elegancia y se detuvo junto a Jace; era tan alto como delgado, y cuando Clary alzó los ojos para mirarle, le sorprendió cuántas estrellas tapaba.
—¿Puede hablar? —preguntó Magnus a Clary, señalando a Jace.
Antes de que ésta pudiera responder, los ojos del muchacho se abrieron lentamente y alzó la mirada hacia el brujo, aturdido y mareado.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?
Magnus dedicó una sonrisa burlona al muchacho, y sus dientes centellearon como diamantes afilados.
—Hola, compañero de piso —saludó.
Antes de mí ninguna cosa fue creada,
sólo las eternas, y yo eternamente duro.
¡Perded toda esperanza los que aquí entráis!
Dante,
Inferno
En el sueño, Clary volvía a ser una niña, y recorría una estrecha franja de playa cerca del paseo entablado de Coney Island. El aire estaba impregnado del aroma a perritos calientes y cacahuetes asados, y de los gritos de niños. El mar se agitaba a lo lejos, su superficie azul grisácea inundada de luz solar.
Podía verse a sí misma como si lo hiciera desde una cierta distancia, vestida con un pijama infantil demasiado grande, con los dobladillos del pantalón arrastrando por la playa. La arena húmeda le rascaba entre los dedos de los pies, y el cabello se le pegaba pesadamente a la nuca. No había nubes, y el cielo estaba azul y despejado, pero ella tiritaba mientras andaba a lo largo de la orilla en dirección a la figura que podía distinguir sólo vagamente a lo lejos.
A medida que se acercaba, la figura se tornó repentinamente nítida, como si Clary hubiese enfocado el objetivo de una cámara. Era su madre, arrodillada en las ruinas de un castillo de arena. Llevaba el mismo vestido blanco que Valentine le había puesto en Renwick, y en la mano tenía un retorcido pedazo de madera arrojado por el mar, plateado por la larga exposición a la sal y el viento.
—¿Has venido a ayudarme? —preguntó su madre, alzando la cabeza; los cabellos de Jocelyn estaban sueltos y ondeaban libremente al viento, haciendo que pareciera más joven de lo que era—. Hay tanto que hacer y tan poco tiempo.
Clary tragó saliva para eliminar el grueso nudo que tenía en la garganta.
—Mamá..., te he echado de menos, mamá.
Jocelyn sonrió.
—Yo también te he echado de menos, cariño. Pero no me he ido, ya lo sabes. Sólo duermo.
—Entonces, ¿cómo te despierto? —exclamó Clary, pero su madre miraba en dirección al mar con el rostro inquieto.
El cielo había adquirido un tono crepuscular gris acero, y las nubes negras parecían piedras pesadas.
—Ven aquí —dijo Jocelyn, y cuando Clary llegó ante ella, su madre añadió—; Extiende el brazo.
Clary lo hizo, y Jocelyn le pasó el pedazo de madera sobre la piel. El contacto le escoció como la quemadura de una estela, y dejó la misma gruesa línea negra. La runa que Jocelyn dibujó tenía una forma que Clary no había visto nunca, pero halló su contemplación instintivamente tranquilizadora.
—¿Qué hace esto?
—Debería protegerte.
Su madre la soltó.
—¿De qué?
Jocelyn no contestó, se limitó a mirar a lo lejos en dirección al mar. Clary se volvió y vio que el océano se había retirado un buen trecho, dejando montones salobres de basura, pilas de algas y peces desesperados que daban coletazos tras él. El agua se había reunido en una ola enorme que se alzaba como la ladera de una montaña, como un alud listo para caer. Los gritos de los niños desde el entablado se habían convertido en alaridos. Mientras Clary observaba horrorizada, se fijó en que el flanco de la ola era tan transparente como una membrana, y a través de él pudo ver cosas que parecían moverse bajo la superficie del mar, enormes cosas informes presionando contra la capa de agua. Alzó las manos...
Y se despertó, jadeando, con el corazón golpeándole dolorosamente contra las costillas. Estaba en su cama en el cuarto de invitados de la casa de Luke, y la luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas. Tenía los cabellos pegados al cuello por el sudor, y el brazo le ardía y le dolía. Cuando se incorporó y encendió la luz de la mesilla de noche, no se sorprendió al ver la Marca negra que tenía en el antebrazo.
Al entrar en la cocina, descubrió que Luke le había dejado el desayuno, en forma de un bollo cubierto de azúcar glaseado, en una caja de cartón salpicada de grasa. También había dejado una nota pegada a la nevera. «He ido al hospital.»
Clary se comió el bollo mientras iba a encontrarse con Simón. Se suponía que éste estaría en la esquina de Bedford, junto a la parada de la línea L a las cinco, pero no estaba. Clary sintió una débil sensación de ansiedad antes de recordar la tienda de discos de segunda mano en la esquina de la Sexta. Efectivamente, allí estaba Simon revisando los CD de la sección de novedades. Vestía una americana de pana de color orín con una manga rasgada y una camiseta azul que llevaba el logo de un muchacho con auriculares bailando con un pollo. Sonrió ampliamente al verla.
—Eric cree que deberíamos cambiar el nombre de nuestra banda por Empanada de Mojo —dijo a modo de saludo.
—¿Cuál es ahora? Lo he olvidado.
—Enema de Champagne —contestó él, eligiendo un CD de Yo La Tengo.
—Cambiadlo —indicó Clary—. A propósito, sé lo que significa tu camiseta.
Читать дальше