—Eso se parece a robar, ¿no es cierto? —Simon se acercó un vaso y levantó la tapa—. ¡Ah! Moccachino. —Miró a Magnus—. ¿Lo has pagado?
—Desde luego —respondió Magnus, mientras Jace y Alec lanzaban una risita—. Hago aparecer billetes de dólar mágicamente en su caja registradora.
—¿De verdad?
—No —Magnus hizo saltar la tapa de su café—, pero puedes fingir que lo he hecho si así te sientes mejor. Bueno, ¿el primer tema del día es...?
Clary colocó las manos alrededor de su taza. Quizá fuese robada, pero también estaba caliente y repleta de cafeína. Podía pasar por Dean & DeLuca y dejar un dólar en la jarra de las propinas en cualquier otro momento.
—Entender qué es lo que está pasando sería un inicio —respondió, soplando sobre la espuma—. Jace, tú dijiste que lo sucedido en la Ciudad Silenciosa fue culpa de Valentine.
Jace clavó la vista en su café.
—Sí.
Alec puso la mano en el brazo de su amigo.
—¿Qué sucedió? ¿Le viste?
—Yo estaba en la celda —respondió Jace con voz inexpresiva—. Oí chillar a los Hermanos Silenciosos. Entonces Valentine bajó con... con algo. No sé lo que era. Como humo, con ojos brillantes. Un demonio, pero no como ninguno que haya visto antes. Se acercó a los barrotes y me dijo...
—Te dijo ¿qué?
La mano de Alec ascendió por el brazo de Jace hasta el hombro. Magnus carraspeó, y Alec dejó caer la mano, ruborizado, mientras Simon sonreía con la cara dirigida a su café, que aún no había probado.
— Maellartach —contestó Jace—. Quería la Espada—Alma y mató a los Hermanos Silenciosos para conseguirla.
Magnus fruncía el entrecejo.
—Alec, anoche, cuando los Hermanos Silenciosos llamaron pidiendo vuestra ayuda, ¿dónde estaba el Cónclave? ¿Por qué no había nadie en el Instituto?
Alec pareció sorprenderse de que le preguntaran.
—Anoche asesinaron a un subterráneo en Central Park. Una niña hada. El cuerpo no tenía ni una gota de sangre.
—Apuesto a que la Inquisidora piensa que también es cosa mía —ironizó Jace—. Mi reinado de terror prosigue.
Magnus se levantó y fue a la ventana. Apartó la cortina, dejando entrar justo la luz suficiente para recortar su perfil aguileño.
—Sangre —dijo, medio para sí—. Tuve un sueño hace dos noches. Vi una ciudad toda de sangre, con torres hechas de hueso, y la sangre corría por las calles como agua.
Simon volvió bruscamente los ojos hacia Jace.
—¿Se pasa todo el tiempo junto a la ventana farfullando sobre sangre?
—No —contestó Jace—, a veces se sienta en el sofá a hacerlo.
Alec lanzó a ambos una mirada severa.
—Magnus, ¿qué es lo que sucede?
—La sangre —repitió Magnus—. No puede tratarse de una coincidencia.
Parecía estar mirando hacia la calle. El crepúsculo avanzaba veloz sobre el horizonte de la ciudad: barras de aluminio y listas de luz de un dorado rosáceo ocupaban el cielo.
—Ha habido varios asesinatos esta semana —explicó—, de subterráneos. Un brujo asesinado en una torre de apartamentos en el South Street Seaport. Le habían cortado el cuello y las muñecas, y no le quedaba en el cuerpo ni una gota de sangre. Y hace unos pocos días mataron a un hombre lobo en La Luna del Cazador. También le habían cortado la garganta.
—Parece como si se tratara de vampiros —dijo Simón, repentinamente muy pálido.
—No lo creo —repuso Jace—. Al menos, Raphael dijo que no era cosa de los Hijos de la Noche. Parecía categórico al respecto.
—Ya, será que él es digno de confianza —masculló Simón.
—Esta vez creo que decía la verdad —dijo Magnus, cerrando la cortina.
El rostro del brujo se veía anguloso, ensombrecido. Cuando regresó a la mesa, Clary vio que sostenía un grueso libro encuadernado en tela verde. No recordaba que lo sostuviera unos pocos momentos antes.
—Había una fuerte presencia demoníaca en ambos lugares —siguió Magnus—. Creo que otra persona fue responsable de las tres muertes. No Raphael y su tribu, sino Valentine.
Los ojos de Clary fueron hacia Jace. La boca del muchacho era una línea fina.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Jace secamente.
—La Inquisidora pensó que el asesinato del hada había sido una distracción —se apresuró a recordar Clary—. Para poder saquear la Ciudad Silenciosa sin preocuparse por el Cónclave.
—Existen modos más fáciles de distraer —indicó Jace—, y no es prudente hacer enojar a los seres mágicos. No habría asesinado a alguien del clan de las hadas si no tuviese un motivo.
—Tenía un motivo —repuso Magnus—. Había algo que quería de la niña hada, igual que había algo que quería del brujo y del hombre lobo.
—¿Y qué es? —preguntó Alec.
—Su sangre —respondió Magnus, y abrió el libro verde. Las finas hojas de pergamino tenían palabras escritas en ellas que refulgían igual que fuego—. Ah —exclamó—, aquí. —Alzó los ojos, golpeando la página con una uña afilada, y Alec se inclinó hacia adelante—. No podrás leerlo —le advirtió Magnus—. Está escrito en un idioma de demonios. Purgático.
—Pero reconozco el dibujo. Ésa es Maellartach. La he visto antes en libros.
Alec señaló una ilustración de una espada de plata y Clary la reconoció: era la que había echado en falta de la pared de la Ciudad Silenciosa.
—El Ritual de Conversión Infernal —dijo Magnus—. Eso es lo que Valentine intenta hacer.
—¿El qué de qué? —Clary arrugó la frente.
—Todo objeto mágico tiene una alianza —explicó Magnus—. La alianza de la Espada—Alma es seráfica; como esos cuchillos de ángeles que usáis los cazadores de sombras, pero mil veces más, porque su poder fue extraído del Ángel en persona, no simplemente por la invocación de un nombre angélico. Lo que Valentine quiere hacer es invertir su alianza; convertirla en un objeto de poder demoníaco en lugar de angélico.
—¡De un bien legítimo a un mal legítimo! —exclamó Simón, complacido.
—Está citando a Dragones y Mazmorras —explicó Clary—. No le hagáis caso.
—Como la Espada del Ángel, la utilidad de Maellartach para Valentine sería limitada —siguió Magnus—. Pero como una espada cuyo poder demoníaco es igual al poder angélico que poseyó en el pasado... bueno, hay mucho que podría ofrecerle. Poder sobre demonios, por poner un ejemplo. No tan sólo la protección limitada que la Copa podría ofrecer, sino poder para hacer que acudan demonios a su llamada, para obligarles a hacer lo que les ordene.
—¿Un ejército de demonios? —preguntó Alec.
—Este tipo no repara en nada cuando se trata de ejércitos —observó Simón.
—Poder para llevarlos incluso a Idris —finalizó Magnus.
—No sé por qué tendría que querer ir allí —replicó Simón—. Allí es donde están todos los cazadores de demonios, ¿no es cierto? ¿No se limitarían a aniquilar a los demonios?
—Los demonios vienen de otras dimensiones —explicó Jace—. No sabemos cuántos hay. Su número podría ser infinito. Las salvaguardas contienen a la mayoría, pero si cruzaran todos a la vez...
«Infinito», pensó Clary. Recordó al Demonio Mayor Abbadon, e intentó imaginar a cientos más como él. O miles. Sintió la piel helada y desprotegida.
—No lo entiendo —dijo Alec—. ¿Qué tiene que ver el ritual con los subterráneos muertos?
—Para realizar el Ritual de Conversión necesitas hervir la Espada hasta que esté al rojo vivo, luego enfriarla cuatro veces, cada una en la sangre de un niño subterráneo. Una vez en la sangre de un hijo de Lilith, una en la sangre de un hijo de la luna, una en la sangre de un hijo de la noche y una vez en la sangre de un hijo de las hadas —explicó Magnus.
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