—¿A qué te refieres?
La voz de Jace surgió en un susurro, y luego, mientras miraba fijamente el rostro inmóvil y adusto de Sebastian, pareció ver al otro muchacho como si lo hiciera por primera vez —el cabello blanco, los ojos de un negro antracita, las duras líneas del rostro, como algo cincelado en piedra—y descubrió en su mente el rostro de su padre tal y como el ángel se lo había mostrado; joven, perspicaz, alerta y ávido, y lo supo.
—Tú —dijo—. Valentine es tu padre. Eres mi hermano.
Pero Sebastian ya no estaba de pie delante de él; de pronto estaba detrás, y sus brazos rodeaban los hombros de Jace como si quisieran abrazarlo, pero las manos estaban apretadas en forma de puños.
—Salve y adiós, hermano mío —escupió, y entonces los brazos dieron un fuerte tirón hacia arriba y se apretaron más, cortándole la respiración a Jace.
Clary estaba exhausta. Un dolor de cabeza sordo, la secuela de dibujar la runa Alianza, se había instalado en su lóbulo frontal. Parecía como si alguien intentase derribar una puerta a patadas desde el lado equivocado.
—¿Estás bien? —Jocelyn pasó una mano en el hombro de Clary—. Da la impresión de que te encuentras mal.
Clary bajó los ojos… y vio la larga y fina runa negra que cruzaba el dorso de la mano de su madre, la gemela de la que tenía Luke en la palma. Se le hizo un nudo en el estómago. Se las iba apañando para lidiar con el hecho de que dentro de unas pocas horas su madre podría estar «combatiendo realmente contra un ejército de demonios»… pero sólo porque reprimía testarudamente el pensamiento cada vez que afloraba.
—Me pregunto dónde está Simon. —Clary se puso en pie—. Voy a ir a buscarlo.
—¿Ahí abajo?
Jocelyn dirigió una mirada preocupada a la multitud. Ésta empezaba a disminuir, advirtió Clary, a medida que los que habían recibido la Marca salían en tropel por las puertas principales a la plaza situada fuera. Malachi permanecía de pie junto a la entrada, con su rostro broncíneo impasible, mientras indicaba a subterráneos y a cazadores de sombras adónde ir.
—Estaré perfectamente. —Clary se abrió paso por delante de su madre y de Luke en dirección a los peldaños del estrado—. Regresaré en seguida.
La gente se volvió para mirarla con fijeza mientras descendía los peldaños y se escurría entre la multitud. Podía sentir sus ojos puestos en ella, el peso de las miradas fijas. Escudriñó la muchedumbre, buscando a los Lightwood o a Simon, pero no vio a nadie que conociera… y ya era bastante difícil ver nada por encima del gentío, teniendo en cuenta lo bajita que era. Con un suspiro, se escabulló hacia el lado oeste del Salón, donde el gentío era menor.
En cuanto se aproximó a la alta hilera de pilares de mármol, una mano salió disparada de entre dos de ellos y tiró de la chica hacia un lateral. Clary tuvo tiempo para lanzar un grito ahogado de sorpresa, y luego se encontró de pie en la oscuridad detrás del más grande de los pilares, con la espalda contra la fría pared de mármol y las manos de Simon sujetándole los brazos.
—No grites, ¿de acuerdo? Soy yo —dijo él.
—Pues claro que no voy a gritar. No seas ridículo. —Clary echó una ojeada a un lado y a otro, preguntándose qué estaba sucediendo, pues sólo podía ver los retazos de la zona más grande del Salón, por entre los pilares—. Pero ¿qué significa esta escena de espionaje a lo James Bond? Venía a buscarte de todos modos.
—Lo sé. He estado esperando a que bajases del estrado. Quería hablar contigo donde nadie más nos pudiera oír. —Se lamió los labios nerviosamente—. He oído lo que dijo Raphael. Lo que quería.
—Ah, Simon. —Los hombros de Clary se encorvaron—. Mira, no ha sucedido nada. Luke le ha echado…
—Quizá no debería haberlo hecho —dijo Simon—. Quizás debería haberle dado a Raphael lo que quería.
Clary le miró pestañeando.
—¿Te refieres a ti? No seas idiota. De ningún modo…
—Existe un modo. —La presión que ejercía sobre sus brazos se incrementó—. Quiero hacerlo. Quiero que Luke le diga a Raphael que hay trato. O se lo diré yo mismo.
—Sé por qué lo haces —protestó Clary—. Y lo respeto y te admiro por ello, pero no tienes que hacerlo, Simon, no tienes por qué. Lo que Raphael pide está mal, y nadie te juzgará por no sacrificarte por una guerra en la que no tienes por qué pelear…
—Precisamente por eso —dijo Simon—. Lo que Raphael ha dicho es cierto. Soy un vampiro, y no haces más que olvidarlo. O quizás simplemente quieras olvidarlo. Pero soy un subterráneo y tú eres una cazadora de sombras, y esta lucha nos incumbe a los dos.
—Pero tú no eres como ellos…
—Soy uno de ellos. —Hablaba despacio deliberadamente, como para asegurarse por completo de que ella comprendía cada una de las palabras que pronunciaba—. Y siempre lo seré. Si los subterráneos libran esta guerra junto a los cazadores de sombras sin la participación de la gente de Raphael, entonces no habrá escaño en el Consejo para los Hijos de la Noche. No formarán parte del mundo que Luke intenta crear, un mundo donde cazadores de sombras y subterráneos trabajen juntos y estén unidos. Los vampiros quedarán al marguen de eso. Serán enemigos de los cazadores de sombras. Yo seré tu enemigo.
—Yo jamás podría ser tu enemiga.
—Eso me mataría —se limitó a decir Simon—. Pero no puedo evitar nada manteniéndome aparte y fingiendo que estoy al margen de todo esto. No estoy pidiendo tu permiso. Me gustaría recibir tu ayuda. Pero si no quieres dármela, conseguiré que Maia me lleve al campamento de los vampiros de todos modos y me entregaré a Raphael. ¿Lo entiendes?
Le miró boquiabierta. Simon le sujetaba los brazos con tanta fuerza que podía sentir la sangre palpitando en la piel bajo sus manos. Se pasó la lengua sobre los labios resecos; su boca tenía un sabor amargo.
—¿Qué puedo hacer para ayudarte? —susurró.
Clary le contempló con incredulidad mientras se lo contaba, y negaba ya con la cabeza antes de que él finalizara; sus cabellos se balanceaban de un lado a otro, cubriéndole casi los ojos.
—No —dijo—, es una idea demencia, Simon. No es un don; es un castigo…
—Tal vez no para mí —replicó él.
El muchacho echó una ojeada a la multitud, y Clary vio a Maia allí de pie, observándolos, con una expresión abiertamente curiosa. Estaba claro que esperaba a Simon. «Demasiado rápido —pensó Clary—. Todo esto está sucediendo demasiado de prisa.»
—Es mejor que tu alternativa, Clary.
—No…
—Podría no perjudicarme en absoluto. Quiero decir… ya me han castigado, ¿verdad? Ya no puedo entrar en una iglesia, en una sinagoga, no puedo decir… no puedo decir nombres sagrados, no puedo envejecer, ya estoy apartado de la vida normal. A lo mejor esto no cambiará nada.
—Pero a lo mejor sí.
Él le soltó los brazos, deslizó la mano al costado de su amiga y le sacó la estela de Patrick del cinturón. Se la tendió.
—Clary —dijo—. Haz esto por mí. Por favor.
Ella tomó la estela con dedos entumecidos y la alzó, posando el extremo sobre la piel de Simon, justo por encima de los ojos. «La primera Marca», había dicho Magnus. La primera de todas. Pensó en ella, y la estela empezó a moverse tal y como una danzarina empieza a moverse cuando se inicia la música. Líneas negras se trazaron sobre la frente como una flor que se abriera en una película proyectada a gran velocidad. Cuando terminó, la mano derecha le dolía y le escocía, pero mientras la retiraba y miraba con atención, supo que había dibujado algo perfecto, extraño y antiguo, algo del principio mismo de la historia. Resplandeció como una estrella sobre los ojos de Simon cuando éste se acarició la frente con los dedos, con expresión aturdida y confusa.
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