—¿No es mejor si disfruto con lo que hago? —preguntó Sebastian—. Ciertamente me divertí en Alacante. Los Lightwood fueron mejor compañía de lo que me hiciste creer, en especial esa Isabelle. Desde luego nos separamos a lo grande. Y en cuanto a Clary…
Sólo oír a Sebastian pronunciar el nombre de Clary hizo que a Jace el corazón le diese un repentino y doloroso vuelco.
—No se parecía en nada a lo que pensé que sería —prosiguió Sebastian con petulancia—. No se parecía en nada a mí.
—No hay nadie más en el mundo como tú, Jonathan. Clary siempre ha sido exactamente igual a su madre.
—No quiere admitir lo que realmente desea —dijo Sebastian—. Aún no. Pero acabará aceptándolo.
Valentine enarcó una ceja.
—¿Qué quieres decir con eso?
Sebastian sonrió burlón: fue una mueca que inundó a Jace de una ira casi incontrolable. Se mordió con fuerza el labio, notando el sabor a sangre.
—Bueno, ya sabes —dijo Sebastian—. Estar de nuestro lado. No puedo esperar. Engañarla me proporcionó la mayor diversión que he tenido desde que una eternidad.
—No tenías que divertirte. Debías averiguar qué era lo que buscaba. Y cuando lo encontró… sin ti, debería añadir, permitiste que se lo entregara a un brujo. Y luego no conseguiste traerla contigo cuando te fuiste, pese a la amenaza que representa para nosotros. No es exactamente un éxito glorioso, Jonathan.
—Intenté traerla. Pero ellos no la perdían de vista, y no podía secuestrarla precisamente en mitad del Salón de los Acuerdos. —Sebastian parecía enfadado—. Además, ya te lo dije, no tiene ni idea de cómo usar ese poder suyo con las runas. Es demasiado ingenua para representar ningún peligro…
—Sea lo que sea que la Clave esté planeando ahora, ella está en el centro de ello. —dijo Valentine—. Hugo dice eso al menos. La vio allí sobre el estrado en el Salón de los Acuerdos. Se puede demostrarle a la Clave su poder…
Jace sintió un ramalazo de temor por Clary, mezclado con una curiosa especie de orgullo; por supuesto que ella estaba en el centro de lo que sucedía. Aquélla era su Clary.
—Entonces pelearán —repuso Sebastian—. Que es lo que queremos, ¿verdad? Clary no importa. Es la batalla lo que importa.
—La subestimas, creo —dijo Valentine en voz baja.
—La estuve vigilando —replicó Sebastian—. Si su poder fuese tan ilimitado como pareces creer, podría haberlo usado para sacar a su amiguito vampiro de la prisión…, o para salvar a aquel estúpido de Hodge mientras se moría…
—El poder no tiene que ser ilimitado para ser letal —indicó Valentine—. Y en cuanto a Hodge, quizás podrías mostrarte un poco más respetuoso a su muerte, puesto que fuiste tú quien lo mató.
—Estaba a punto de contarles lo del Ángel. Tenía que hacerlo.
—Querías hacerlo. Siempre es así. —Valentine sacó un par de gruesos guantes de cuero del bolsillo y se los puso despacio—. A lo mejor se lo habría contado. A lo mejor, no. Todos estos años cuidó de Jace en el Instituto y debía de haber preguntado a quién estaba educando. Hodge era uno de los pocos que sabía que existía más de un niño. Yo sabía que no me traicionaría… Era demasiado cobarde para eso. —Flexionó los dedos para introducirlos dentro de los guantes.
«¿Más de un niño?» ¿De qué hablaba Valentine?
Sebastian desechó a Hodge con un ademán.
—¿A quién le importa lo que pensase? Está muerto y en buena hora. —Sus ojos centellearon muy negros—. ¿Vas al lago?
—Sí. ¿Tienes claro lo que debes hacer? —Valentine hizo un veloz movimiento con la barbilla para indicar la espada del cinto de Sebastian—. Usa ésa. No es la Espada Mortal, pero su alianza es lo bastante demoníaca para este propósito.
—¿No puedo ir al lago contigo? —Su voz había adoptado un claro tono quejumbroso—. ¿No podemos liberar al ejército ya?
—No es medianoche aún. Dije que les daría hasta medianoche. Aún pueden cambiar de idea.
—No lo harán…
—Di mi palabra. La mantendré. —El tono de Valentine era tajante—. Si no recibes ninguna noticia de Malachi a medianoche, abre la puerta. —Al ver la vacilación de Sebastian, Valentine se mostró impaciente—. Necesito que lo hagas tú, Jonathan. No puedo aguardar aquí a que llegue la medianoche, necesitaré casi una hora para llegar al lago a través de los túneles, y no tengo intención de permitir que la batalla se alargue mucho tiempo. Las generaciones futuras tienen que saber que la Clave perdió, y lo decisiva que fue nuestra victoria.
—Es sólo que lamentaré perderme la invocación. Me gustaría estar allí cuando lo hagas.
La expresión de Sebastian era nostálgica, pero había algo calculado por debajo de ella, algo despectivo, codicioso, planificado y extrañamente, deliberadamente… frío. Aunque no es que Valentine pareciese preocuparle.
Ante el desconcierto de Jace, Valentine acarició la mejilla de Sebastian, en un gesto veloz y manifiestamente afectuoso, antes de apartarse y marcharse hacia el otro extremo de la caverna, donde se congregaban espesas sombras.
—Jonathan —dijo, volviendo la cabeza, y Jace alzó la mirada, incapaz de contenerse—, contemplarás la cara del Ángel algún día. Al fin y al cabo, heredarás los Instrumentos Mortales una vez que yo ya no esté. A lo mejor un día también tú invocarás a Raziel.
—Me gustaría —dijo Sebastian, y se quedó muy quieto mientras Valentine, con un último movimiento de cabeza, desaparecía en la oscuridad.
La voz de Sebastian descendió hasta un medio susurro.
—Me gustaría muchísimo —gruñó—. Me gustaría escupirle en su cara de bastardo. —Giró en redondo; su rostro era una máscara blanca bajo la tenue luz—. Será mejor que salgas, Jace. —dijo—. Sé que estás aquí.
Jace se quedó paralizado… pero sólo por un segundo. Su cuerpo se movió antes de que la mente tuviera tiempo de reaccionar, catapultándolo de pie. Corrió hacia la entrada del túnel, pensando sólo en conseguir salir al exterior, en hacerle llegar un mensaje, de algún modo, a Luke.
Pero la entrada estaba bloqueada. Sebastian estaba allí, con su expresión fría y llena de regocijo, los brazos extendidos, los dedos tocando casi las paredes del túnel.
—Vaya —dijo—, no pensarías realmente que eras más rápido que yo, ¿verdad?
Jace se detuvo bruscamente. El corazón le latía irregularmente en el pecho, como un metrónomo roto, pero su voz era firme.
—Puesto que soy mejor que tú en cualquier otra cosa imaginable, era lógico.
Sebastian se limitó a sonreír.
—Puedo oír el latido de tu corazón —dijo con suavidad—. Cuando me observabas con Valentine. ¿Te molestó?
—¿Qué parezca que estás saliendo con mi papi? —Jace se encogió de hombros—. Eres un poco joven para él, si he de serte sincero.
—¿Qué?
Por primera vez desde que Jace lo había conocido, Sebastian pareció estupefacto. Aunque Jace sólo pudo disfrutar de ello por un momento, antes de que el otro recuperara la compostura. Pero había un oscuro destello en sus ojos que indicaba que no había perdonado a Jace por hacerle perder la calma.
—A veces me preguntaba cosas por ti —siguió Sebastian, con la misma voz suave—. Parecía haber algo en ti, algo tras esos ojos amarillos tuyos. Un destello de inteligencia, a diferencia del resto de tu lerda familia adoptiva. Pero supongo que no era más que afectación, una actitud. Eres tan idiota como el resto, pese a tu década de buena educación.
—¿Qué sabes tú de mi educación?
—Más de lo que podrías pensar. —Sebastian bajó las manos—. El mismo hombre que te educó a ti me educó a mí. Sólo que él no se cansó de mí después de los primeros diez años.
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