—Ni hablar —decía Luke—. No puedo creer siquiera que lo pidas.
—Y yo no puedo creer que rehúses —La voz de Raphael era fría y nítida; la voz cortante y todavía atiplada de un muchacho joven—. Es tan poca cosa.
—No es una cosa. —Clary sonó enojada—. Es Simon. Es una persona.
—Es un vampiro —dijo Raphael—. Algo que pareces olvidar continuamente.
—¿No eres tú un vampiro también? —preguntó Jocelyn, con el tono de voz tan gélido como lo había sido cada vez que Clary y Simon se habían metido en líos por cometer alguna estupidez—. ¿Estás diciendo que tu vida carece de valor?
Simon se apretó contra el pilar. ¿Qué sucedía?
—Mi vida tiene gran valor —replicó Raphael—, ya que es, a diferencia de la vuestra, eterna. Es infinito lo que yo podría llevar a cabo, mientras que existe un claro final en lo que respecta a vosotros. Pero ésa no es la cuestión. Es un vampiro, uno de los míos, y estoy pidiendo su vuelta.
—No puedes recuperarlo —le espetó Clary—. Jamás lo tuviste para empezar. Nunca siquiera estuviste interesado en él, tampoco, hasta que descubriste que podía andar por ahí a la luz del día…
—Posiblemente —repuso Raphael—, pero no por la razón que crees. —Ladeó la cabeza; sus oscuros ojos brillantes y dulces se movían veloces de un lado a otro como los de una ave—. Ningún vampiro debería poseer el poder que él tiene —dijo—, igual que ningún cazador de sombras debería poseer el poder que tú y tu hermano poseéis. Durante años se nos ha dicho que no deberíamos existir y que somos anormales. Pero eso… eso sí que es anormal.
—Raphael —el tono de Luke era de advertencia—, no sé qué esperas obtener. Pero no existe la menor posibilidad de que consintamos que le hagas daño a Simon.
—En cambio dejaréis que Valentine y su ejército de demonios haga daño a toda esta gente, a vuestros aliados. —Raphael efectuó un amplio gesto que abarcó toda la habitación—. ¿Les permitiréis que arriesguen sus vidas según su propio criterio pero no le daréis a Simon la misma elección? A lo mejor él elegiría de un modo distinto al vuestro. —Bajó el brazo—. Sabes que no pelearemos a vuestro lado de lo contrario. Los Hijos de la Noche no tomarán parte en aquello que suceda hoy.
—Entonces no lo hagáis —dijo Luke—. No compraré vuestra cooperación con una vida inocente. No soy Valentine.
Raphael se volvió hacia Jocelyn.
—¿Qué hay de ti, cazadora de sombras? ¿Vas a dejar que este hombre lobo decida lo que es mejor para tu gente?
Jocelyn contemplaba a Raphael como si fuese un escarabajo que había encontrado arrastrándose por el limpio suelo de la cocina. Muy despacio, contestó:
—Si le pones una mano encima a Simon, vampiro, te cortaré en pedacitos y se los daré a mi gato. ¿Entendido?
La boca de Raphael se crispó.
—Muy bien —dijo—. Cuando estés agonizando en la llanura Brocelind, puedes preguntarte si una vida realmente valía tantas otras.
Desapareció. Luke se volvió rápidamente hacia Clary, pero Simon ya no los observaba: tenía la vista clavada en sus manos. Había pensado que estarían temblando, pero estaban tan inmóviles como las de un cadáver. Muy despacio, las cerró convirtiéndolas en puños.
Valentine tenía el mismo aspecto de siempre: el de un hombre fuerte con un equipo de cazador de sombras modificado, con las amplias y fornidas espaldas en desacuerdo con el rostro de planos agudos y facciones delicadas. Tenía la Espada Mortal sujeta a la espalda junto con una voluminosa cartera, y llevaba un cinturón amplio con numerosas armas metidas en él: gruesas dagas de caza, fino puñales, y cuchillos de despellejar. Contemplando fijamente a Valentine desde detrás de la roca, Jace sintió lo que siempre sentía ahora cuando pensaba en su padre: un persistente afecto filial corroído por desolación, desilusión y desconfianza.
Resultaba extraño ver a su padre con Sebastian, que parecía… diferente. Éste también llevaba puesto el equipo de combate, y una larga espada con empuñadura de plata sujeta a la cintura, pero no era lo que llevaba puesto lo que le resultó extraño a Jace. Era su cabello, que ya no era un casco de rizos oscuros, sino rubio, un rubio brillante, una especie de dorado blanco. Lo cierto era que le sentaba bien, mejor de lo que le había sentado el cabello oscuro; su tez ya no parecía tan sorprendentemente pálida. Sin duda se había teñido el cabello para parecerse al auténtico Sebastian Verlac, y el de ahora era su auténtico aspecto. Una agria y enfurecida oleada de odio recorrió a Jace, y tuvo que hacer un supremo esfuerzo para permanecer oculto tras la roca y no abalanzarse al frente para cerrar las manos sobre la garganta de Sebastian.
Hugo volvió a graznar y descendió en picado para posarse en el hombro de Valentine. Una curiosa punzada recorrió a Jacer al ver al cuervo en la misma posición que adoptaba con Hodge cuando éste aún dirigía el Instituto. Hugo prácticamente vivía en el hombro de su tutor, y verle sobre el de Valentine resultaba curiosamente extraño, incluso incorrecto, a pesar de todo lo que Hodge había hecho.
Valentine alzó la mano y acarició las lustrosas plumas del pájaro, asintiendo como si ambos estuviesen en plena conversación. Sebastian observaba con las pálidas cejas enarcadas.
—¿Alguna noticia de Alacante? —preguntó mientras Hugo saltaba del hombro de Valentine y volvía a emprender el vuelo: sus alas rozaron las puntas parecidas a gemas de las estalactitas.
—Nada tan comprensible como me gustaría —respondió Valentine.
El sonido de la voz de su padre, fría y serena como siempre, atravesó a Jace como una flecha. Las manos se le crisparon involuntariamente y las apretó con fuerza contra los costados, agradecido de que la masa de roca lo ocultara.
—Una cosa es cierta. La Clave se está aliando con la fuerza de subterráneos de Lucian.
Sebastian frunció el ceño.
—Pero Malachi dijo…
—Malachi ha fracasado. —Valentine tenía la mandíbula muy erguida.
Ante la sorpresa de Jace, Sebastian se adelantó y posó una mano en el brazo de Valentine. Hubo algo en aquel contacto —algo íntimo y seguro de sí mismo—que hizo que Jace sintiera como si su estómago hubiese sido invadido por un nido de gusanos. Nadie tocaba a Valentine de aquel modo. Ni siquiera él habría tocado a su padre así.
—¿Estás disgustado? —preguntó Sebastian, y el mismo tono apareció en su voz, la misma grotesca y peculiar asunción de cercanía.
—La Clave está mucho peor de lo que había pensado. Sabía que los Lightwood estaban corrompidos sin remedio, y esa clase de corrupción es contagiosa. Es por lo que intenté impedir que entraran en Idris. Pero que el resto se haya dejado llenar la mente con tanta facilidad por el veneno de Lucian, cuando él ni siquiera es nefilim… —El asco de Valentine era evidente, pero no se apartó de Sebastian, advirtió Jace con creciente incredulidad, no hizo ningún movimiento para apartar la mano del muchacho de su hombro—. Estoy decepcionado. Pensaba que entrarían en razón. Habría preferido no poner fin a las cosas de este modo.
Sebastian pareció divertido.
—Yo no estoy de acuerdo —dijo—. Piensa en ellos, listos para combatir, cabalgando a la gloria, sólo para descubrir que nada de ello importa. Que su gesto es inútil. Piensa en la expresión de sus caras. —Tensó la boca en una mueca burlona.
—Jonathan —suspiró Valentine—. Eso es una desagradable necesidad, nada con lo que gozar.
«¿Jonathan?» Jace se aferró a la roca, las manos repentinamente resbaladizas. ¿Por qué tendría que llamar Valentine a Sebastian con su nombre? ¿Era un error? Pero Sebastian no parecía sorprendido.
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