—Asombroso, ¿no es cierto? —dijo Luke, que estaba de pie en el borde del estrado, contemplando la habitación—. Cazadores de sombras y subterráneos mezclándose en la misma habitación. Trabajando juntos.
Parecía sobrecogido, pero Clary no podía pensar en otra cosa que no fuera desear que Jace estuviese allí para ver lo que sucedía. No podía dejar de temer por él. La idea de que podía enfrentarse a Valentine, que podía arriesgar su vida porque pensaba que estaba maldito… que podía morir sin saber jamás que no era cierto.
—Clary —dijo Jocelyn, con un dejo divertido—, ¿has oído lo que he dicho?
—Sí —respondió ella—, y es asombroso, lo sé.
Jocelyn puso la mano sobre la de Clary.
—Eso no es lo que te estaba diciendo. Luke y yo combatiremos juntos. Tú te quedarás aquí con Isabelle y los otros niños.
—No soy una niña.
—Ya no, pero eres demasiado joven para combatir. E, incluso, aunque no lo fueses, jamás has sido adiestrada.
—No quiero limitarme a permanecer aquí sentada sin hacer nada.
—¿Nada? —dijo Jocelyn asombrada—. Clary, nada de esto estaría sucediendo de no ser por ti. Estoy muy orgullosa. Sólo quería decirte que Luke y yo regresaremos. Todo va a ir bien.
Clary alzó los ojos hacia su madre, al interior de aquellos ojos verdes tan parecidos a los suyos.
—Mamá —dijo—. No mientas.
Jocelyn inspiró con fuerza y se puso en pie, retirando la mano. Antes de que pudiese decir nada, algo atrajo la mirada de Clary: un rostro familiar entre la multitud. Una figura esbelta y oscura, que avanzaba con decisión hacia ellos, deslizándose a través del atestado Salón con una facilidad pausada y sorprendente…, como si pudiese flotar a través de la multitud, como humo a través de las aberturas de una valla.
Y en efecto lo hacía, comprendió Clary, a medida que él se acercaba al estrado. Era Raphael, vestido con la misma camisa blanca y pantalones negros con los que le había visto la primera vez. Había olvidado lo menudo que era. Apenas parecía tener catorce años mientras ascendía la escalera, el rostro delgado tranquilo y angelical, como un niño de coro subiendo los peldaños del presbiterio.
—Raphael. —La voz de Luke contenía una mezcla de asombro y alivio—. No creía que fueses a venir. ¿Han reconsiderado los Hijos de la Noche unirse a nosotros en la lucha contra Valentine? Todavía hay un escaño del Consejo a vuestra disposición, si queréis aceptarlo. —Le tendió una mano al vampiro.
Los ojos claros y hermosos de Raphael le contemplaron inexpresivos.
—No puedo estrecharte la mano, hombre lobo. —Cuando Luke pareció ofendido, él sonrió, justo lo suficiente para mostrar las blancas puntas de sus colmillo—. Soy una proyección —dijo, alzando la mano para que todos pudiesen ver cómo la luz brillaba a través de ella—. No puedo tocar nada.
—Pero… —Luke echó una ojeada arriba a la luz de la luna que penetraba a raudales a través del techo—¿Por qué…? —Bajó la mano—. Bueno, me satisface que estés aquí. Sea cual sea el modo en que hayas elegido aparecer.
Raphael sacudió la cabeza. Por un momento sus ojos se entretuvieron en Clary —una mirada que a ella no le gustó nada—y luego volvió la mirada hacia Jocelyn, y su sonrisa se ensanchó.
—Tú —dijo—, la esposa de Valentine. Otros de mi especie, que pelearon contigo durante el Levantamiento, me hablaron de ti. Admito que jamás pensé que te vería con mis propios ojos.
Jocelyn inclinó la cabeza.
—Muchos de los Hijos de la Noche combatieron muy valientemente entonces. ¿Indica tu presencia aquí que podríamos pelear codo con codo de nuevo?
Resultaba curioso, pensó Clary, oír a su madre hablar de aquel modo frío y formal, y sin embargo parecía natural en Jocelyn. Tan natural como cuando, en casa, su madre se sentaba en el suelo con un mono viejo, sosteniendo un pincel salpicado de pintura.
—Eso espero —dijo Raphael, y su mirada volvió a acariciar a Clary; como el contacto de una mano fría—. Sólo tenemos una demanda, una simple… y sencilla… petición. Si la aceptáis, los Hijos de la Noche de muchas tierras acudirán con mucho gusto a la batalla para luchar a vuestro lado.
—El escaño en el Consejo —replicó Luke—Desde luego… se puede formalizar, los documentos pueden estar listos en una hora…
—No —dijo Raphael—, no se trata del escaño en el Consejo. Es otra cosa.
—¿Otra… cosa? —repitió Luke sin comprender.—¿De qué se trata? Te aseguro que si está en nuestro poder…
—Ah, lo está. —La sonrisa de Raphael era deslumbrante—. De hecho, es algo que se encuentra entre los muros de este Salón mientras hablamos. —Se dio la vuelta e indicó con un elegante gesto a la multitud—. Queremos al chico llamado Simon —indicó—. Al vampiro diurno.
El túnel era largo y sinuoso, y discurría en zigzag sin parar como si Jace se arrastrara por las entrañas de un monstruo enorme. Olía a roca mojada y a cenizas y a algo más, algo frío y húmero y extraño que a Jace le recordaba muy levemente la Ciudad de Hueso.
Por fin el túnel terminó en una estancia circular. Estalactitas enormes, con las superficies tan bruñidas como gemas, colgaban de un elevado techo acanalado de piedra. El suelo estaba tan liso como si lo hubiesen pulido, y aquí y allá alternaba con dibujos arcanos de centelleante piedra con incrustaciones. Una serie de toscas estalagmitas trazaban un círculo alrededor de la estancia. Justo en el centro se alzaba una única estalagmita enorme de cuarzo, que se elevaba desde el suelo como un colmillo gigantesco, decorada aquí y allá con un dibujo rojizo. Escudriñándola más de cerca, Jace vio que los lados de la estalagmita eran transparentes, y que el dibujo rojizo era el resultado de algo que se arremolinaba y se movía en su interior, como un tubo de ensayo de cristal lleno de humo de color.
Muy en lo alto, se filtraba luz hacia abajo procedente en un agujero circular en la piedra, una claraboya natura. La estancia, desde luego, había sido planeada, y no fruto de la casualidad —los intrincados dibujos que recorrían en el suelo lo dejaban claro—, pero ¿quién podría haber excavado una cámara subterránea tan enorme y por qué?
Un graznido agudo resonó en la sala, provocando un sobresalto a los nervios de Jace. Se escabulló tras una voluminosa estalagmita y apagó la luz mágica justo cuando dos figuras surgían de las sombras del extremo opuesto de la estancia y avanzaban hacia él, conversando con las cabezas muy juntas. No los reconoció hasta que llegaron al centro de la habitación y la luz les dio de lleno.
Sebastian.
Y Valentine.
Esperando esquivar la multitud, Simon tomó el camino largo para regresar al estrado, escabulléndose por detrás de las hileras de pilares que bordeaban los lados del Salón. Mantuvo la cabeza gacha mientras caminaba, absorto en sus pensamientos. Parecía extraño que Alec, sólo un año o dos mayor que Isabelle, fuese a pelear en una guerra mientras el resto de ellos se quedaba atrás. Isabelle parecía tomárselo con tranquilidad. No había gritos, ni histerias. Era como si lo hubiese esperado. A lo mejor era así. A lo mejor todos lo aceptaban.
Estaba cerca de los peldaños del estrado cuando echó un vistazo arriba y vio, ante su sorpresa, a Raphael, de pie al otro lado de Luke, con su acostumbrado semblante casi inexpresivo. Luke, por otra parte, parecía nervioso: negaba con la cabeza, con las manos alzadas en actitud de protesta; Jocelyn, junto a él, parecía indignada. Simon no podía ver el rostro de Clary —estaba de espaldas a él—, pero la conocía lo bastante bien como para reconocer su tensión simplemente por la posición de los hombros.
Puesto que no quería que Raphael le viese, Simon se escabulló tras un pilar para escucharlos. Incluso por encima del murmullo de voces, pudo oír la voz de Luke cada vez más elevada.
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