Él la dejó de pie en el suelo, esbozando una leve mueca de dolor al hacerlo.
—Con cuidado —dijo—. Un demonio croucher me ha alcanzado en el hombro allá abajo junto al puente Merryweather. —Puso las manos sobre los hombros de la chica, estudiándole el rostro—Tú estás bien, ¿verdad?
—Vaya, una escena conmovedora —dijo una voz fría—, ¿no es cierto?
Clary se dio la vuelta, con la mano de Luke todavía sobre el hombro. Detrás de ella había un hombre alto con una capa azul que se arremolinaba alrededor de sus pies mientras avanzaba hacia ellos. El rostro bajo la capucha de la capa era el rostro de una estatua tallada: pómulos prominentes con facciones aguileñas y ojos de párpados caídos.
—Lucian —dijo el hombre, sin mirar a Clary—. Debería haber imaginado que eras tú quien estaba tras esta… esta invasión.
—¿Invasión? —repitió Luke, y, de improviso, allí estaba su manada de licántropos, de pie detrás de él. Habían aparecido con la misma rapidez y quietud que si se hubiesen materializado de la nada.
—No somos nosotros los que hemos invadido vuestra ciudad, Cónsul, sino Valentine. Nosotros sólo tratábamos de ayudar.
—La Clave no necesita ayuda —soltó el Cónsul—. NO de los que son como vosotros. Estáis violando la Ley sólo con el hecho de haber entrado en la Ciudad de Cristal, haya o no salvaguardas. Deberías saberlo.
—Está muy claro que la Clave necesita ayuda. De no haber llegado cuando lo hicimos, muchos más de vosotros estaríais muertos ahora.
Luke echó una ojeada por la habitación; varios grupos de cazadores de sombras se habían acercado a ellos, atraídos por lo que sucedía. Algunos de ellos le devolvieron la mirada a Luke; otros bajaron los ojos, como avergonzados. Pero ninguno de ellos, pensó Clary con una repentina oleada de sorpresa, parecía enojado.
—Lo he hecho para demostrar una cosa, Malachi.
La voz de Malachi sonó fría:
—¿Cuál es esa cosa?
—Que nos necesitáis —dijo Luke—. Para derrotar a Valentine necesitáis nuestra ayuda. No sólo la de los licántropos, sino la de todos los subterráneos.
—¿Qué pueden hacer los subterráneos contra Valentine? —inquirió Malachi con desdén—. Lucian, te creía más listo. Fuiste uno de los nuestros. Siempre nos hemos enfrentado solos a todos los peligros y hemos protegido al mundo del mal. Volveremos a enfrentarnos a Valentine ahora con nuestros propios poderes. Los subterráneos harían bien en mantenerse alejados de nosotros. Somos nefilim; libramos nuestras propias batallas.
—Eso no es del todo cierto, ¿verdad? —dijo una voz aterciopelada.
Era Magnus Bane, vestido con un abrigo largo y rutilante, con múltiples aros en las orejas, y una expresión pícara. Clary ignoraba de dónde había salido.
—Vosotros, chicos, habéis usado la ayuda de brujos en más de una ocasión en el pasado, y habéis pagado espléndidamente por ello, además.
Malachi puso mala cara.
—No recuerdo que la Clave te haya invitado a la Ciudad de Cristal, Magnus Bane.
—No lo ha hecho —respondió él—. Vuestras salvaguardas han caído.
—¿De veras? —La voz del Cónsul denotaba sarcasmo—No me había dado cuenta.
Magnus pareció preocupado.
—Pero eso es terrible… Alguien debería habértelo contado. —Echó un vistazo a Luke—. Dile que las salvaguardas han caído.
Luke parecía exasperado.
—Malachi, por el amor de Dios, los subterráneos son fuertes; somos muchos. Te lo he dicho, podemos ayudaros.
El Cónsul elevó la voz.
—Yo también te lo he dicho, ¡ni necesitamos ni queremos vuestra ayuda!
—Magnus —susurró Clary, que se había deslizado en silencio junto al brujo.
Una pequeña multitud se había reunido para observar la discusión de Luke con el Cónsul; la muchacha estaca casi segura de que nadie le prestaba atención.
—Ven conmigo. Todos están demasiado ocupados con la disputa para darse cuenta.
Magnus la miró interrogante, asintió y la condujo a otro lugar abriéndose paso entre la multitud como un abrelatas. Ninguno de los cazadores de sombras u hombres lobo allí reunidos parecía querer impedirle el paso a un brujo de más de metro ochenta con ojos de gato y una sonría de maníaco. La empujó a un rincón más tranquilo.
—¿Qué sucede?
—He conseguido el libro. —Clary lo sacó del bolsillo del desaliñado abrigo, dejando sus huellas marcadas sobre la tapa de color marfil—. He ido a la casa de campo de Valentine. Estaba en la biblioteca como dijiste. Y… —Se interrumpió, pensando en el ángel prisionero—. No importa. —Le ofreció el Libro de lo Blanco—. Toma. Cógelo.
Magnus le arrebató el libro con una mano de dedos largos. Ojeó las páginas, abriendo mucho los ojos.
—Es aún mejor de lo que había oído —anunció jubiloso—. No puedo esperar para empezar a trabajar con estos hechizos.
—¡Magnus! —La voz aguda de Clary lo volvió a bajar a la tierra—. Mi madre primero. Lo prometiste.
—Y cumplo mis promesas.
El brujo asintió con gravedad, aunque había algo en sus ojos, algo en lo que Clary no acabó de confiar.
—Hay algo más —añadió, pensando en Simon—. Antes de que…
—¡Clary!
Una voz habló, sin aliento, a su lado. Se volvió sorprendida se encontró con Sebastian de pie a su lado. Llevaba el equipo de combate puesto, y le sentaba a la perfección, se dijo ella, como si hubiese nacido para llevarlo. Mientras que todo el mundo aparecía manchado de sangre y despeinado, él no tenía ni una marca… salvo una doble hilera de arañazos que discurrían a lo largo de su mejilla izquierda, como si algo le hubiese arañado con una garra.
—Estaba preocupado por ti. He pasado por casa de Amatis de camino hacia aquí, pero no estabas allí, y ella me ha dicho que no te había visto…
—Bueno, pues estoy perfectamente.
Clary miró a Sebastian y a Magnus, que sujetaba el Libro de lo Blanco contra el pecho. Las angulosas cejas de Sebastian estaban enarcadas.
—¿Estás bien? Tu cara…
Alargó la mano para tocarle las heridas. Los arañazos todavía rezumaban un pequeño rastro de sangre.
Sebastian se encogió de hombros, apartándole la mano con suavidad.
—Una diablesas me atacó cerca de la casa de los Penhallow. Estoy perfectamente, no obstante. ¿Qué sucede?
—Nada. Estaba hablando con Ma… Ragnor —se apresuró a decir Clary, advirtiendo con repentino horror que Sebastian no tenía ni idea de quién era Magnus en realidad.
—¿Maragnor? —Sebastian enarcó las cejas—. De acuerdo, entonces.
El muchacho dirigió una ojeada curiosa al Libro de lo Blanco. Clary deseó que Magnus lo guardara; del modo en que lo sostenía, las letras doradas resultaban claramente visibles.
—¿Qué es eso?
Magnus lo estudió por un momento, y sus ojos felinos lo evaluaron.
—Un libro de hechizos —dijo por fin—. Nada que pueda interesar a un cazador de sombras.
—A decir verdad, mi tía colecciona libros de hechizos. ¿Puedo verlo?
Sebastian extendió la mano, pero antes de que Magnus pudiese pronunciarse, Clary oyó que alguien la llamaba y Jace y Alec cayeron sobre ellos, nada complacidos de ver a Sebastian.
—¡Creo haberte dicho que te quedaras con Max e Isabelle! —le espetó Alec—. ¿Los has dejado solos?
Poco a poco, los ojos de Sebastian pasaron de Magnus a Alec.
—Tus padres han venido a casa, tal y como has dicho que harían. —Su voz era fría—. Me han enviado por delante para decirte que están bien, tanto ellos como Izzy y Max. Vienen de camino.
—Bien —dijo Jace con la voz llena de sarcasmo—, gracias por transmitirnos la noticia nada más llegar aquí.
—No os había visto —replicó Sebastian—. Sólo he visto a Clary.
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