Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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—Porque la buscabas.

—Porque necesitaba hablar con ella. A solas.

Volvió a intercambiar una mirada con Clary, y la intensidad que ésta vio en sus ojos la hizo vacilar. Quiso pedirle que no la mirase de aquel modo cuando Jace estaba delante, pero eso habría sonado irrazonable y estúpido, y además, a lo mejor tenía algo importante que decirle en realidad.

—¿Clary?

—De acuerdo. Sólo un segundo —dijo ella, asintiendo; vio que la expresión de Jace cambiaba: no puso mala cara, pero su rostro se quedó muy quieto—. Regreso en seguida —añadió, aunque Jace no la miró; miraba a Sebastian.

Sebastian la cogió por la muñeca y la apartó de los demás, tirando de ella hacia la zona donde se amontonaba más gente. Ella echó un vistazo por encima del hombro. Todos la observaban, incluso Magnus. Le vio sacudir la cabeza una vez, muy lentamente.

Se detuvo en seco.

—Sebastian. Detente. ¿Qué pasa? ¿Qué tienes que decirme?

Él se volvió de cara a ella, sujetándole aún la muñeca.

—Creía que podríamos ir afuera —dijo—. Hablar en privado…

—No. Quiero permanecer aquí —dijo ella, y oyó cómo su propia voz titubeaba levemente, como si no estuviese segura.

Pero sí lo estaba. Tiró hacia atrás del brazo y liberó su mano.

—¿Qué te sucede?

—Ese libro —dijo él—. El libro que Fell sostenía… el Libro de los Blanco… ¿sabes dónde lo consiguió?

—¿De eso querías hablarme?

—Es un libro de hechizos extraordinariamente poderoso —explicó Sebastian—. Mucha gente lo ha estado buscando durante largo tiempo.

Ella soltó un suspiro exasperado.

—De acuerdo, Sebastian, mira —dijo—. Ése no es Ragnor Fell. Es Magnus Bane.

—¿Ése es Magnus Bane? —Sebastian giró en redondo y se lo quedó mirando atónito antes de volverse de nuevo hacia Clary con una mirada acusadora en los ojos—. Tú lo has sabido todo el tiempo ¿verdad? Conoces a Bane.

—Sí, y lo siento. Pero él no quería que te lo dijese. Y es el único que puede ayudarme a salvar a mi madre. Por eso le he entregado el Libro de lo Blanco. Contiene un hechizo que podría ayudarla.

Algo centelleó tras los ojos de Sebastian, y Clary tuvo la misma sensación que había tenido después de que la besara: una repentina punzada que la avisaba de que algo estaba mal, como si hubiese dado un paso al frente esperando encontrar terreno firme bajo los pies y en su lugar se hubiese precipitado al vacío. La mano de Sebastian se movió velozmente y le agarró la muñeca.

—¿Tú le has dado el libro… el Libro de lo Blanco… a un brujo? ¿A un asqueroso subterráneo?

Clary se quedó muy quieta.

—No puedo creer que hayas dicho eso. —Bajó los ojos al lugar donde la mano de Sebastian le rodeaba la muñeca—. Magnus es mi amigo.

Sebastian aflojó la presión sobre la muñeca, aunque muy ligeramente.

—Lo siento —dijo—. No debería haber dicho eso. Es sólo que… ¿hasta qué punto conoces a Magnus Bane?

—Mejor de lo que te conozco a ti —respondió ella con frialdad.

Echó una ojeada atrás en dirección al lugar donde había dejado a Magnus de pie con Jace y Alec… y se sobresaltó. Magnus no estaba. Jace y Alec estaban solos, observándolos a ella y a Sebastian. Pudo percibir el calor de la desaprobación de Jace como un horno abierto.

Sebastian siguió su mirada y sus ojos se ensombrecieron.

—¿Lo bastante bien como para saber adónde ha ido con tu libro?

—No es mi libro. Se lo entregué —le dijo ella con brusquedad, aunque tenía una sensación helada en el estómago al recordar a mirada oscura en los ojos de Magnus—. Y no veo qué te importa a ti. Mira, agradezco que te ofrecieras para ayudarme a encontrar a Ragnor Fell ayer, pero me estás poniendo de los nervios. Voy a regresar con mis amigos.

Empezó a darse la vuelta, pero él se movió para cerrarle el paso.

—Lo siento. No debería haber dicho lo que he dicho. Es sólo que… hay más en todo esto de lo que sabes.

—Entonces cuéntame.

—Sal afuera conmigo. Te lo contaré todo. —Su tono era ansioso, preocupado—. Clary, por favor.

—Tengo que quedarme aquí —dijo ella, negando con la cabeza—. Tengo que esperar a Simon. —Era en parte cierto, y en parte una excusa—. Alec me dijo que traerían a los prisioneros aquí…

Sebastian negó con la cabeza.

—Clary, ¿no te lo ha dicho nadie? Han abandonado a los prisioneros. Oí que Malachi lo decía. Cuando la ciudad ha sido atacada, han evacuado el Gard, pero no han sacado a los dos prisioneros. Malachi ha dicho que estaban confabulados con Valentine. Que dejarlos salir suponía un riesgo demasiado grande.

La cabeza de Clary parecía nublarse; se sintió mareada y tuvo náuseas.

—No pude ser cierto.

—Lo es —dijo Sebastian—. Te juro que lo es. —Su mano volvió a cerrarse con más fuerza sobre la muñeca de Clary, y ella se tambaleó—. Puedo llevarte allí arriba. Al Gard. Puedo ayudarte a sacarlo. Pero tienes que prometerme que…

—Ella no tiene que prometerte nada —dijo Jace—. Suéltala, Sebastian.

Sebastian, sobresaltado, aflojó la presión sobre la muñeca de Clary, que la liberó violentamente, volviéndose y encontrándose con Jace y Alec, que tenían cara de pocos amigos. La mano de Jace descansaba con suavidad sobre la empuñadura del cuchillo serafín que llevaba a la cintura.

—Clary puede hacer lo que quiera —replicó Sebastian.

El muchacho no mostraba un aspecto amenazador, pero había una curiosa expresión fija en su rostro que resultaba hasta cierto punto peor.

—Y precisamente ahora quiere venir conmigo a salvar a su amigo. El amigo al que conseguiste que metieran en prisión.

Alec palideció ante aquello, pero Jace se limitó a menear la cabeza.

—No me gustas —dijo con aire pensativo—. Sé que a todos los demás les caes bien, Sebastian, pero a mí no. A lo mejor es porque soy un bastardo al que lo le gusta llevar la contraria. Pero no me gustas, y no me gusta el modo en que intentas conseguir que mi hermana te siga. Si ella quiere subir al Gard y buscar a Simon, estupendo. Irá con nosotros. No contigo.

La expresión fija de Sebastian no cambió.

—Creo que eso debería ser elección suya —dijo—. ¿No te parece?

Ambos miraron a Clary. Ella miró detrás de ellos, en dirección a Luke, que seguía discutiendo con Malachi.

—Iré con mi hermano —dijo.

Algo aleteó en la mirada de Sebastian… demasiado de prisa para que Clary lo identificara, aunque sintió un escalofrío en la nuca, como si una mano helada la hubiese acariciado.

—Por supuesto —dijo él, y se hizo a un lado.

Fue Alec quien se movió primero, empujando a Jace por delante de él, haciéndole andar. Estaban a mitad de camino hacia las puertas cuando ella reparó en que la muñeca le dolía… Le escocía como si la hubiesen quemado. Bajó la vista esperando encontrar una señal en la muñeca allí donde Sebastian la había sujetado, pero no vio nada. Tan sólo una mancha de sangre en la manga donde ella había tocado el corte que Sebastian tenía en la cara. Frunciendo el ceño, con la muñeca escociéndole aún, la cubrió con la manga y apresuró el paso para atrapar a los otros.

12

De profundis

Simon tenía las manos negras a causa de la sangre.

Había intentado arrancar los barrotes de la ventana y de la puerta de la celda, pero tocarlos durante mucho tiempo le dejaba unas abrasadoras marcas sangrantes en las palmas. Finalmente se dejó caer, jadeando, al suelo, y contempló aturdido sus manos mientras las heridas cicatrizaban rápidamente, las lesiones se cerraban y la piel ennegrecida se desprendía como cuando en una cinta de vídeo se presionaba el botón de avance rápido.

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