Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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Se separó de Jace antes de que éste pudiera retenerla y se acercó al lobo, con las palmas de las manos extendidas. Le habló en voz baja y tranquila.

—Lo siento. Lo sentimos. Sabemos que no quieres hacernos daño. —Se detuvo, con las manos extendidas aún, mientras el lobo la contemplaba con ojos inexpresivos—. ¿Quién… quién eres? —le preguntó, y miró hacia atrás a Jace y frunció el ceño—. ¿Podrías guardar esa cosa?

Jace dio la impresión de querer explicarle que uno no guardaba un cuchillo serafín llameante en presencial del peligro, pero antes de que pudiera decir nada, el lobo profirió otro gruñido quedo y empezó a levantarse. Las patas se alargaron, la columna se enderezó, las fauces se retrajeron. En unos pocos segundos una joven apareció de pie ante ellos; una chica que llevaba un manchado vestido suelto de color blanco, con los rizados cabellos hacia atrás formando múltiples trenzas, y una cicatriz ribeteándola la garganta.

—«¿Quién eres?» —remedó la muchacha con indignación—No puedo creer que no me reconocierais. Como si todos los lobos fuéramos iguales. Humanos…

Clary soltó un grito de alivio.

—¡Maia!

—Ésa soy yo. Salvándoos el trasero, como de costumbre.

Sonrió ampliamente. Estaba salpicada de sangre e icor; sobre el pelaje del lobo no había resultado visible, pero las listas negras y rojas destacaban alarmantemente sobre su piel morena. Se llevó la mano al estómago.

—¡Qué asco! No puedo creer que me haya zampado tanta cantidad de demonio. Espero no ser alérgica.

—Pero ¿qué haces aquí? —exigió Clary—. No es que no nos alegremos de verte, pero…

—¿No lo sabéis? —Maia los miró con perplejidad—. Luke nos trajo aquí.

—¿Luke? —Clary la miró con asombro—. ¿Luke está… aquí?

Maia asintió.

—Se puso en contacto con su manada y con todas las otras que pudo y nos avisó de que teníamos que venir a Idris. Volamos hasta la frontera y viajamos desde allí. Luke nos dijo que los nefilim iban a necesitar nuestra ayuda… —Su voz se fue apagando—. ¿No lo sabíais?

—No —dijo Jace—, y dudo que la Clave lo sepa tampoco. No les entusiasma demasiado aceptar ayuda de los subterráneos.

Maia se irguió en toda su altura; sus ojos centelleaban encolerizados.

—De no haber sido por nosotros, habríais sido masacrados. Nadie protegía la ciudad cuando nosotros llegamos…

—No —terció Clary, dirigiendo una furiosa mirada a Jace—. Te estoy muy agradecida por salvarnos, de verdad, Maia, y también Jace, a pesar de que es tan tozudo que preferiría clavarse un cuchillo serafín antes de admitirlo. Y no esperes que lo haga —añadió en seguida, viendo la expresión del rostro de la muchacha—, porque no serviría de nada. Necesitamos llegar a casa de los Lightwood, y luego tengo que encontrar a Luke…

—¿Los Lightwood? Creo que están en el Salón de los Acuerdos. Hemos llevado allí a todo el mundo. Alec estaba allí, al menos —dijo Maia—, y el brujo también, el del pelo puntiagudo. Magnus.

—Si Alec está allí, los demás también.

La expresión de alivio en el rostro de Jace hizo que Clary deseara posar la mano en su hombro. No lo hizo.

—Ha sido muy inteligente llevar a todo el mundo al Salón; tiene salvaguardas. —Deslizó el refulgente cuchillo serafín dentro del cinturón—. Vamos.

Clary reconoció en el interior del Salón de los Acuerdos en cuanto entró en él. Era el lugar que había soñado, donde había bailado con Simon y luego con Jace.

«Éste es el lugar al que intentaba enviarme cuando atravesé el Portal», pensó, paseando la mirada por las paredes de un blanco pálido y el alto techo con las enormes claraboyas de cristal a través de la cual podía ver el cielo nocturno. La estancia, aunque muy grande, parecía de algún modo más pequeña y deslucida de lo que le había parecido en el sueño. La fuente de la sirena seguía en el centro de la habitación, borboteando agua, pero tenía un aspecto deslustrado, y los peldaños que conducían hasta ella estaban atestados de personas, muchas de las cuales lucían vendajes. El sitio estaba lleno de cazadores de sombras, de personas que corrían de un lado a otro, a veces deteniéndose para mirar con atención los rostros de otros que pasaban esperando hallar a algún amigo o a un pariente. El suelo estaba sucio de tierra, cubierto de barro y sangre.

Lo que impresionó a Clary fue fundamentalmente el silencio. Si aquello hubiesen sido las consecuencias de algún desastre en el mundo mundano, habría habido personas gritando, chillando, llamándose unas a otras. Pero la estancia permanecía casi silente. La gente estaba sentada sin hacer ruido, con la cabeza en las manos; algunos de ellos tenían la mirada perdida. Los niños se apretaban contra sus padres, pero ninguno de ellos lloraba.

También advirtió algo más, mientras se abría paso al interior de la habitación, con Jace y Maia a su lado. Había un grupo de personas de aspecto desaliñado de pie junto a la fuente en un círculo irregular. Se mantenían apartados de la multitud. Cuando Maia los descubrió y sonrió, Clary comprendió el motivo.

—¡Mi manada! —exclamó Maia.

Salió disparada hacia ellos, deteniéndose tan sólo para echar una ojeada por encima del hombro a Clary mientras se marchaba.

—Estoy segura de que Luke anda por ahí en alguna parte —gritó, y desapareció en el interior del grupo, que se cerró a su alrededor.

Clary se preguntó, por un momento, qué sucedería si seguía a la muchacha loba al interior del círculo. ¿Le darían la bienvenida como amiga de Luke, o desconfiarían de ella por ser otra cazadora de sombras?

—No lo hagas —dijo Jace, como si le leyera la mente—. No es una buena…

Pero Clary no pudo acabar de escucharla, porque resonó un grito de «¡Jace!» y Alec apareció jadeante de tanto abrirse paso entre la multitud para llegar hasta ellos. Sus cabellos oscuros estaban hechos un desastre y su ropa estaba manchada de sangre, pero sus ojos brillaban con una mezcla de alivio y cólera. Agarró a Jace por la parte delantera de la cazadora.

—¿Qué te ha sucedido?

Jace pareció ofendido.

—¿A mí?

—¡Has dicho que ibas a dar un paseo! ¿Qué clase de paseo necesita seis horas?

—¿Un paseo largo? —sugirió Jace.

—Podría matarte —dijo Alec, soltando la ropa de su amigo—. Me lo estoy pensando.

—Eso lo echaría todo a perder, ¿no te parece? —dijo Jace, y miró a su alrededor—. ¿Dónde está todo el mundo? Isabelle, y…

—Isabelle y Max están en casa de los Penhallow, con Sebastian —contestó Alec—. Mamá y papá han ido a buscarlos. Y Aline está aquí, con sus padres, pero está muy callada. Ha tenido un desagradable encontronazo con un demonio rahab junto a uno de los canales. Pero Izzy la ha salvado.

—¿Y Simon? —preguntó Clary con ansiedad—. ¿Has visto a Simon? Debería haber bajado junto con los demás desde el Gard.

Alec negó con la cabeza.

—No, no lo he visto… pero tampoco he visto al Inquisidor, o al Cónsul. Probablemente esté con uno de ellos. A lo mejor se han detenido en algún otro lugar, o…

Se interrumpió mientras un murmullo recorría la habitación; Clary vio que el grupo de licántropos alzaba la vista, alerta como un grupo de perros de caza oliendo la presa. Se volvió…

Y vio a Luke, cansado y manchado de sangre, atravesando las puertas dobles del Salón.

Corrió hacia él. Había olvidado ya el disgusto que le había ocasionado su partida, y el enojo de él con ella por llevarlos allí; lo había olvidado todo excepto la alegría de verle. Pareció sorprendido por un momento mientras ella se alzaba sobre él… Luego sonrió, extendió los brazos y la levantó en alto a la vez que la abrazaba, como había hecho cuando era pequeña. Olía a sangre, franela y humo. Por un momento, Clary cerró los ojos, recordando el modo en que Alec se había aferrado a Jace en cuanto lo había visto en el Salón, porque eso era lo que uno hacía con la familia cuando se había preocupado por ellos: abrazarlos y apretarse contra ellos, y decirles lo mucho que te han hecho enfadar, y no pasa nada, porque por muy enojado que llegues a sentirte con ellos, siguen siendo parte de ti. Y lo que había dicho Valentine era cierto. Luke era su familia.

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