Jace hizo que cruzaran el patio a toda prisa —Clary se dio cuenta de que a él no le gustaba permanecer en la zonas abiertas y desprotegidas—y que siguieran por una de las calles que salían de él. Encontraron más escombros. Habían destrozado escaparates, habían saqueado el contenido y luego lo habían esparcido por la calle. También había olor en el aire, un rancio y espeso olor a basura. Clary conocía aquel olor. Significaba que había demonios cerca.
—Por aquí —siseó Jace.
Se introdujeron por otra calle más estrecha. Un fuego ardía en el piso superior de una casa, aunque ninguno de los edificios colindantes parecía haber sido afectado. A Clary le recordó de un modo extraño a las fotos que había visto de bombardeo alemán de Londres, que había esparcido la destrucción al azar desde el cielo.
Al levantar la mirada vio que la fortaleza situada en el punto más alto de la ciudad estaba envuelta en el humo negro.
—El Gard.
—Ya te lo dije, lo habrán evacuado…
Jace se interrumpió cuando salieron de la calle estrecha y penetraron en una vía más grande. Había varios cuerpos en mitad de la calle. Algunos eran cuerpos pequeños. Niños. Jace corrió hacia delante, con Clary siguiéndolo más vacilante. Eran tres, como pudo comprobar ésta cuando estuvieron más cerca… ninguno de ellos, se dijo con culpable alivio, lo bastante mayor para ser Max. Junto a ellos se hallaba el cadáver de un hombre de edad avanzada, con los brazos todavía abiertos de par en par como si hubiese estado protegiendo a los pequeños con su propio cuerpo.
La expresión de Jace era dura.
—Clary… Date la vuelta. Despacio.
Clary se volvió. Justo detrás de ella había un escaparate roto donde había habido pasteles expuestos en algún momento… pasteles cubiertos con un brillante glaseado. En aquellos momentos estaban esparcidos por el suelo entre los cristales rotos. Sobre los adoquines, la sangre se mezclaba con el glaseado en largos trazos rosáceos. Pero eso no era lo que había alertado a Jace. Algo se arrastraba fuera del escaparate… algo informe, enorme y viscoso. Algo equipado con una doble hilera de dientes distribuida a lo largo de todo su cuerpo oblongo, embadurnado de glaseado y espolvoreado con cristales rotos como si se tratase de una capa de azúcar centelleante.
El demonio se dejó caer fuera del escaparate sobre los adoquines y empezó a deslizarse hacia ellos. Algo en su movimiento rezumante y carente de huesos hizo que a Clary le entraran ganas de vomitar. Retrocedió, chocando casi con Jace.
—Es un demonio behemot —le explicó él, con la vista clavada en la criatura reptante que tenían ante ellos—. Se lo comen todo.
—¿Comen…?
—¿Gente? Sí —dijo Jace—. Ponte detrás de mí.
Ella retrocedió para situarse tras él, sin dejar de observar al behemot. Había algo en aquella criatura que la repelía aún más que los demonios con los que se había encontrado otras veces. Parecía una babosa ciega con dientes, y supuraba de un modo… Aunque al menos no se movía de prisa. Jace no debería tener muchos problemas para matarla.
Como espoleado por sus pensamientos, Jace corrió hacia el demonio, asestando una cuchillada con el llameante cuchillo serafín, que se hundió en la espalda del behemot emitiendo un sonido parecido al de una fruta demasiado madura cuando la pisan. El demonio pareció contraerse, luego se estremeció y finalmente volvió a formarse de improviso a varios metros del lugar anterior.
Jace miró a Jahoel .
—Me lo temía —masculló—. Es sólo medio corpóreo. Difícil de matar.
—Entonces no lo hagas. —Clary le tiró de la manga—. Al menos no se mueve deprisa. Salgamos de aquí.
Jace dejó de mala gana que le arrastrara tras ella. Se volvieron y corrieron en la dirección por la que habían venido.
Pero el demonio volvía a estar allí, delante de ellos, obstruyendo la calle. Parecía haber crecido, y de él brotaba una especie de enojado chirrido de insecto.
—Creo que no quiere que nos vayamos —dijo Jace.
—Jace…
Pero él ya corría hacia la criatura, blandiendo a Jahoel y trazando un largo arco para decapitarla. Sin embargo, aquella cosa se limitó a estremecerse otra vez y se formó de nuevo, en esta ocasión detrás de él. Se irguió, mostrando una parte inferior acanalada como la de una cucaracha. Jace giró en redondo y descargó a Jahoel , hundiéndola en la sección detrás de la criatura. Un fluido verde, espero, manó sobre el cuchillo.
Jace retrocedió, con el rostro contraído por la repugnancia. El behemot seguía emitiendo el mismo ruido chirriante. Aquel líquido seguía brotando a chorros de él, pero no parecía herido. Avanzaba con determinación.
—¡Jace! —gritó Clary—. Tu cuchillo…
La mucosidad del demonio behemot había recubierto la hoja de Jahoel , volviendo opaca su llama. Mientras él la contemplaba con asombro, el cuchillo serafín chisporroteó y se extinguió como un fuego apagado con arena. Soltó el arma entre improperios antes de que la baba del demonio pudiese tocarle.
El behemot volvió a levantarse, dispuesto a atacar. Jace se echó hacia atrás para esquivarlo… y entonces Clary se interpuso como una exhalación entre él y el demonio, blandiendo su cuchillo serafín. Lo clavó en la criatura justo por debajo de la hilera de dientes, hundiendo la hoja en su masa con un sonido húmedo y desagradable.
Se retiró violentamente, jadeando, mientras el demonio volvía a contraerse. A la criatura parecía costarle una cierta cantidad de energía el formarse cada vez que la herían. Si simplemente pudieran herirla la suficiente cantidad de veces…
Algo se movió en el límite de visión de Clary. Un parpadeo gris y marrón moviéndose veloz. No estaban solos. Jace se volvió y abrió bien los ojos.
—¡Clary! —chilló—. ¡Detrás de ti!
La muchacha giró en redondo, con Cassiel llameando en su mano, al mismo tiempo que el lobo se arrojaba sobre ella, con los labios tensados hacia atrás en un feroz gruñido y las fauces bien abiertas.
Jace gritó algo; Clary no le entendió, pero percibió la enloquecida expresión de sus ojos y se arrojó a un lado, fuera del camino del animal, que voló, con las zarpas extendidas y el cuerpo arqueado… y alcanzó a su blanco, el behemot, derribándolo contra el suelo antes de empezar a desgarrarlo a dentelladas.
El demonio chilló, o emitió lo más parecido a un chillido que pudo: un gimoteo agudo, similar al sonido del aire al escapar de un globo. El lobo estaba encima de él, inmovilizándolo, con el hocico profundamente enterrado en el pellejo viscoso del demonio. El behemot se estremeció y trató desesperadamente de formarse y curar sus heridas, pero el lobo no le concedía la menor oportunidad. Con las zarpas profundamente hundidas en la criatura, el lobo arrancaba con los dientes pedazos de carne gelatinosa del cuerpo del behemot, ignorando los chorros de fluido verde que llovían sobre él. El behemot inició una última y desesperada serie de convulsas contorsiones, con las mandíbulas dentadas chasqueando entre sí mientras se revolvía… y entonces desapareció, dejando sólo un charco viscoso de fluido verde humeando en los adoquines donde había estado.
El lobo emitió una especie de gruñido de satisfacción y se volvió para contemplar a Jace y a Clary con ojos que la luz de la luna volvía plateados. Jace sacó otro cuchillo de su cinturón y lo sostuvo en alto, dibujando una llameante línea en el aire entre ellos y el hombre lobo.
El lobo gruñó y su pelaje se erizó a lo largo del lomo.
Clary le sujetó el brazo.
—No…, no lo hagas.
—Es un hombre lobo, Clary…
—¡Mató al demonio por nosotros! ¡Está de nuestro lado!
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