—Pero por eso es exactamente por lo que necesitamos tu ayuda —explicó Jordan—. Por su carácter, las manadas están siempre en movimiento, son nómadas. No tienen la oportunidad de crear cosas como bibliotecas donde almacenar conocimientos. No estoy diciendo que no tengan saber, pero todo está en forma de tradición oral y cada manada sabe cosas diferentes. Podríamos ir de manada en manada, y quizá alguien supiera cómo curar a Luke, pero no tenemos tiempo. Esto —hizo un gesto hacia los libros que cubrían las paredes— es lo más parecido que tienen los licántropos a, digamos, los archivos de los Hermanos Silenciosos o el Laberinto Espiral de los brujos.
Scott no parecía convencido. Maia dejó su bebida proteínica.
—Y Luke no es sólo un jefe más —añadió—. Es el representante licántropo en el Consejo. Si le ayuda a curarse, el Praetor siempre tendrá una voz a su favor en el Consejo.
A Scott le brillaron los ojos.
—Interesante —repuso—. Muy bien. Echaré una ojeada a los libros. Seguramente me llevará unas cuantas horas. Jordan, te sugiero que descanses un poco, si vas a regresar a Manhattan. No nos gustaría que estrellaras tu camioneta contra un árbol.
—Puedo conducir yo… —comenzó Maia.
—Los dos parecéis agotados. Jordan, como sabes, siempre habrá una habitación para ti en la Casa Praetor , aunque te hayas graduado. Y Nick está en una misión, así que hay una cama también para Maia. ¿Por qué no descansáis los dos un poco, y os llamo cuando haya acabado? —Se volvió en la silla para examinar los libros de las paredes.
Jordan hizo un gesto a Maia para indicarle que tenían que salir; ésta se puso en pie y se sacudió las migas de los pantalones. Estaba a medio camino de la puerta cuando Praetor Scott habló de nuevo.
—Oh, y, Maia Roberts —dijo en una voz que contenía un cierto tono de advertencia—: Espero que entiendas que cuando haces promesas en nombre de otros, es tu responsabilidad asegurarte de que las cumplan.
Al despertar, Simon seguía sintiéndose agotado, y parpadeó en la oscuridad. Las gruesas cortinas sobre las ventanas dejaban pasar muy poca luz, pero su reloj interno le dijo que era de día. Eso y que Isabelle no estuviera; su lado de la cama estaba revuelto y las sábanas apartadas.
Era de día, y no había hablado con Clary desde que ésta se fue. Sacó la mano de debajo de las sábanas y miró el anillo de oro en su mano derecha. Era muy delicado, y estaba grabado con lo que parecían o dibujos o palabras en un alfabeto que él desconocía.
Apretó los dientes, se sentó en la cama y tocó el anillo.
«¿Clary?»
La respuesta fue inmediata y clara. Simon casi se cayó de la cama de alivio.
«Simon. Gracias a Dios.»
«¿Puedes hablar?»
«No —fue la respuesta. Simón notó más que oyó una tensa inquietud en la voz que sonaba en su cabeza—. Me alegro de que me hayas hablado, pero ahora no me va bien. No estoy sola.»
«Pero ¿estás bien?»
«Sí. No ha pasado nada aún. Estoy tratando de reunir información. Te hablaré en cuanto oiga algo.»
«De acuerdo. Cuídate.»
«Tú también.»
Y se fue. Simon pasó las piernas por el borde de la cama, hizo lo que pudo para alisarse el revuelto cabello y fue a ver si alguien más estaba despierto.
Lo estaban. Alec, Magnus, Jocelyn e Isabelle estaban sentados alrededor de la mesa del salón del brujo. Mientras que Alec y Magnus iban en vaqueros, tanto Jocelyn como Isabelle llevaban el uniforme; la chica con el látigo enrollado en el brazo derecho. Alzó la mirada cuando él entró, pero no le sonrió; tenía los hombros tensos y la boca apretada en una fina línea. Todos tenían tazas de café delante.
—Hay una razón para que el ritual de los Instrumento Mortales fuera tan complicado. —Magnus se acercó el azucarero haciéndolo flotar y se echó azúcar en el café—. Los ángeles actúan a instancias de Dios, no de los humanos, ni siquiera de los cazadores de sombras. Invoca a uno, y lo más fácil es que caiga sobre ti la ira divina. La idea del ritual de los Instrumentos Mortales no era permitir a alguien invocar a Raziel. Era proteger al invocador de la ira del Ángel una vez apareciera.
—Valentine… —comenzó Alec.
—Sí, Valentine también invocó a un ángel menor. Y nunca le habló, ¿no? Nunca le dio ninguna ayuda, aunque recolectara su sangre. E incluso así, debía de estar empleando hechizos increíblemente poderosos para retenerlo. Según lo entiendo, enlazó su vida a la mansión Wayland, de forma que cuando el ángel murió, la mansión se convirtió en ruinas. —Tamborileó su taza con una uña pintada de azul—. Y se condenó a sí mismo. Tanto si crees en el Cielo y en el Infierno como si no, seguro que se condenó. Cuando invocó a Raziel, éste lo mató. En parte como venganza por lo que Valentine había hecho a su hermano ángel.
—¿Por qué estáis hablando de invocar a ángeles? —preguntó Simon, sentándose en el extremo de la larga mesa.
—Isabelle y Jocelyn han ido a ver a las Hermanas de Hierro —explicó Alec—. En busca de una arma que se pueda usar contra Sebastian sin que afecte a Jace.
—¿Y no hay ninguna?
—Nada en este mundo —contestó Isabelle—. Una arma celestial podría servir, o algo con una gran adscripción demoníaca. Estábamos considerando la primera opción.
—¿Invocar a un ángel para que os dé una arma?
—Ha pasando antes —dijo Magnus—. Raziel le dio la Espada Mortal a Jonathan Cazador de Sombras. En las viejas historias, la noche antes de la batalla de Jericó apareció un ángel y le dio una espada a Josué.
—Uh —masculló Simon—. Habría pensado que los ángeles se dedicaban a la paz, no a las armas.
Magnus resopló.
—Los ángeles no son sólo mensajeros. Son soldados. Se dice que Miguel levantó ejércitos. Los ángeles no son pacientes. Sobre todo, con las vicisitudes de los seres humanos. Si alguien tratara de invocar a Raziel sin los Instrumentos Mortales para protegerse, seguramente caería muerto al instante. Los demonios son más fáciles de invocar. Hay más, y muchos son débiles. Pero claro, un demonio débil no puede ayudarte mucho…
—No podemos invocar a un demonio —exclamó Jocelyn, horrorizada—. La Clave…
—Creía que hacía años que había dejado de importarte lo que la Clave pensara de ti —replicó Magnus.
—No es lo mismo —repuso Jocelyn—. El resto de vosotros. Luke. Mi hijo. Si la Clave supiera…
—Bueno, pues no lo sabrán, ¿verdad? —dijo Alec, con un cierto tono cortante en su voz, normalmente amable—. A no ser que se lo digas.
Jocelyn pasó la mirada del serio rostro de Isabelle al inquisitivo de Magnus, y luego a los obstinados ojos azules de Alec.
—¿Lo estáis pensando en serio? ¿Invocar a un demonio?
—Bueno, no a cualquier demonio —contestó Magnus—. Azazel.
Jocelyn sacó chispas por los ojos.
—¿Azazel? —Miró a todos los otros, como si buscara apoyo, pero Izzy y Alec miraban sus tazas, y Simon sólo se encogió de hombros.
—No sé quién es Azazel —dijo éste—. ¿No es el gato de Los pitufos ? —Miró alrededor, pero Isabelle lo miró poniendo los ojos en blanco.
«¿Clary?», pensó.
Su voz le llegó, teñida de alarma.
«¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Ha descubierto mi madre que no estoy?»
«Aún no —pensó él, respondiendo—. ¿Azazel es el gato de Los pitufos ?»
Un largo silencio.
«Eso es Azrael , Simon. Y no vuelvas a usar los anillos mágicos para preguntar por Los pitufos .»
Se fue. Simon alzó la mirada de su mano y vio a Magnus mirándolo inquisitivo.
—No es un gato, Silvestre —respondió—. Es un Demonio Mayor. Teniente del Infierno y Forjador de Armas. Era el ángel que enseñó a los humanos a hacer armas, cuando antes había sido un conocimiento que sólo los ángeles poseían. Eso causó su caída, y ahora es un demonio. «Y toda la Tierra se corrompió por las obras que Azazel enseñó. Impútale todo pecado.»
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