Cassandra Clare - Ciudad de las almas perdidas

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Jace es ahora un sirviente del mal, vinculado a Sebastian por toda la eternidad. Sólo un pequeño grupo de Cazadores de Sombras cree posible su salvación. Para lograrla, deben desafiar al Cónclave, y deben actuar sin Clary. Porque Clary está jugando a un juego muy peligroso por su propia cuenta y riesgo. Si pierde, el precio que deberá pagar no consiste tan solo en entregar su vida, sino también el alma de Jace.
Clary está dispuesta a hacer lo que sea por Jace, pero ¿puede seguir confiando en él? ¿O lo ha perdido para siempre? ¿Es el precio a pagar demasiado alto, incluso para el amor?

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Unos susurros hicieron a Isabelle apartar la mirada del suelo y alzar los ojos. Una sombra apareció dentro de una de las lisas paredes blancas; una sombra que se fue haciendo más nítida, más cercana. De repente, una parte de la pared se deslizó hacia un lado y salió una mujer.

Llevaba un vestido blanco, largo y holgado, ajustado a las muñecas y bajo los pechos por una atadura plateada clara de cordón demoníaco. Su rostro era al mismo tiempo terso y antiguo. Podría ser de cualquier edad. Llevaba el largo cabello oscuro recogido en una gruesa trenza, que le caía por la espalda. Sobre los ojos y las sienes tenía tatuada una intrincada máscara de florituras del color naranja de las llamas al bailar.

—¿Quién visita a las Hermanas de Hierro? —preguntó—. Decid vuestros nombres.

Isabelle miró a Jocelyn, que le hizo un gesto para que hablara primero. La chica carraspeó.

—Soy Isabelle Lightwood, y ésta es Jocelyn Fr… Fairchild. Hemos venido a pediros ayuda.

—Jocelyn Morgenstern —repuso la mujer—. Nacida Fairchild, pero no puedes borrar tan fácilmente la mancha de Valentine de tu pasado. ¿No le volviste la espalda a la Clave?

—Es cierto —contestó Jocelyn—. Soy una renegada. Pero Isabelle es una hija de la Clave. Su madre…

—Dirige el Instituto de Nueva York —concluyó la mujer—. Aquí estamos apartadas, pero no carecemos de fuentes de información; no soy tonta. Mi nombre es hermana Cleophas, y soy una Hacedora. Modelo el adamas para que las otras hermanas lo tallen. Reconozco ese látigo que te enrollas tan astutamente en la muñeca. —Señaló a Isabelle—. Y en cuanto al adorno que llevas al cuello…

—Si tanto sabes —la interrumpió Jocelyn, mientras Isabelle se llevaba la mano al rubí que le colgaba del cuello—, entonces ¿sabes por qué estamos aquí? ¿Por qué hemos acudido a vosotras?

La hermana Cleophas entrecerró los ojos y sonrió lentamente.

—A diferencia de nuestros hermanos mudos, en la Fortaleza no podemos leer el pensamiento. Por lo tanto, dependemos de una red de información, por lo general muy eficaz. Supongo que esta visita tiene algo que ver con la situación relacionada con Jace Lightwood, ya que su hermana está aquí, y con tu hijo, Jonathan Morgenstern.

—Tenemos un enigma —repuso Jocelyn—. Jonathan Morgenstern conspira contra la Clave, al igual que hizo su padre. La Clave lo ha condenado a muerte. Pero Jace, es decir, Jonathan Lightwood, es muy querido por su familia, que no han hecho ningún mal, y por mi hija. El enigma es que Jace y Jonathan están unidos por una magia de sangre muy antigua.

—¿Magia de sangre? ¿Qué clase de magia de sangre?

Jocelyn sacó las notas dobladas de Magnus del bolsillo de su uniforme y se las entregó. Cleophas las revisó con su feroz mirada fija. Isabelle se sorprendió al ver que los dedos de sus manos eran muy largos, no elegantemente largos sino grotescamente, como si los huesos se le hubieran estirado tanto que cada mano parecía una araña albina. Las uñas estaban limadas en punta, cada una acabada con electrum .

La hermana Cleophas meneó la cabeza.

—Las Hermanas tenemos poco que ver con la magia de sangre.

El color de llamas de sus ojos pareció bailotear y luego atenuarse, y un momento después apareció otra sombra desde detrás de la superficie como vidrio empañado de la pared de adamas . Esa vez, Isabelle observó más fijamente mientras la segunda Hermana de Hierro salía por el agujero. Era como ver a alguien surgir de una nube de humo blanco.

—Hermana Dolores —dijo Cleophas, y le entregó las notas de Magnus a la recién llegada. Ésta se parecía mucho a Cleophas; la misma constitución alta y estrecha, el mismo vestido blanco, el mismo cabello largo, aunque en su caso era gris y sujeto al final de sus dos trenzas por un hilo de oro. A pesar del cabello gris, su rostro no mostraba ninguna arruga; sus ojos, del color del fuego, eran brillantes—. ¿Puedes entender esto?

Dolores echó un vistazo a las páginas.

—Un hechizo de unión —contestó—. Muy parecido a nuestra propia ceremonia de parabatai , pero su adscripción es demoníaca.

—¿Qué lo hace demoníaco? —preguntó Isabelle—. Si el hechizo de parabatai es inocuo…

—¿Lo es? —intervino Cleophas, pero Dolores le lanzó una mirada para acallarla.

—El ritual de parabatai une a dos individuos pero deja libres sus voluntades independientes —explicó Dolores—. Éste une a dos, pero subordina uno a otro. Lo que crea el primario, el otro lo creerá; lo que quiere el primero, el otro lo querrá. Básicamente elimina el libre albedrío del socio secundario del hechizo, y por eso es demoníaco. Porque el libre albedrío es lo que nos convierte en criaturas del Cielo.

—También parece querer decir que cuando se hiere a uno, el otro también resulta herido —dijo Jocelyn—. ¿Podemos presumir lo mismo respecto a la muerte?

—Sí. Ninguno sobrevive a la muerte del otro. Esto tampoco forma parte de nuestro ritual de parabatai , porque es demasiado cruel.

—La pregunta que queremos plantearos es ésta —continuó Jocelyn—. ¿Existe alguna arma forjada, o que podáis crear, que pueda dañar a uno sin dañar al otro? ¿O que pueda separarlos?

La hermana Dolores volvió a mirar las notas, y luego se las devolvió a Jocelyn. Sus manos, como las de su colega, eran largas y delgadas, y tan blancas como la nieve.

—Ninguna arma que hayamos forjado o podamos forjar jamás tiene ese poder.

Isabelle apretó los puños en los costados, clavándose las uñas.

—¿Quieres decir que no hay nada?

—Nada en este mundo —respondió Dolores—. Una hoja del Cielo o del Infierno tal vez lo hiciera. La espada del Arcángel Miguel, con la que Josué luchó en Jericó, porque está insuflada con el fuego celestial. Y hay hojas forjadas en la oscuridad del Pozo que podrían ayudaros, aunque cómo se podría obtener alguna, es algo que desconozco.

—Y la Ley nos impediría decíroslo si lo supiéramos —añadió Cleophas con aspereza—. Comprenderéis, naturalmente, que también tendremos que informar a la Clave de vuestra visita…

—¿Y qué hay de la espada de Josué? —la interrumpió Isabelle—. ¿Podéis conseguirla? ¿O podemos nosotras?

—Sólo un ángel puede donaros esa espada —contestó Dolores—. Y convocar a un ángel representa ser condenado con el fuego celestial.

—Pero Raziel… —comenzó Isabelle.

Los labios de Cleophas se convirtieron en una delgada línea.

—Raziel nos dejó los Instrumentos Mortales para que pudiéramos llamarlo en un momento de gran necesidad. Esa única oportunidad se perdió cuando Valentine lo invocó. Nunca seremos capaces de emplear su poder de nuevo. Fue un crimen emplear los Instrumentos de esa manera. La única razón por la que Clarissa Morgenstern evita la culpabilidad es porque fue su padre quien lo invocó, no ella.

—Mi esposo también invocó a otro ángel —repuso Jocelyn. Habló en voz baja—. El ángel Ithuriel. Lo mantuvo prisionero durante muchos años.

Ambas Hermanas vacilaron antes de que Dolores hablara.

—Hacer caer a un ángel en una trampa es el más negro de los delitos —afirmó—. La Clave no lo aprobaría nunca. Incluso si invocaras a alguno, nunca podrías obligarlo a cumplir tu voluntad. No existe ningún hechizo para eso. Nunca conseguirías que un ángel te diera la espada del Arcángel: Puedes arrebatarle algo a un ángel a la fuerza, pero no hay crimen mayor. Es mejor que tu Jonathan muera antes que mancillar así a un ángel.

Ante eso, Isabelle, que se había ido enfureciendo, estalló.

—Ése es el problema que tenéis vosotros, todos vosotros, las Hermanas de Hierro y los Hermanos Silenciosos. Sea lo que sea que os hagan para cambiaros de cazadores de sombras a lo que sois, os elimina todo sentimiento. Podemos ser en parte ángeles, pero también somos humanos. Vosotros no entendéis el amor, o lo que la gente hace por amor, por la familia…

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