—¿Fue aquí donde te entrenaste? —preguntó—. Este lugar es maravilloso.
—No te dejes engañar —repuso Jordan sonriendo—. Es un campo de entrenamiento.
Ella lo miró de reojo. Él seguía sonriendo. Lo había estado haciendo, casi sin parar, desde que ella lo había besado junto a la playa al amanecer. En parte, Maia se sentía como si una mano la hubiera lanzado volando al pasado, cuando amaba a Jordan más de lo que se podía imaginar, pero por otra parte se sentía totalmente a la deriva, como si se hubiera despertado en medio de un paraje totalmente desconocido, lejos de la cotidianeidad de su vida normal y del calor de la manada.
Resultaba muy peculiar. No malo, pensó. Sólo… peculiar.
Jordan detuvo la camioneta en la plazoleta circular que se abría ante la casa que, de cerca, Maia pudo ver que estaba construida con bloques de piedra dorada, del color de la piel del lobo. Una puerta doble negra se hallaba en lo alto de una enorme escalera de piedra. En el centro de la plazoleta había un gran reloj de sol, y en su esfera vio que eran las siete de la mañana. Alrededor del borde del reloj había unas palabras grabadas: «SÓLO MARCO LAS HORAS QUE BRILLAN».
Maia abrió la puerta y saltó de la cabina justo cuando las puertas de la casa se abrían.
—¡ Praetor Kyle! —se oyó decir a una voz.
Jordan y Maia alzaron la mirada. Por la escalera descendía un hombre maduro en un traje negro carbón; tenía el rubio cabello mechado de gris. Jordan eliminó toda expresión de su rostro y se dirigió a él.
— Praetor Scott —saludó—. Te presento a Maia Roberts, de la manada de Garroway. Maia, éste es Praetor Scott. Él dirige el Praetor Lupus .
—Desde 1800, los Scott siempre han dirigido el Praetor —explicó el hombre, mirando a Maia, que inclinó la cabeza en señal de sumisión—. Jordan, debo admitir que no te esperaba tan pronto de vuelta. La situación con el vampiro diurno en Manhattan…
—Está controlada —se apresuró a decir el chico—. Pero no es por eso que estamos aquí. Esto tiene que ver con algo totalmente diferente.
Praetor Scott arqueó las cejas.
—Ahora me has picado la curiosidad.
—Es un asunto bastante urgente —intervino Maia—. Luke Garroway, el líder de nuestra manada…
Praetor Scott la miró con dureza, silenciándola. Aunque no tuviera manada, era un macho dominante; eso resultaba evidente en todo él. Los ojos, bajo unas espesas cejas, eran gris verdoso; en el cuello, bajo la camisa, destellaba el colgante de bronce de los Praetor , con sus marcas de patas de lobo.
—El Praetor decide qué asuntos considera urgentes —replicó él—. Y tampoco estamos en un hotel, abierto a huéspedes que no han sido invitados. Jordan ha cometido un atrevimiento al traerte aquí, y de no ser porque es uno de nuestros graduados más prometedores, os podría haber dicho que os fuerais.
Jordan se colgó los pulgares de la cintura de los vaqueros y miró al suelo. Un momento después, Praetor Scott le puso la mano en el hombro.
—Pero —continuó éste— eres uno de nuestros graduados más prometedores. Y parecéis agotados; veo que os habéis pasado toda la noche en vela. Entrad, y discutiremos este asunto tranquilamente en mi despacho.
El despacho resultó estar al fondo de un pasillo largo y sinuoso, forrado de elegante madera oscura. En la casa se oían animadas voces, y un letrero, donde ponía REGLAS DE LA CASA, estaba clavado en la pared junto a la escalera.
REGLAS DE LA CASA
• No se permiten transformaciones en los pasillos.
• No se permite aullar.
• No se permite plata.
• Se debe permanecer vestido en todo momento. EN TODO MOMENTO.
• No se permite luchar ni morder.
• Etiquetar toda la comida antes de meterla en el refrigerador comunitario.
El aroma de la preparación del desayuno colgaba en el aire, e hizo que a Maia le rugiera el estómago. Praetor Scott pareció divertirse.
—Haré que alguien prepare un plato con algo, si tenéis hambre.
—Gracias —murmuró la chica. Habían llegado al final del pasillo, y Praetor Scott abrió una puerta donde ponía «DESPACHO».
El licántropo de más edad frunció el cejo.
—Rufus —exclamó—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Maia miró más allá de él. El despacho era una sala grande, cómodamente revuelta. Había una ventana rectangular que daba a los amplios jardines, donde un grupo de jóvenes estaban realizando lo que parecían maniobras de entrenamiento, vestidos con ropa de ejercicio. Las paredes de la sala estaban cubiertas de libros sobre licantropía, muchos en latín, aunque Maia pudo reconocer la palabra «lupus». El escritorio era una losa de mármol colocada sobre las esculturas de dos lobos rugiendo.
Ante él había dos sillas. Encorvado en una de ellas y con las manos agarradas se hallaba sentado un hombre de buen tamaño, otro licántropo.
— Praetor —dijo en una voz chirriante—. Esperaba poder hablar contigo sobre el incidente de Boston.
—¿El incidente en el que le rompiste la pierna al joven de quien debías encargarte? —preguntó el Praetor con sequedad—. Ya hablaremos de eso, Rufus, pero no ahora. Algo más urgente me requiere.
—Pero Praetor …
—Eso será todo por ahora, Rufus —dijo Scott en el tono vibrante de un lobo alfa cuyas órdenes son incuestionables—. Recuerda, éste es un lugar de rehabilitación. Parte de ella es aprender a respetar la autoridad.
Mascullando para sí, Rufus se levantó de la silla. Sólo cuando estuvo en pie, Maia se dio cuenta de su enorme tamaño y reaccionó. Rufus se alzaba por encima de Jordan y de ella, con la camiseta negra tirante sobre el pecho, con las mangas a punto de rajarse alrededor del bíceps. Llevaba el cabello cortado al cero; tenía marca de garras cruzándole una mejilla, como surcos en un campo. Les lanzó una fea mirada al pasar ante ellos y salir al pasillo.
—Claro que algunos de nosotros —comentó Jordan— somos más fáciles de rehabilitar que otros.
Cuando los pesados pasos de Rufus dejaron de oírse, Scott se sentó en el sillón detrás del escritorio y apretó el botón de un intercomunicador sorprendentemente moderno. Después de pedir el desayuno con una voz clara, se recostó con las manos tras la cabeza.
—Soy todo oídos —dijo.
Mientras Jordan explicaba la historia y su petición a Praetor Scott, Maia no pudo evitar que los ojos y la cabeza se le fueran de un lado a otro. Se preguntó cómo habría sido criarse allí, en esa elegante casa de reglas y normas, en vez de en la comparativa libertad de la manada. En algún momento, un licántropo vestido de negro, que parecía ser el color oficial del Praetor , entró con lonchas de asado, queso y bebidas proteínicas en una bandeja de alpaca. Maia miró el desayuno con cierto desánimo. Era cierto que los licántropos necesitaban más proteínas que la gente normal, muchas más, pero ¿asado para desayunar?
—Encontrarás —dijo Praetor Scott mientras Maia tomaba su bebida proteínica con cautela— que, en realidad, el azúcar refinado es malo para los licántropos. Si dejas de consumirlo durante un cierto tiempo, dejarás de echarlo en falta. ¿No te ha explicado eso el jefe de tu manada?
Maia trató de imaginarse a Luke, al que le gustaba hacer creps de formas divertidas, echándoles un sermón sobre el azúcar, pero no lo consiguió. Sin embargo, ése no era el momento de mencionarlo.
—Sí, claro que lo ha hecho —contestó ella—. Yo suelo…, ah…, tener un desliz en momentos de tensión.
—Entiendo tu preocupación por tu jefe de manada —repuso Scott. Un rolex le brilló en la muñeca—. Por lo general, mantenemos una estricta política de no intervención en asuntos que no tengan que ver con subterráneos recientes. En realidad, no damos prioridad a los licántropos sobre otros subterráneos, aunque en el Praetor sólo se acepten licántropos.
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