George Effinger - Un fuego en el Sol

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Un fuego en el Sol: краткое содержание, описание и аннотация

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En otros tiempos era un buscavidas callejero de los bajos fondos conocidos como el Budayén. Ahora, Marîd Audran se ha convertido en aquello que más odiaba. Ha perdido su orgullosa independencia para pasar a ser un títere de Friedlander Bey, aquell-que-mueve-los-hilos, y a trabajar como policia.
Al mismo tiempo que busca la forma de enfrentarse a sí mismo y al nuevo papel que le ha tocado adoptar, Audran se topa con una implacable ola de terror y violencia que golpea a una persona que ha aprendido a respetar. Buscando venganza, Audrán descubre verdades ocultas sobre su propia historia que cambiarán el curso de su propia vida para siempre.
Un fuego en el Sol

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—Soy el agente Shaknahyi y éste es Marîd Audran. Queremos ver al caíd Reda.

El criado asintió pero no dijo nada. Le seguimos dentro de la casa y cerró la pesada puerta de madera detrás de nosotros. Los rayos de sol se filtraban a través de las celosías por encima de nuestras cabezas. Oí a alguien tocando el piano en la lejanía. Distinguí el olor del cordero asado y de la mezcla del café. La miseria, sólo a un tiro de piedra, había sido definitivamente erradicada. La casa era un pequeño mundo autosuficiente, estoy seguro de que eso era lo que pretendía Abu Adil.

Nos condujeron directamente ante la presencia de Abu Adil. Ni siquiera yo podía ver a Friedlander Bey con tanta rapidez.

Reda Abu Adil era un hombre alto y rechoncho. Al igual que Papa era imposible adivinar su edad. Sabía a ciencia cierta que era tan anciano como Friedlander Bey. Vestía una holgada túnica blanca y no portaba ninguna joya. Tenía la barba blanca y el bigote cuidadosamente recortados y un espeso cabello blanco, entre el que sobresalía un moddy de color gris pichón y dos daddies. Era lo bastante experto como para percatarme de que Abu Adil no tenía un enchufe, como el que yo llevaba, y su hardware se conectaba a una entrada corímbica.

Abu Adil se reclinaba sobre una cama de hospital, elevada para que pudiera vernos con comodidad mientras hablábamos. Se tapaba con una costosa manta bordada a mano, y sus nudosas manos descansaban por encima de la manta a cada lado de su cuerpo. Parecían pesarle los párpados, como si estuviera drogado o profundamente dormido. Gesticuló y gimió mientras estuvimos allí. Esperarnos a que dijese algo.

Pero no lo hizo. En cambio, un joven de pie ante el lecho de hospital se dirigió a nosotros.

—El caíd Reda os da la bienvenida a su hogar. Me llamo Umar Abdul-Qawy. Podéis hablar al caíd Reda a través de mí.

Este tal Umar tendría unos cincuenta años. Tenía ojos brillantes y desconfiados y una amarga expresión que parecía no alterarse jamás. También parecía bien alimentado, y vestía una impresionante túnica dorada y un caftán azul metálico. Llevaba la cabeza desnuda y, al igual que su amo, un moddy dividía su escaso pelo. Me desagradó desde el principio.

Era evidente que me encontraba ante mi homólogo. Umar Abdul-Qawy hacía por Abu Adil lo que yo por Friedlander Bey, aunque estoy seguro de que llevaban más tiempo juntos y estaba más familiarizado con el funcionamiento interno del imperio de su amo.

—Si no es un buen momento —dije—, regresaremos más tarde.

—Es un mal momento —dijo Umar—. El caíd Reda sufre los tormentos de un cáncer terminal. Pero, por eso mismo, es difícil que haya un momento mejor.

—Rezaremos por su bienestar —respondí.

Las comisuras de los labios de Abu Adil esbozaron una sonrisa.

Allah yisallimak — dijo Umar—. Dios te bendiga. Ahora, decidme qué os trae por aquí esta tarde.

Era intolerablemente directo. En el mundo musulmán, no se deben hacer averiguaciones sobre el asunto de una visita. La costumbre exige que se observen las leyes de la hospitalidad, al menos un mínimo. Esperaba que nos sirvieran café, cuando no comida. Miré a Shaknahyi.

No pareció molestarle.

—¿Qué negocios tiene el caíd Reda con Friedlander Bey?

Eso desconcertó a Umar.

—¿Por qué? Ninguno en absoluto —dijo, separando las manos.

Abu Adil exhaló un largo y doloroso quejido y cerró los ojos. Umar nunca se volvía hacia él.

—¿Entonces el caíd Reda no se comunica con él para nada? —preguntó Shaknahyi.

—Para nada. Friedlander Bey es un hombre grande e influyente, pero sus intereses están en otra parte de la ciudad. Los dos caíds no han discutido jamás nada que tenga que ver con negocios. Sus intereses no tienen ningún punto en común.

—¿Y Friedlander Bey no es un impedimento ni un obstáculo para los planes del caíd Reda?

—Mirad a mi amo —dijo Umar—. ¿Qué clase de planes creéis que tiene?

Abu Adil parecía totalmente indefenso en su agonía. Me preguntaba por qué nos había enviado Hajjar a un recado tan estúpido.

—Hemos recibido cierta información y debíamos comprobarla —dijo Shaknahyi—. Lamentamos la intromisión.

—Está bien. Kamal os mostrará la salida.

Umar nos contemplaba con una expresión pétrea. Sin embargo, Abu Adil intentó alzar la mano como despedida o bendición, pero se le desplomó inerte sobre la manta.

Seguimos al criado hasta la puerta principal. Cuando nos encontramos solos en el exterior, Shaknahyi rompió a reír.

—Ha sido una especie de representación —dijo.

—¿Qué representación? ¿Me he perdido algo?

—Si hubieras leído todo el fichero, sabrías que Abu Adil no tiene cáncer. Nunca ha padecido cáncer.

—Entonces…

Shaknahyi torció la boca con un gesto de desprecio.

—¿Has oído hablar del Infierno Sintético? Es un puñado de lunáticos que llevan moddies falsificados, ilícitos, fabricados en la trastienda de alguien. Consisten en grabaciones de personas reales en situaciones horribles.

Estaba sorprendido.

—¿Era eso lo que estaba haciendo Abu Adil? ¿Llevaba el módulo de personalidad de un enfermo de cáncer terminal?

Shaknahyi asintió mientras abría la puerta del coche y se metía en él.

—Estaba conectado a un sufrimiento y un dolor experimentados por otro. En el mercado negro puedes comprar el tipo de enfermedad o circunstancia que desees. Hay un montón de masoquistas dementes a quienes les gusta.

Me reuní con él en el coche patrulla.

—Y yo que creía que las chicas y los travestis de la Calle estaban abusando de immoddies… Esto añade un nuevo significado al mundo de la perversión.

Shaknahyi puso en marcha el coche y dimos la vuelta a la fuente en dirección a la puerta.

—Introducen nueva tecnología y, no importa el bien que haga a la mayoría de la gente, siempre hay un loco hijo de puta que encuentra cómo distorsionarla.

Medité sobre eso y sobre mis propios moddies corporales, mientras volvíamos a la comisaría atravesando el misérrimo distrito en el que habitaban Reda Abu Adil y sus fieles seguidores.

7

Durante la semana siguiente pasé tanto tiempo en el coche patrulla como antes frente a mi ordenador de la tercera planta de la comisaría. Después de mis primeras experiencias como patrullero me sentía bien, aunque estaba claro que tenía mucho que aprender de Shaknahyi. Intervinimos en riñas domésticas e investigamos robos, pero no eran más drásticos que la emergencia de la desgraciada amenaza de bomba de Al-Muntaqim.

Shaknahyi dejó pasar algunos días y quiso volver a visitar a Reda Abu Adil. Creía que Friedlander Bey le había dicho al teniente Hajjar que nos asignara la investigación, pero Papa seguía simulando que no le interesaba en absoluto. Nuestra delicada investigación tendría más éxito si alguien nos dijera qué demonios debíamos averiguar.

Sin embargo, tenía otros problemas en mente. Una mañana, después de que me vistiera y Kmuzu me sirviera el desayuno, me senté y pensé en lo que deseaba conseguir ese día.

—Kmuzu —le dije—, ¿puedes despertar a mi madre y ver si desea hablar conmigo? Necesito preguntarle algo antes de ir a la comisaría.

—No faltaba más, yaa Sidi. — Me miró con cautela como si intentase hacerle una jugarreta—. ¿Quieres verla inmediatamente?

—Tan pronto como pueda adecentarse, si es que puede.

Noté la expresión desaprobadora de Kmuzu y me callé.

Tomé un poco más de café hasta que regresó.

—Umm Marîd se alegrará de verte ahora —dijo Kmuzu.

Me sorprendió.

—Odiaba levantarse antes de mediodía.

—Ya estaba despierta y vestida cuando llamé a su puerta.

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