George Effinger - Un fuego en el Sol

Здесь есть возможность читать онлайн «George Effinger - Un fuego en el Sol» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Madrid, Год выпуска: 1991, ISBN: 1991, Издательство: Martínez Roca, Жанр: Киберпанк, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Un fuego en el Sol: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Un fuego en el Sol»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En otros tiempos era un buscavidas callejero de los bajos fondos conocidos como el Budayén. Ahora, Marîd Audran se ha convertido en aquello que más odiaba. Ha perdido su orgullosa independencia para pasar a ser un títere de Friedlander Bey, aquell-que-mueve-los-hilos, y a trabajar como policia.
Al mismo tiempo que busca la forma de enfrentarse a sí mismo y al nuevo papel que le ha tocado adoptar, Audran se topa con una implacable ola de terror y violencia que golpea a una persona que ha aprendido a respetar. Buscando venganza, Audrán descubre verdades ocultas sobre su propia historia que cambiarán el curso de su propia vida para siempre.
Un fuego en el Sol

Un fuego en el Sol — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Un fuego en el Sol», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Toma —le dije. Saqué mi caja de píldoras y le ofrecí dos tabletas de soneína—. Te sentirás mucho mejor en breves minutos.

Cogió las tabletas, me miró ferozmente a los ojos y tiró los sunnies al suelo. Luego me dio la espalda y salió del despacho de Friedlander Bey. Me agaché y recuperé la soneína. Parafraseando un proverbio local: una tableta blanca para un día negro.

Tras los saludos formales, Papa me invitó a ponerme cómodo. Me senté en la misma silla que Saad acababa de dejar libre. Debo admitir que sentí un ligero escalofrío.

—¿Por qué estaba el chico aquí, oh caíd? —le pregunté.

—Estaba aquí como invitado. Él y su madre vuelven a ser mis huéspedes.

Algo se me escapaba.

—Tu hospitalidad es legendaria, pero ¿por qué permites que Umm Saad turbe tu tranquilidad? Sé que te molesta.

Papa se recostó en su silla y suspiró. En ese momento aparentaba cada año de su longeva vida.

—Llegó a mí con humildad. Me pidió perdón. Me trajo un presente. —Indicó una bandeja de dátiles rellenos de nueces y recubiertos de azúcar. Sonrió apesadumbrado—. No sé de dónde sacó la información, pero alguien debió de decirle que ése es mi plato favorito. Su tono era respetuoso e hizo una apelación a mi hospitalidad que no pude rechazar.

Separó las manos como si eso lo explicase todo.

Friedlander Bey observaba las tradiciones de honor y generosidad que casi han desaparecido en nuestra época. Si deseaba volver a recibir a una víbora en su hogar, yo no tenía nada que objetar.

—Entonces, ¿tus instrucciones al respecto han variado, oh caíd? —le pregunté.

Su expresión no se alteró. Ni siquiera pestañeó.

—Oh no, no es eso lo que quiero decir. Por favor, mátala tan pronto como te sea posible, pero no hay prisa, hijo mío. He descubierto que siento curiosidad sobre los planes de Umm Saad.

—Concluiré el asunto pronto —le aseguré. Papa arrugó el ceño—. Inshallah — añadí rápidamente—. ¿Crees que trabaja para alguien? ¿Algún enemigo?

—Para Reda Abu Adil, sin duda —dijo Papa.

Estaba totalmente convencido de ello, como si no hubiera el más mínimo motivo de preocupación.

—Entonces fuiste tú, después de todo, quien ordenó la investigación de Abu Adil.

Alzó una mano regordeta en señal de negación.

—No —insistió—. No tengo nada que ver con eso. Habla con el teniente Hajjar.

Claro que lo haría.

—Oh caíd, ¿puedo hacerte otra pregunta? Hay algo que no comprendo de tu relación con Abu Adil.

De repente volvió a simular aburrimiento. Eso me puso en guardia. Miré con aprensión por encima del hombro, esperando ver a las Rocas Parlantes acercándose a mí.

—Tu riqueza procede de la venta de archivos de información, puestos al día, a gobiernos y a jefes de Estado, ¿no es cierto?

—Eso es simplificar demasiado.

—Y Abu Adil está en el mismo negocio. Sin embargo, tú me dijiste que no competíais entre vosotros.

—Muchos años antes de que tú nacieras, antes incluso de que tu madre hubiera nacido, Abu Adil y yo llegamos a un acuerdo. —Papa abrió una sencilla edición en tela del sagrado Corán y miró una página—. Evitamos la competencia porque algún día podía generar violencia y dolor para nosotros mismos o para nuestros seres queridos. En ese remoto día nos dividimos el mundo, desde Marruecos en el extremo oeste, hasta Indonesia en el extremo este, doquiera que la hermosa llamada del muecín despierta a los creyentes del sueño.

—Al igual que el papa Alejandro dibujó la línea de demarcación entre España y Portugal —dije.

Papa parecía contrariado.

—Desde ese momento, Reda Abu Adil y yo hemos tenido escasos tratos de cualquier índole, aunque vivimos en la misma ciudad. Él y yo estamos en paz.

Sí, era evidente. Por el motivo que fuera, no iba a proporcionarme ninguna ayuda directa.

—Oh caíd —dije—, debo irme. Ruego a Alá por tu salud y prosperidad.

Me adelanté y le besé en la mejilla.

—Me privas de tu presencia y me sumo en la soledad —replicó—. Ve en paz.

Salí del despacho de Friedlander Bey. A medio camino, Kmuzu intentó llevarme el maletín.

—No tiene sentido que tú lleves esto cuando yo estoy aquí para servirte —me dijo.

—Quieres registrarme y buscar drogas —dije irritado—. Pues bien, no hay ninguna. Las tengo en mi bolsillo y antes tendrás que pasar sobre mi cadáver —Tu actitud es absurda, yaa Sidi.

No lo creo. De cualquier modo, aún no estoy preparado para ir a la oficina.

—Ya es tarde.

—¡Maldita sea, ya lo sé! Sólo deseo hablar con Umm Saad, ahora que vuelve a vivir bajo este techo. ¿Está en la misma habitación?

—Sí. Por aquí, yaa Sidi.

Umm Saad, al igual que mi madre, estaba en la otra ala de la mansión. Mientras seguía a Kmuzu por los pasillos alfombrados, abrí el maletín y saqué el moddy de Saied, el de personalidad dura y despiadada. Me lo conecté. El efecto fue notable, contrario al del módulo anulador de Medio Hajj, que atrofiaba y enturbiaba mis sentidos. Éste, al que Saied siempre llamaba Rex, parecía centrar mi atención. Me proporcionaba seguridad, más que eso, resolución para ir directo hasta mi objetivo y aplastar a todo aquel que intentara impedírmelo.

Kmuzu golpeó ligeramente la puerta de Umm Saad. Hubo una larga pausa y dentro no se oía ningún ruido.

v-Apártate —le dije a Kmuzu. Mi voz era un horrible gruñido. Me acerqué a la puerta y golpeé toscamente—. ¿Me dejas entrar? —grité—. ¿O prefieres que me abra paso a mi modo?

Eso dio resultado. El muchacho abrió la puerta y me miró.

—Mi madre no está…

—Fuera de mi camino, chico —dije, empujándole.

Umm Saad estaba sentada en una mesa, mirando las noticias en un pequeño aparato holo. Levantó la vista hacia mí.

—Bienvenido, oh caíd —dijo.

No parecía contenta.

—Sí, está bien —repuse.

Me senté en una silla frente a ella y apagué el aparato de holo.

—¿Cuánto hace que conoces a mi madre? —pregunté.

Otro tiro a ciegas.

Umm Saad parecía asombrada.

—¿Tu madre?

—A veces se hace llamar Ángel Monroe. Está al otro lado del pasillo.

Umm Saad movió la cabeza despacio.

—La he visto sólo una o dos veces. No he hablado nunca con ella.

—Debías de conocerla antes de llegar a esta casa.

Sólo deseaba saber las dimensiones de la conspiración.

—Lo siento —me dijo.

Me dirigió una mirada inocente que parecía tan fuera de lugar en ella como en un escorpión del desierto.

Okay, a veces un tiro en la oscuridad no conduce a ninguna parte.

—¿Y a Abu Adil?

—¿Quién es?

Su expresión era angelical y virtuosa.

Empezaba a enojarme.

—Quiero respuestas directas, señora. ¿Qué debo hacer? ¿Sacudir a tu chico?

Se puso muy seria. Ahora estaba haciéndose la «sincera».

—Lo siento, de verdad que no conozco a ninguna de esas personas. ¿Acaso debiera? ¿Te lo ha dicho Friedlander Bey?

Supuse que estaba mintiendo sobre Abu Adil. No sabía si mentía sobre mi madre. Al menos eso podía comprobarlo más tarde. Si es que podía confiar en ella.

Sentí una mano férrea sobre mi hombro.

Yaa Sidil — dijo Kmuzu.

Parecía temer que pudiera arrancarle la cabeza a Umm Saad.

—Está bien —dije, sintiéndome maravillosamente maligno. Me levanté y bajé la mirada hacia la mujer—. Si quieres quedarte en esta casa deberás aprender a cooperar. Volveré más tarde para hablar contigo. Piensa mejores respuestas.

—Te estaré esperando —dijo Umm Saad, batiendo sus pestañas postizas ante mí.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Un fuego en el Sol»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Un fuego en el Sol» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Un fuego en el Sol»

Обсуждение, отзывы о книге «Un fuego en el Sol» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x