—Por su sentido del humor, Chiri —dije desesperado—. Sólo para demostrar que Papa siempre está a nuestro alrededor, siempre vigilante, dispuesto a golpearnos con sus flechas ígneas cuando menos lo esperemos.
Hubo un largo silencio.
—Tú no tienes huevos.
Abrí la boca y la volví a cerrar. No sabía de qué estaba hablando.
—¿Qué?
—He dicho que no tienes huevos, panya.
A mí siempre me decía cosas en suahili.
—¿Qué es panya, Chiri? —le pregunté.
—Es una rata grande, sólo que más estúpida y más fea. No te atreves a hacer esto en persona, cabrón. Prefieres llorarme por teléfono. Bien, vas a tener que verme. Hasta aquí hemos llegado.
Cerré los ojos e hice una mueca.
—Muy bien, Chiri, donde quieras. ¿Puedes venir al club?
—El club, ¿dices? Querrás decir mi club, el club que me pertenecía.
—Sí —dije—. Tu club.
—Ni lo sueñes, imbécil de mierda —gruñó—. No voy a poner un pie allí hasta que cambien las cosas. Pero te veré en cualquier otro sitio. Estaré en el local de Courane en media hora. No está en el Budayén, cielo, pero estoy segura de que lo encontrarás. Déjate ver si crees que podrás soportarlo.
Colgó bruscamente y luego escuché la señal de comunicar.
—Te está arrastrando, ¿no? —dijo Shaknahyi.
Shaknahyi disfrutaba de cada momento de mi mortificación. Me caía bien ese tipo, pero a veces era un bastardo.
Colgué el teléfono de mi cinturón.
—¿Has oído hablar de un bar llamado Courane?
Dio un bufido.
—Ese tronco cristiano se dejó caer por la ciudad hace unos años —dijo Shaknahyi mientras conducía el coche patrulla por Rasmiyya, un barrio al este del Budayén en el que no había estado nunca—. Se llama Courane. Se considera un poeta, pero nadie ha visto nunca una prueba de ello. Sea como fuere goza de gran influencia en la comunidad europea. Un día abrió lo que el llama un salón. Un bar tranquilo y oscuro donde todo está hecho de mimbre, cristal y acero inoxidable, lleno de tiestos con plantas de plástico. Ahora ya no atrae a las multitudes, pero rezuma esa melancolía de expatriado.
—Como Weinraub, en el patio de Gargotier —dije.
—Sí —me respondió Shaknahyi—, la diferencia es que Courane dispone de su propio medio de vida. Se queda allí y no molesta a nadie. Al menos concédele eso. ¿Es ahí donde vas a entrevistarte con Chiri?
Le miré y me encogí de hombros.
—Ha sido idea suya.
Me sonrió.
—¿Quieres llamar la atención al entrar?
—No, por favor —murmuré.
Ese Jirji era un guasón.
Veinte minutos más tarde estábamos en un distrito de clase media con casas de dos y tres pisos. Las calles eran más amplias que las del Budayén y los edificios encalados tenían parcelas de tierra a su alrededor, donde habían plantado matorrales y arbustos en flor. Altas palmeras se inclinaban ebriamente a lo largo de los márgenes de la acera. El vecindario parecía desierto, a no ser por los gritos de los niños luchando en las aceras o persiguiéndose unos a otros por las esquinas de las casas. Era una parte de la ciudad muy tranquila y pacífica, tanto que me hacía sentir incómodo.
—Courane está justo allí —dijo Shaknahyi.
Entró en una calle de aspecto más pobre, era poco más que un callejón. Un lado estaba flanqueado por las paredes negras de las mismas casas de tejado plano. Del segundo piso colgaban pequeños balcones y ventanas veladas por gruesas celosías de madera. En el otro lado del callejón se levantaban edificios de madera y unos pocos comercios: una tienda de curtidos, una panadería, un restaurante especializado en platos de judías y un puesto de libros.
Y también Courane, algo insólito en aquel exiguo pasadizo. El propietario había sacado unas pocas mesas fuera, pero nadie se sentaba en las sillas de mimbre pintadas de blanco, bajo las sombrillas de Cinzano. Shaknahyi detuvo el motor y salimos del coche patrulla. Supuse que Chiri no había llegado aún o que me esperaba dentro. Me dolía el estómago.
—¡Agente Shaknahyi!
Un hombre de mediana edad se acercó a nosotros con una sonrisa de bienvenida. Debía de ser de mi estatura, quizás unos ocho o nueve kilos más pesado, con el cabello castaño peinado hacia atrás. Se dieron las manos y luego se volvió hacia mí.
—Sandor —dijo Shaknahyi—, éste es mi compañero, Marîd Audran.
—Encantado de conocerte —dijo Courane.
—Que Alá incremente tu honor —le respondí.
El aspecto de Courane era divertido.
—Muy bien —dijo Courane—. ¿Puedo ofreceros algo de beber?
Miré a Shaknahyi.
—¿Estamos de servicio? —le pregunté.
—No —contestó.
Pedí lo habitual y Shaknahyi se tomó una bebida suave. Seguimos a Courane dentro del establecimiento. Era exacto a como lo había descrito: relucientes mesas de acero y cristal, sillas blancas de mimbre, una hermosa barra antigua de madera oscura barnizada, ventiladores de techo cromados y, tal como Shaknahyi había mencionado, montones de polvorientas plantas artificiales en cestas que colgaban del techo.
Chiriga estaba sentada a una mesa cerca del fondo.
—¿Como estáis, Jirji, Marîd? —dijo.
—Muy bien. ¿Puedo invitarte a una copa?
—Nunca en mi vida he rechazado una. —Levantó su vaso—. ¿Sandy?
Courane asintió y fue a preparar nuestras bebidas.
Me senté al lado de Chiri.
—Bueno —dije, incómodo—. Quiero proponerte que trabajes en el club.
—Yasmin me mencionó algo —dijo Chiri—. Tiene huevos que me lo pidas.
—Oye, mira, te conté cuál era la situación. ¿Cuánto tiempo vas a seguir con esto?
Chiri me sonrió.
—No lo sé —dijo—. Estoy divirtiéndome mucho.
Había llegado al límite. Me sentía tan culpable…
—Muy bien, busca trabajo en cualquier otro sitio. Estoy seguro de que a una kaffir grande y fuerte como tú no le costará encontrar a quien le interese.
A Chiri pareció afectarle de veras.
—Vale, Marîd —dijo en voz baja—, dejémoslo.
Abrió el bolso, sacó un gran sobre blanco y lo arrojó sobre la mesa.
—¿Qué es esto?
—Las ganancias de ayer de tu maldito club. Se supone que debes dejarte ver a la hora de cerrar, ya sabes, contar la caja y pagar a las chicas. ¿O es que no te importa?
—A decir verdad, no me importa —dije echando un vistazo al montón de dinero que contenía el sobre—. Por eso quiero contratarte.
—¿Para hacer qué?
Separé las manos.
—Quiero que controles a las chicas. Y necesito que despojes a los clientes de su dinero. Eres famosa por eso. Haz exactamente lo que solías hacer.
Frunció el ceño.
—Solía irme a casa cada noche con todo lo que hay aquí —dijo dando unos golpecitos en el sobre—. Ahora sólo voy a sacar unos pocos kiams de aquí y otros de allí, lo que tú decidas soltarme. No me hace gracia.
Courane llegó con nuestras bebidas y las pagué.
—Iba a ofrecerte mucho más de lo que sacan las chicas —le dije a Chiri.
—No esperaba menos —dijo asintiendo enfáticamente con la cabeza—. Apuéstate el culo, cielo, a que si quieres que dirija tu club por ti, tendrás que aflojar pasta en firme. El negocio es el negocio y la marcha es la marcha. Quiero el cincuenta por ciento.
—¿Has decidido convertirte en mi socia? —Debí esperar algo así. Chin sonrió lentamente, mostrando esos largos y afilados caninos suyos. Para mí valía más del cincuenta por ciento—. Está bien.
Se quedó perpleja, como si no esperase que se lo concediera con tanta facilidad.
—Debí pedirte más —dijo amargamente—. Y no bailaré si no me apetece.
—Perfecto.
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