—Pez gordo —bromeó Shaknahyi.
Tanto Chiri como yo esperamos a que nuestros latidos se ralentizaran hasta la normalidad. Courane trajo una bandeja con bebidas frescas y observé como Chiri se acababa la suya de dos largos tragos. Se estaba vacunando contra las maldades que yo me disponía a infligir a su mente. Lo necesitaría.
Chiri apretó Segundo Jugador en la consola del juego y vi como sus ojos se cerraban despacio. Parecía dormitar plácidamente. Terminaría en una huida infernal. En la pantalla holo apareció el mismo haz opalescente por el que yo vagaba hasta que Chiri decidió que era un océano. Alargué la mano y apreté el panel de Primer Jugador.
Audran miraba por encima de la bola de niebla, como Alá desde los cielos. Se concentró en construir una fantasía rica en detalles y le complacían sus progresos. En lugar de permitir que poco a poco tomara forma y realidad, Audran liberó una explosión de información sensorial. Mucho más abajo, la mujer se maravillaba de la pureza del color de ese mundo, la claridad del sonido, la intensidad del gusto, de la textura y el olor. Gritó y su voz reverberó como un carillón en el aire fresco y limpio. Cayó de rodillas, cerró fuertemente los ojos y se tapó los oídos con las manos.
Audran tenía paciencia. Deseaba que la mujer explorara su creación. No iba a esconderse tras un árbol, saltar y asustarla. Ya habría tiempo para el terror.
Después de un rato, la mujer bajó las manos y se levantó. Miró a su alrededor desconcertada.
—¿Marîd? —llamó.
Una vez más el sonido de su propia voz resonó con una estridencia artificial. Miró detrás de ella, hacia las montañas de niebla púrpura del oeste. Luego se volvió hacia el este, hacia la costa de un lago pantanoso que reflejaba el azul imposible del cielo. A Audran no le importaba la dirección que ella tomase, al final daría lo mismo.
La mujer decidió seguir la línea pantanosa hacia el sudeste. Caminó durante horas, escuchando el trino límpido de los pájaros cantores e inhalando el penetrante perfume de flores desconocidas. Después de un rato el sol descansó sobre los hombros de las colinas púrpura que había dejado atrás y luego se hundió, sumiendo la fantasía de Audran en la oscuridad. La dotó de una luna llena, enorme y brillante, plateada como una bandeja. La mujer empezaba a sentir cansancio y decidió acostarse sobre la hierba de olor dulce y dormir.
Audran la despertó por la mañana con una plácida lluvia.
—¿Marîd? —volvió a gritar, sin obtener respuesta alguna—, ¿cuánto tiempo piensas dejarme aquí? —dijo temblando.
El dorado sol se elevó aún más y, aunque entibiaba la mañana, el calor nunca era sofocante. Justo después del mediodía, cuando la mujer había recorrido casi la mitad del camino alrededor del lago, llegó hasta un pabellón hecho de seda carmín y azul zafiro.
—¿Qué demonios es todo esto, María? —gritó la mujer—. Termina de una vez, ¿quieres?
La mujer se acercó con desconfianza al pabellón.
—Hola —dijo.
Al cabo de un momento una joven vestida de blanco salió del pabellón. Andaba descalza y su rubísimo pelo caía descuidado sobre uno de sus hombros. Sonreía y llevaba una bandeja de madera.
—¿Tienes hambre? —le preguntó con voz cordial.
—Sí-dijo la mujer.
—Me llamo Maryam. Te estaba esperando. Lo siento, todo lo que tengo es pan y leche fresca.
Le sirvió leche de una jarrita de plata en un vaso de plata.
—Gracias.
La mujer comió y bebió con avidez.
Maryam ahuecó la mano para hacerse sombra en los ojos.
—¿Vas a la feria?
La mujer sacudió la cabeza.
—No sé nada de ninguna feria.
Maryam se echó a reír.
—Todo el mundo va a la feria. Vamos, te llevaré.
La mujer esperó mientras Maryam volvía a desaparecer dentro del pabellón con las cosas del desayuno. Regresó al cabo de un instante.
—Ahora ya nos hemos encontrado —dijo alegremente—. Podemos conocernos mejor mientras caminamos.
Continuaron bordeando el lago hasta que la mujer divisó unas cuantas tiendas altas de lona a rayas, con pendones flotando al viento. Oyó la risa y los gritos de mucha gente, el sonido de las hachas cortando la madera y el del metal golpeando contra el metal. Podía oler el pan en el horno, buñuelos de canela y el cordero asándose sobre ascuas de carbón. La boca se le hizo agua y su inquietud crecía sin remedio.
—No tengo dinero —dijo.
—¿Dinero? —preguntó Maryam riendo—. ¿Qué es el dinero?
La mujer pasó la tarde yendo de tienda en tienda, viendo extrañas exhibiciones y espectáculos milagrosos. Probó comidas exóticas y bebió mezclas de licores desconocidos. De vez en cuando recordaba su temor. Miraba por encima del hombro, preguntándose cuándo cambiaría el lado afable de su fantasía.
—¿Marîd? —llamó—, ¿qué estás haciendo?
—¿A quién llamas? —preguntó Maryam.
—No estoy segura —dijo la mujer.
Maryam volvió a reír.
—Mira esto —dijo, tirando de la manga de. la mujer, mostrándole una caseta donde una musculosa mujer formaba un turbador collage con uñas, dientes y ojos de lagarto.
Escucharon a unos niños tocar una curiosa música con instrumentos hechos de los esqueletos de pequeños animales, y vieron a varias viejas hilar su propio cabello blanco en una hebra y luego tejer con ella servilletas y bufandas.
Una de las viejas desdentadas vio a Maryam y a la mujer.
—Tomad —dijo con voz áspera.
—Gracias, abuela —dijo Maryam, eligiendo un par de pañuelos de pelo humano.
Las horas pasaban y por fin el sol empezó a ponerse. La luna salió tan llena como la noche anterior.
—¿Seguirá esto toda la noche? —preguntó la mujer.
—Toda la noche y todo el día de mañana —dijo Maryam—. Siempre.
La mujer se encogió de hombros.
Desde ese momento no pudo evitar un terror creciente, ni la sensación de que había sido encantada y abandonada en ese lugar. No recordaba quién era antes de despertar junto al lago, pero le parecía que la habían engañado horriblemente. Rezaba a alguien llamado María. Se preguntaba si sería Dios.
—María —murmuró temerosa—, me gustaría que pusieras fin a esto.
Pero Audran no estaba dispuesto a concluir ahí. Vio como la mujer y Maryam, soñolientas, encontraban una gran tienda llena de cómodos almohadones y sábanas de satén y fino lino. Se acostaron y se durmieron.
Por la mañana la mujer se levantó alarmada por estar aún en la feria eterna. Maryam consiguió un buen desayuno de salchichas, pan frito, tomates asados y té caliente. El entusiasmo de Maryam era ilimitado y condujo a la mujer a entretenimientos aún más inquietantes. Sin embargo, en la mujer crecía un temor malsano.
—Me has tenido aquí dos días, Marîd-imploró—. Por favor, mátame y déjame salir.
Audran no dio ninguna señal, ninguna respuesta.
Pasaron el tercer día examinando una cosa sorprendente tras otra: muchachas adolescentes que parecían tener rosas vivas en lugar de pechos, un candelero cuyas velas no alumbraban en presencia de un infiel, la representación de un combate entre un ciego y dos dragones enloquecidos, una familia que construía con hierro una maqueta a escala de la feria, proyecto que les había ocupado durante generaciones y que quizá nunca terminasen, una jaula de grillos a quienes habían enseñado a recitar el Shahada, el testamento de la fe islámica.
Читать дальше