George Effinger - Un fuego en el Sol

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Un fuego en el Sol: краткое содержание, описание и аннотация

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En otros tiempos era un buscavidas callejero de los bajos fondos conocidos como el Budayén. Ahora, Marîd Audran se ha convertido en aquello que más odiaba. Ha perdido su orgullosa independencia para pasar a ser un títere de Friedlander Bey, aquell-que-mueve-los-hilos, y a trabajar como policia.
Al mismo tiempo que busca la forma de enfrentarse a sí mismo y al nuevo papel que le ha tocado adoptar, Audran se topa con una implacable ola de terror y violencia que golpea a una persona que ha aprendido a respetar. Buscando venganza, Audrán descubre verdades ocultas sobre su propia historia que cambiarán el curso de su propia vida para siempre.
Un fuego en el Sol

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—Aquí está.

Sacó el moddy del bolsillo de su camisa y lo arrojó al suelo a mi lado. Entonces levantó su pesada bota negra e hizo pedazos el módulo de plástico. Fragmentos de brillantes colores de la red del circuito se desparramaron por el suelo.

—Si te pones otro de éstos —añadió—, haré lo mismo con tu cara y luego chutaré los restos fuera de mi coche patrulla.

Demasiado para Marîd Audran, el agente ideal para hacer cumplir la ley.

Ya me encontraba mucho mejor, y seguí a Shaknahyi fuera del bar en penumbra. Monsieur Gargotier y su hija Maddie se acercaron. El encargado intentaba agradecérnoslo, pero Shaknahyi se limitó a levantar la mano en un modesto ademán.

—No es necesario que nos dé las gracias por cumplir con nuestro deber.

—Están invitados siempre que quieran —dijo Gargotier agradecido.

—Quizá lo hagamos. —Shaknahyi se dirigió a mí—. Vamos.

Salió por la puerta del patio. El viejo Weinraub estaba aún sentado bajo su sombrilla de Cinzano, en apariencia ajeno a todo lo ocurrido.

De regreso al coche dije:

—Me hace sentir un poco mejor ser bien recibido en alguna parte.

Shaknahyi me miró.

—Aceptar bebidas gratis es una infracción grave.

—No sabía que existieran infracciones en el Budayén —dije.

Shaknahyi sonrió. Parecía que las cosas se habían relajado un poco entre nosotros.

Antes de entrar en el coche, el muecín llamó a la oración de la tarde desde alguna mezquita de fuera del barrio. Observé como Shaknahyi se dirigía al asiento trasero del coche patrulla y sacaba una alfombra enrollada. Extendió la alfombra sobre la acera y rezó durante unos minutos. Por alguna razón me hizo sentir muy incómodo. Cuando terminó, enrolló la alfombra y la volvió a meter en el coche, dirigiéndome una mirada peculiar, una especie de reproche mudo. Ambos subimos al coche patrulla, pero durante un rato, ninguno dijo nada.

Shaknahyi condujo Calle abajo y salió del Budayén. Curiosamente, ya no me preocupaba que alguno de mis viejos amigos me viera en un coche de policía. En primer lugar, por el modo en que me trataban podían irse al infierno. En segundo lugar, ahora me sentía algo diferente, después de que me hubieran disparado en cumplimiento del deber. La experiencia en la Fée Blanche cambió mi modo de pensar. Ahora valoraba el riesgo que corría diariamente un policía.

Shaknahyi me sorprendió.

—¿Quieres que paremos en algún sitio a comer? —me preguntó.

—Buena idea.

Aún estaba algo débil y los sunnies me habían producido un ligero mareo, así que asentí.

—Hay un lugar cerca de la comisaría donde solemos ir.

Sacó la sirena y se abrió paso rápidamente entre el tráfico. A una manzana del restaurante escondió la sirena y estacionó en un aparcamiento prohibido.

—Ventajas de ser policía —me dijo, sonriendo—. No tenemos muchas más.

Al entrar, me llevé una agradable sorpresa. El dueño del restaurante era un joven mauritano llamado Meloul y la comida era genuinamente magrebí. Al llevarme allí, Shaknahyi enmendaba el daño que me había producido antes. Le miré y de repente no me pareció mal tipo.

—Sentémonos aquí —dijo, eligiendo una mesa lejos de la puerta y contra la pared, desde donde podía vigilar a los demás clientes y echar una ojeada a lo que sucedía fuera.

—Gracias —le dije—. Hace mucho que no pruebo la comida de casa.

—Meloul —llamó—. He venido con uno de tus primos.

El propietario se acercó, con una bandeja de acero inoxidable y una almofía. Shaknahyi se lavó las manos con esmero y se las secó con una limpia toalla blanca. Luego me las lavé yo y me las sequé con una segunda toalla. Meloul me miró y me sonrió. Tenía más o menos mi edad, pero era más alto y de tez más oscura.

—Soy beréber —dijo—. ¿Tú también eres beréber? ¿Eres de Oran?

—Tengo un poco de sangre beréber —le respondí—. Nací en Sidi-bel-Abbés, pero crecí en Argel.

Se acercó y yo me levanté. Intercambiamos besos en la mejilla.

—He vivido toda mi vida en Oran. Ahora vivo en esta preciosa ciudad. Siéntate, ponte cómodo, traeré comida para ti y para Jirji.

—Los dos tenéis mucho en común —dijo Shaknahyi.

Asentí.

—Escucha, agente Shaknahyi. Quiero que…

—Llámame Jirji. Te pusiste ese maldito moddy y me seguiste al interior del local de Gargotier. Fue estúpido, pero tienes redaños. Te has estrenado, especie de…

Eso me hizo sentir mejor.

—Sí, bien, Jirji. Quiero preguntarte algo. ¿Te consideras muy religioso?

Frunció el ceño.

—Cumplo las obligaciones, pero no salgo a la calle y mato a los turistas infieles si no se convierten al Islam.

—Okay, entonces quizás puedas explicarme el significado de mi sueño.

Se echó a reír.

—¿Qué tipo de sueño? ¿Tú y Brigitte Stahlhelm en el túnel del amor?

Sacudí la cabeza.

—No, nada de eso. Soñé que conocía al Santo Profeta. Tenía algo que decirme, pero no lo entendí.

Le relaté el resto de la visión que el Sabio Consejero creó para mí.

Shaknahyi alzó las cejas y no dijo nada durante unos segundos. Jugueteó con los extremos de su bigote mientras meditaba.

—Me parece —dijo por fin— que trata sobre las virtudes sencillas. Se supone que debes recordar la humildad, como la recordó el profeta Mahoma, que la gracia y la paz sean con él. Ahora no es el momento de hacer grandes planes. Más tarde quizás, si Alá quiere. ¿Significa eso algo para ti?

Una especie de estremecimiento, porque en cuanto lo dijo, supe que estaba en lo cierto. Mi cerebro me insinuaba que no debía preocuparme por tener que vérmelas con mi madre, Umm Saad y Abu Adil solo. Debía tomar las cosas con calma, de una en una. Ya se juntarían ellas.

—Gracias, Jirji.

—No se merecen.

—Os traigo buena comida —dijo Meloul amistosamente, depositando una bandeja ante nosotros.

El cuscús estaba aderezado con canela y azafrán y me hizo caer en la cuenta de lo hambriento que estaba. En medio del anillo de cuscús, Meloul había apilado bocados de pollo y cebollas cocinadas con mantequilla y sazonadas con miel. También trajo pan y tazas de café negro y cargado. Apenas pude evitar abalanzarme sobre la comida.

—Tiene un aspecto buenísimo, Meloul —dijo Shaknahyi.

—Espero que sea de vuestro agrado.

Meloul se secó las manos en una servilleta limpia, se inclinó ante nosotros y nos dejó comer.

—En el nombre de Alá, el clemente, el misericordioso —murmuró Shaknahyi.

Ofrecí la misma breve bendición y me serví un pedazo de pollo y un poco de cuscús con una cuchara. Sabía aún mejor que lo que prometía su olor.

Cuando terminamos, Shaknahyi pidió la cuenta. Meloul se acercó a la mesa con una sonrisa.

—No me debéis nada. Mis paisanos comen gratis. Los policías comen gratis.

—Muy amable por tu parte, Meloul —dije—, pero no podemos aceptar…

Shaknahyi apuró el café y dejó la taza.

—Está bien, Marîd, esto es distinto. Meloul, que tu mesa sea eterna.

Meloul puso la mano en el hombro de Shaknahyi.

—Que Dios te conceda una larga vida —dijo.

No había ganado ni un fíq de cobre con nuestra visita, pero parecía complacido.

Salimos del restaurante, saciados y satisfechos. Era una vergüenza tener que pasar el resto de la tarde haciendo de policía.

Una anciana mendigaba sentada en la acera a pocos metros del restaurante de Meloul. Vestía un largo abrigo negro y un pañuelo del mismo color. Su rostro oscurecido por el sol estaba surcado de arrugas y uno de sus ojos hundidos era del color de la leche. Tenía un gran tumor negro justo delante de la oreja derecha. Fui hacia ella.

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