Shaknahyi detuvo el coche justo enfrente del club de Chiriga y vi a Indihar de pie en la acera con Pualani y Yasmin. Me disgustó que Yasmin se hubiera cortado su largo y hermoso cabello negro, que yo adoraba. Puede que desde que rompimos tuviera ganas de cambiar un poco. Respiré hondo, abrí la portezuela y salí.
—¿Cómo estáis? —dije.
Indihar me dirigió una furiosa mirada.
—Ya hemos perdido una hora de propinas —me respondió.
—¿Vas a dirigir este club o no, Marîd? —dijo Pualani—. Puedo trabajar con Jo-Mama si quiero.
—Frenchy me volvería a contratar en un minuto de Marrakech —dijo Yasmin.
Su expresión era fría y distante. Dar vueltas en un coche de policía no había mejorado mi situación con ella, ni mucho menos.
—No os preocupéis —dije—. Es que esta mañana tenía un montón de cosas en la cabeza. Indihar, ¿puedo contratarte para que dirijas el club por mí? Tú sabes cómo funciona el club mejor que yo.
Me miró durante unos segundos.
—Sólo si me garantizas un horario regular. No quiero tener que estar aquí a primera hora después de haberme quedado hasta tarde durante el turno de noche. Chiri siempre nos obligaba a hacerlo.
—Está bien, de acuerdo. Si tienes cualquier otra idea, cuéntamela.
—Vas a tener que pagarme como a los demás encargados. Y sólo saldré a bailar si me da la gana.
Fruncí el ceño, pero me tenía contra las cuerdas.
—Está bien. ¿Quién sugieres que dirija esto por la noche?
Indihar se encogió de hombros.
—No confío en ninguna de esas putas. Habla con Chiri. Vuelve a contratarla.
—¿Contratar a Chiri? ¿Para que trabaje en su propio club?
—Ya no es su club —señaló Yasmin.
—Sí, tenéis razón —respondí—. ¿Creéis que estará dispuesta?
Indihar se echó a reír.
—Te costará tres veces lo que cualquier otro encargado de la Calle. Te atormentará y te robará a escondidas la caja registradora si le das media oportunidad, pero vale la pena. Nadie hace dinero como Chiri. Sin ella, en seis meses no tendrás más remedio que alquilar tu propiedad a cualquier vendedor de alfombras.
—Has herido sus sentimientos, Marîd —dijo Pualani.
—Lo sé, pero no fue culpa mía. Friedlander Bey lo organizó todo sin consultarme antes. Me soltó el club como una sorpresa.
—Eso Chiri no lo sabe —dijo Yasmin.
Oí cerrarse la portezuela del coche a mis espaldas. Me volví y vi que Shaknahyi caminaba hacia mí con una gran sonrisa en el rostro. Sólo me faltaba que ahora se nos uniera él. Shaknahyi disfrutaba de lo lindo.
Indihar y las demás me odiaban por haberme metido a policía y los policías hacían lo mismo porque sabían que yo seguía siendo un buscavidas. Los árabes dicen: «Si te quitas la ropa, cogerás frío». Es una advertencia para que no te separes de tu grupo. No ofrece ninguna ayuda cuando tus amigos aparecen en tromba y te desnudan contra tu voluntad.
Shaknahyi no me dijo ni una palabra. Se dirigió a Indihar, se inclinó y le susurró algo al oído. Bueno, muchas chicas de la Calle sienten fascinación por los policías. Nunca lo he entendido. Y a ciertos policías no les importa aprovecharse de la situación. Me sorprendió descubrir que Indihar era una de esas chicas y Shaknahyi uno de esos polis.
No se me ocurrió añadirlo a la reciente lista de casualidades anómalas: mi nuevo compañero acababa de enrollarse a la nueva encargada del club que Friedlander Bey me había regalado.
—¿Ya lo has arreglado todo, Audran? —preguntó Shaknahyi.
—Sí —dije—. Tengo que hablar con Chiriga en algún momento del día.
—Indihar tiene razón —dijo Yasmin—. Chiri te lo va a hacer pasar muy mal.
Asentí.
—Creo que está en su derecho, pero no lo espero con ilusión.
—Venga, vámonos ya —dijo Shaknahyi.
—Si más tarde tengo un rato me dejaré caer por aquí y veré qué tal estáis.
—Estaremos bien —dijo Pualani—. Sabemos hacer nuestro trabajo. Tú mueve el culo y ocúpate de buscar a Chiri.
—Protégete las partes vitales —dijo Indihar—. Ya sabes a lo que me refiero.
Les dije adiós y volví al coche patrulla. Shaknahyi le dio un beso en la mejilla a Indihar y me siguió. Se sentó al volante.
—¿Preparado para trabajar, ahora? —me preguntó; aún estábamos tensos.
—¿Cuánto hace que conoces a Indihar? Nunca te he visto en el club de Chiri.
Me brindó su mirada inocente.
—La conozco desde hace mucho tiempo.
—Muy bien —dije.
Lo dejé en ese punto. No parecía que deseara hablar de ella.
Sonó una escandalosa alarma y la voz sintetizada del ordenador del coche balbuceó:
—Agente número tres siete cuatro, ocúpese inmediatamente de una amenaza de bomba con rehenes. Café de la Fée Blanche, calle Nueve norte.
—El local de Gargotier —dijo Shaknahyi—. Nos ocuparemos de ello.
El ordenador del coche enmudeció.
Y Hajjar me había prometido que no tendría que ocuparme de cosas como ésta.
— Basmala — murmuré; en el nombre de Alá el clemente, el misericordioso.
Esta vez, mientras circulábamos por la Calle, Shaknahyi hizo sonar la sirena.
Una multitud se agolpaba al otro lado de la verja baja que delimitaba el patio del Café de la Fée Blanche. Un viejo, sentado a una de las mesas de hierro pintadas de blanco, bebía algo de un vaso de plástico. Parecía ajeno a lo que ocurría dentro del bar.
—Échalo de aquí —me gruñó Shaknahyi—. Echa también a toda esa gente. No sé lo que sucede, pero vamos a tratar a ese tipo como si tuviera una bomba de verdad. Y cuando hayas apartado a todos, ve a sentarte al coche.
—Pero…
—No quiero tener que preocuparme por ti.
Rodeó la esquina del café por el norte, dirigiéndose a la entrada trasera.
Dudé. Sabía que las unidades de refuerzo llegarían pronto y decidí dejar que ellos controlasen a la muchedumbre. En ese momento había cosas más importantes que hacer. Tenía el Guardián Completo. Abrí el precinto con los dientes y me lo conecté.
Audran estaba sentado ante una mesa del tenuemente iluminado salón San Saberlo de Florencia, escuchando a un grupo de músicos interpretar un tímido cuarteto de Schubert. Frente a él se sentaba una hermosa mujer rubia llamada Costanzia. Ella se llevó una taza a los labios y sus ojos azules le miraron por encima del borde. Su sutil y fascinante fragancia le hizo pensar a Audran en atardeceres románticos y promesas pronunciadas a media voz.
—Debe de ser el mejor café de la Toscana —murmuró.
Su voz era dulce y agradable. Le brindó una amable sonrisa.
—No hemos venido aquí para beber café, querida. Hemos venido a ver los nuevos modelos de la temporada.
Ella gesticuló con la mano.
—Ya tengo bastante. Ahora relajémonos.
Audran le sonrió con ternura y levantó su delicada taza. El café tenía el exquisito color de la caoba pulida y los haces de vapor que emanaba destilaban un aroma celestial, fascinante. El primer sorbo le pareció suculento. Mientras el café, caliente y extraordinariamente delicioso, bajaba por su garganta, se percató de que Costanzia tenía toda la razón. Nunca antes le había satisfecho tanto una taza de café.
—Siempre recordaré este café —dijo Audran.
—Volvamos el año que viene, querido —dijo Costanzia.
Audran sonrió con indulgencia.
—¿Por la nueva moda de San Saberlo?
Costanzia alzó la taza y sonrió.
—Por el café.
Después del anuncio se produjo un apagón durante el que Audran no pudo ver nada. Se preguntó quién era Costanzia, pero la desterró de su mente. Mientras empezaba a atenazarle el pánico, la visión se aclaró. Sintió un ligero mareo y entonces fue como si despertase de un sueño. Era frío y calculador, y tenía un trabajo que hacer. Se había convertido en el Guardián Completo.
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