Lo encontré interesante. Relámpago Oscuro era una idea nipona que fue muy popular hace cincuenta o sesenta años. Te sentabas en una confortable silla y Relámpago Oscuro te sumía instantáneamente en un trance receptivo. Entonces te presentaba una lúcida visión terapéutica. Según el análisis que Relámpago Oscuro hacía de tu presente situación emocional, podía ser una advertencia, algún consejo o un rompecabezas místico para que trabajase tu mente consciente.
El elevado precio del artefacto lo convirtió en una curiosidad para ricos. Sus fantasías del Lejano Oriente —Relámpago Oscuro te transformaba en un arrogante emperador nipón en busca de la sabiduría o en un anciano monje zen levitando sobre la nieve— limitaron su éxito. Sin embargo, últimamente, la idea de Relámpago Oscuro ha sido revitalizada por el crecimiento del mercado del módulo de personalidad. Y ahora al parecer existía una versión árabe llamada Sabio Consejero.
Compré los dos moddies, pensando que no estaba en situación de rechazar ningún tipo de ayuda, amistosa o fantástica. Para ser alguien que una vez detestó la idea de modificarse el cráneo, estaba reuniendo una buena colección de psiques de otras personas.
Laila se había enchufado el Sabio Consejero otra vez. Me dedicó una apacible sonrisa. No tenía dientes y eso me produjo escalofríos.
—Ve en paz —dijo con su sollozo nasal.
—Que la paz sea contigo.
Me apresuré a salir de su tienda, caminé Calle abajo y atravesé la puerta hacia donde había aparcado el coche. No estaba lejos de la comisaría. De nuevo en mi oficina de la tercera planta abrí el maletín. Puse mis dos compras, el Guardián Completo y el Sabio Consejero, en la ristra con los otros. Cogí la placa de cobalto verde y la introduje en el ordenador, pero entonces dudé. No me sentía como para leer el informe sobre Abu Adil. En cambio, cogí el Sabio Consejero, lo desenvolví y me lo conecté.
Tras un momento de confusión, Audran se vio reclinado sobre un cojín, bebiendo un vaso de granizado de limón. Un atractivo hombre de mediana edad estaba sentado ante él en otro cojín. Con un shock reconoció al hombre como el Apóstol de Dios. Rápidamente, Audran se desconectó el moddy.
Me senté en mi escritorio, sosteniendo el Sabio Consejero, temblando. Eso no era lo que esperaba. La experiencia me pareció totalmente turbadora. La calidad de la visión era perfectamente realista, no como un sueño o una alucinación. No eran simples imaginaciones, era como si de verdad te encontraras en la misma habitación que el profeta Mahoma, que las bendiciones y la paz sean con él.
Es evidente que no soy una persona especialmente religiosa. Me han educado en la fe y siento un profundo respeto por sus preceptos y tradiciones, pero supongo que no me parece conveniente practicarlas. Lo cual, seguramente, condenará a mi alma por toda la eternidad y tendré cantidad de tiempo en el infierno para arrepentirme de mi pereza. A pesar de eso, me chocó la increíble audacia del creador de ese moddy, al aventurarse a describir al Profeta de tal modo. Hasta las ilustraciones de los textos religiosos se consideran idólatras. ¿Qué haría un tribunal islámico con la experiencia por la que acababa de atravesar?
Otro motivo de turbación fue que en ese breve instante, antes de que me desconectara el moddy, me dio la impresión de que el Profeta tenía algo de suma importancia que decirme.
Cuando ya guardaba el moddy en el maletín tuve un destello de intuición: después de todo el creador del moddy no había descrito al Profeta. Las visiones del Sabio Consejero, o el Relámpago Oscuro, no eran viñetas preprogramadas escritas por algún cínico programador de vídeo. El moddy era psicoactivo. Evaluaba mis estados emocionales y mentales, y me permitía crear la ilusión.
En ese sentido, decidí que no era una burla profana de la experiencia religiosa. Era sólo un medio de acceder a mis sentimientos ocultos. Me di cuenta de que era una generalización como la copa de un pino, pero me hizo sentirme mucho mejor. Volví a conectarme el moddy.
Tras un momento de confusión, Audran se vio reclinado sobre un cojín, bebiendo un vaso de granizado de limón. Un atractivo hombre de mediana edad estaba sentado ante él en otro cojín. Con un shock reconoció al hombre como el Apóstol de Dios.
— As-salaam alaykum — dijo el Profeta.
— Wa alaykum as-salaam, yaa Hazrat — respondió Audran.
Le pareció extraño sentirse cómodo en presencia del Mensajero.
—Sabes —dijo el Profeta—, existe una fuente de alegría que te hace olvidar la muerte, eso te guía de acuerdo con la voluntad de Alá.
—No sé exactamente a lo que te refieres —dijo Audran.
El profeta Mahoma sonrió.
—Has oído que en mi vida atravesé por muchos problemas, muchos peligros.
—Los hombres conspiraron muchas veces para matarte a causa de tus enseñanzas, oh Apóstol de Alá. Libraste muchas batallas.
—Sí, pero ¿sabes cuál fue el mayor peligro al que me enfrenté?
Audran lo pensó un momento, perplejo.
—Perdiste a tu padre antes de nacer.
—Igual que tú perdiste al tuyo —dijo el Profeta.
—Perdiste a tu madre siendo un niño.
—Igual que tú te las arreglaste sin una madre.
—Te enfrentaste al mundo sin ninguna herencia.
El profeta asintió.
—Una condición que también a ti te ha sido impuesta. No, ninguna de esas cosas fueron lo peor, ni los esfuerzos de mis enemigos por destrozarme, por lapidarme, por quemar mi tienda o envenenar mi comida.
—Entonces, yaa Hazrat — preguntó Audran—, ¿cuál fue el mayor peligro?
—Al principio de mi prédica, los habitantes de la Meca no escuchaban mis palabras. Acudí a Sardar de Tayef y le pedí permiso para predicar allí. Sardar me concedió el permiso, pero yo no sabía que planeaba en secreto atacarme con sus villanos mercenarios. Me hirieron y caí al suelo inconsciente. Un amigo mío me sacó de Tayef y me tumbó a la sombra de un árbol. Luego volvió al pueblo para pedir agua, pero nadie en Tayef se la dio.
—¿Estuviste en peligro de muerte?
El profeta Mahoma alzó una mano.
—Quizá, pero ¿acaso no está un hombre siempre en peligro de muerte? Cuando recobré la consciencia, levanté mi rostro hacia el cielo y oré: «Oh misericordioso, tú me has ordenado que transmita tu mensaje a los demás, pero no desean escucharme. Tal vez mis defectos impiden que ellos reciban tu bendición. ¡Oh Señor, dame el valor para volver a intentarlo!».
»Entonces vi que el arcángel Gabriel volaba sobre Tayef, esperando un gesto por mi parte para convertir el pueblo en un erial desierto. Clamé horrorizado: “¡No, ésa no es manera! Alá me ha elegido entre los hombres para que sea una bendición para la humanidad y no deseo su castigo. Déjalos vivir. Si no aceptan mi mensaje, quizás sus hijos o los hijos de sus hijos lo acepten”.
»Ese horrible momento de poder, cuando con un dedo pude destruir Tayefy a sus habitantes, fue el mayor peligro de mi vida. Audran estaba abatido. —Alá es el más grande —dijo, y se desenchufó el moddy.
¡Yepa! El Sabio Consejero se había filtrado entre mis impulsos subcraneales y confeccionado una visión que interpretaba mi conflicto interior e insinuaba soluciones. Pero ¿qué era lo que el Sabio Consejero intentaba decirme? Yo era demasiado obtuso y prosaico para comprender el significado de todo eso. Creí que me aconsejaba que acudiera a Friedlander Bey y le dijera: «Tengo poder para destruirte, pero detengo mi mano por caridad». Entonces a Papa le remordería la conciencia y me libraría de mis obligaciones para con él.
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