Robert Silverberg - Crónicas de Majipur

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Crónicas de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en
y
, aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores.
Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas...
En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo.
Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención.
La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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Dekkeret aguardó la llegada de la muerte.

Pero lo que llegó en lugar de la muerte —diez minutos, media hora después… a él le fue imposible saberlo— fue Serifain Reinaulion. El vroon apareció igual que un espejismo hacia el este, caminando lenta y trabajosamente bajo el peso de dos botellas de agua, y cuando estuvo a cien metros de Dekkeret agitó dos tentáculos.

—¿Está vivo? —gritó.

—Más o menos. ¿Es usted real?

—Muy real. Hemos estado buscándole durante media tarde. —Con gran agitación de sus correosas extremidades, la menuda criatura puso una botella en las manos de Dekkeret—. Tenga. Beba a sorbos. No se precipite. No se precipite. Está tan deshidratado que se ahogará por goloso.

Dekkeret reprimió el impulso de apurar la botella de un largo trago. El vroon tenía razón: un sorbo, otro sorbo, modérate o te harás daño. Dejó que el agua goteara en su boca, enjuagó ésta, mojó la hinchada lengua y, por último, permitió que el agua pasara por su garganta. Ah. Otro precavido trago. Otro más, luego un buen trago. Dekkeret se mareó ligeramente. Serifain Reinaulion le pidió la botella. Dekkeret apartó al vroon, bebió de nuevo, se frotó las mejillas y labios con un poco de agua.

—¿A qué distancia estamos del campamento? —preguntó finalmente.

—Diez minutos. ¿Tiene fuerza para caminar, o voy a buscar a los demás?

—Puedo caminar.

—Vámonos, pues. Dekkeret asintió.

—Un sorbito más…

—Coja la botella. Beba cuanto le apetezca. Si se debilita, dígamelo y descansaremos. Recuerde, yo no puedo llevarle.

El vroon partió lentamente hacia un bajo reborde arenoso a quinientos metros al este. Tambaleante y aturdido, Dekkeret marchó detrás del otro, y se sorprendió al ver que el terreno se inclinaba hacia arriba. El reborde arenoso no era tan bajo, comprendió; una ilusión creada por el resplandor hacía opinar de otra forma. En realidad la arena se alzaba hasta alcanzar dos o tres veces la estatura de Dekkeret, suficiente altura para ocultar montículos inferiores al otro lado. El flotador estaba aparcado en las sombras del montículo más lejano.

Barjazid era la única persona en el campamento. Miró a Dekkeret con un reflejo de aparente desprecio o preocupación en sus ojos.

—¿Se fue a dar un paseo, es eso? ¿A mediodía?

—Sonambulismo. Los ladrones de sueños me embaucaron. Fue igual que estar hechizado. —Dekkeret temblaba, ya que las quemaduras de sol habían empezado a afectar los sistemas difusores de calor de su organismo. Se dejó caer junto al coche y se acurrucó bajo una ligera túnica—. Cuando desperté no vi el campamento. Estaba seguro de que iba a morir.

—Media hora más y habría muerto. De todas formas debe tener fritas las dos terceras partes del cuerpo. Tuvo suerte de que mi hijo despertara y viera que usted había desaparecido.

Dekkeret apretó la túnica alrededor de su cuerpo.

—¿Así muere la gente aquí? ¿Caminando dormidos a mediodía?

—Es una de las formas, sí.

—Le debo la vida.

—Me debe la vida desde que cruzamos el paso de Khulag. Si hubiera viajado solo ya habría muerto cincuenta veces. Pero dé las gracias al vroon, si es que quiere darlas. Él hizo el trabajo real de encontrarle.

Dekkeret asintió.

—¿Dónde está su hijo? ¿Y Khaymak Gran? ¿También están buscándome?

—Volverán enseguida —dijo Barjazid.

De hecho, la skandar y el joven aparecieron instantes después. Sin dedicar una sola mirada a Dekkeret, la skandar se echó en la estera de dormir. Dinitak Barjazid sonrió maliciosamente.

—¿Ha sido un paseo agradable? —dijo.

—No mucho. Lamento los inconvenientes que he causado.

—Nosotros también.

—Tal vez deba dormir atado a partir de ahora.

—O con un gran peso apoyado en el pecho —sugirió Dinitak. Bostezó—. Intente estar quieto hasta la puesta de sol, como mínimo. ¿Lo hará?

—Eso pretendo —dijo Dekkeret.

Pero le fue imposible dormir. La piel le picaba en mil puntos a causa de las picaduras de los insectos, y las quemaduras de sol, pese al refrescante ungüento que le dio Serifain Reinaulion, le hicieron sentirse atroz. Tenía una sensación de sequedad, de tener polvo en la garganta que ninguna cantidad de agua curaba, y una dolorosa vibración en los ojos. Como si estuviera examinando una irritante llaga, Dekkeret repasó los recuerdos de su penosa experiencia en el desierto: el sueño, el calor, las hormigas, la sed, la certeza de una muerte inminente. Con sumo rigor, buscó momentos de cobardía y no encontró ninguno. Desaliento, sí, y rabia, e incomodidad, pero no había ningún recuerdo de pánico o de temor. Bien. Bien. La peor parte de la experiencia, decidió, no había sido el calor, la sed o el peligro, sino el sueño, el oscuro e inquietante sueño, el sueño que una vez más había empezado con gozo y que en su mitad había sufrido una sombría metamorfosis. Que se me niegue el solaz de sueños saludables es como morir en vida, pensó Dekkeret, mucho peor que perecer en un desierto, porque morir sólo ocupa un momento mientras que soñar afecta todo el futuro de la persona. ¿Y qué conocimiento estaban impartiendo esos desolados sueños suvraelitas? Dekkeret sabía que los sueños enviados por la Dama debían estudiarse atentamente, si era preciso con la ayuda de un practicante del arte de interpretar sueños, porque contenían información vital para la conducta correcta que debía seguirse en la vida. Pero estos sueños no podían ser de la Dama, emanaban más bien de un oscuro Poder, de cierta fuerza siniestra y opresiva más dada a tomar que a dar. ¿Cambiaspectos? Tal vez. ¿Y si alguna tribu de metamorfos había conseguido mediante engaño uno de los artilugios que permitían a la Dama de la Isla llegar a las mentes de su congregación? ¿Y si esa tribu estaba al acecho en el tórrido corazón de Suvrael y elegía sus víctimas entre confiados viajeros, robaba en las almas de éstos, los despojaba de vitalidad, imponía una desconocida e insondable venganza a los seres que habían hurtado su mundo?

Cuando las sombras de la tarde se alargaron, Dekkeret notó que estaba volviendo a caer dormido. Se resistió, puesto que temía el contacto con los invisibles intrusos que entraban en su alma. Mantuvo los ojos abiertos, desesperado; contempló el desierto que iba oscureciéndose y prestó atención al espectral canturreo y a los zumbidos del desierto. Pero era imposible tener a raya al agotamiento por más tiempo. Dekkeret cayó en un sueño ligero y desasosegado, interrumpido de vez en cuando por fantasías que, de acuerdo con sus percepciones, no procedían de la Dama, ni de otra fuerza externa, sino que flotaban al azar en los estratos de su fatigada mente, fragmentos de incidentes sin sentido e imágenes dispersas e incomprensibles. Y luego alguien le zarandeó para despertarle… el vroon, era el vroon. La mente de Dekkeret estaba nebulosa y actuaba con lentitud. Se sentía paralizado. Tenía agrietados los labios y dolorida la espalda. Había caído la noche, y sus compañeros ya estaban levantando el campamento. Serifain Reinaulion ofreció a Dekkeret una taza de cierto jugo, dulce, espeso y de color verdeazulado, y él lo bebió de un solo trago.

— Vamos — dijo el vroon — Es hora de continuar.

10

El desierto sufrió un nuevo cambio y el paisaje se hizo violento y abrupto. Era obvio que se habían producido grandes terremotos en la zona, y más de uno, porque el terreno estaba fracturado y levantado, con gruesos bloques de suelo del desierto amontonados y formando ángulos increíbles y enormes e irregulares taludes al pie de los bajos y destrozados peñascos. En esta caótica zona de turbulencia y desorden sólo había una ruta transitable: el amplio lecho suavemente curvado de un río extinto en lejanos tiempos cuyo arenoso suelo se desviaba en largos y suaves recodos entre montones de rocas agrietadas y partidas. Había una gran luna llena en el cielo y el grotesco escenario tenía un brillo casi diurno. Al cabo de varias horas de atravesar un territorio tan parecido de un kilómetro a otro que era casi como si el vehículo flotante no se moviera, Dekkeret conversó con Barjazid.

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