Robert Silverberg - Crónicas de Majipur

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Crónicas de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en
y
, aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores.
Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas...
En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo.
Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención.
La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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Al cabo de un rato Dekkeret volvió a dormirse. Llegaron más sueños, fragmentos confusos y descarriados sin ritmo ni orden. Él se desentendió. Al despertar, el día tocaba a su fin y los sonidos del desierto, los sonidos de los fantasmas, eran como mordiscos en sus orejas: tintineos, murmullos y distantes risas. Dekkeret se encontraba más cansado que si no hubiera dormido.

8

Los demás no dieron muestras de haber experimentado molestias mientras dormían. Al levantarse saludaron a Dekkeret como de costumbre: la enorme y taciturna skandar ni le miró, el menudo vroon emitió amistosos y zumbantes gorjeos y retorció y entrelazó los tentáculos, y los dos Barjazid hicieron correctas inclinaciones de cabeza, y si sabían que un miembro del grupo había recibido en sueños la visita de ciertos tormentos, no dijeron nada. Después del desayuno Barjazid sostuvo una breve conferencia con Serifain Reinaulion para determinar la ruta que seguirían esa noche, y luego el coche flotante se puso en marcha de nuevo en la oscuridad iluminada por la luna.

Fingiré que nada extraordinario ha sucedido, decidió Dekkeret. No sabrán que yo soy vulnerable a estos fantasmas.

Pero su resolución duró muy poco. Mientras el flotador atravesaba una zona de secos lechos de lagos de los que sobresalían miles de raros montículos de piedra verduzca, Barjazid se volvió de pronto hacia Dekkeret e interrumpió el prolongado silencio.

—¿Ha dormido bien? —dijo.

Dekkeret sabía que no podía ocultar la fatiga.

—He descansado mejor otras veces —murmuró.

Los lustrosos ojos de Barjazid se fijaron inexorablemente en los del iniciado.

—Mi hijo dice que le oyó gemir mientras dormía, que usted no ha parado de dar vueltas y que se aferraba a sus rodillas. ¿Ha notado el contacto de los ladrones de sueños, iniciado?

—Sentí la presencia de una fuerza inquietante en mis sueños. Si es o no es obra de los ladrones de sueños, no tengo forma de saberlo.

—¿Podría describir las sensaciones?

—¿Acaso es usted un ladrón de sueños, Barjazid? —espetó Dekkeret con repentino enojo—. ¿Por qué tengo que permitir que sondee y hurgue en mi mente? ¡Mis sueños son personales!

—Calma, calma, buen caballero. No pretendía entrometerme.

—Pues déjeme en paz.

—Soy responsable de su seguridad. Si los demonios de este territorio baldío han empezado a llegar a su espíritu, debe informarme por su propio provecho.

—¿Demonios, eso son?

—Demonios, espectros, fantasmas, cambiaspectos descontentos… lo que sean —dijo Barjazid, impaciente—. Los seres que acosan a los viajeros dormidos. ¿Le han visitado o no?

—Mis sueños no han sido placenteros.

—Le ruego que me explique en qué forma.

Dekkeret suspiró lentamente.

—Pensé que había recibido un envío de la Dama, un sueño de paz y alegría. Y poco a poco fue cambiando la naturaleza del sueño, ¿comprende? Se hizo tétrico, caótico, perdió toda su alegría, y cuando acabó yo estaba peor que cuando me había introducido en él.

—Sí, sí, ésos son los síntomas —dijo Barjazid, asintiendo vigorosamente—. Algo llega a la mente, invade el sueño, se sobrepone a él de un modo alarmante, extrae energía.

—¿Una especie de vampirismo? —sugirió Dekkeret—. ¿Criaturas que acechan en este desierto y extraen energía vital de confiados viajeros?

Barjazid sonrió.

—Insiste en especular. Yo no formulo hipótesis de ningún tipo, iniciado.

—¿Ha notado usted el contacto mientras duerme?

El hombrecillo miró a Dekkeret de una forma muy extraña.

—No. No, nunca.

—¿Nunca? ¿Es usted inmune?

—Así lo parece.

—¿Y su hijo?

—A él le ha ocurrido varias veces. Muy raramente, quizá una vez cada cincuenta noches. Pero la inmunidad no es hereditaria, diría yo.

—¿Y la skandar? ¿Y el vroon?

—También les ha afectado —dijo Barjazid—. Poquísimas veces. Les resulta molesto pero no intolerable.

—Sin embargo otras personas han muerto a causa del contacto con los ladrones de sueños.

—Más hipótesis —dijo Barjazid—. Muchos viajeros que han pasado por aquí en los últimos años se quejaron de haber experimentado sueños extraños. Otros se perdieron y no consiguieron regresar. ¿Cómo podemos saber si existe relación entre los sueños inquietantes y la desorientación?

—Es usted un hombre precavido —dijo Dekkeret—. No se arriesga a sacar conclusiones.

—Y he sobrevivido hasta una edad bastante avanzada, mientras mucha gente más arriesgada ha regresado a la Fuente.

—¿Piensa que la mera supervivencia es el mayor logro que puede obtener una persona?

Barjazid se echó a reír.

—¡Habla como un auténtico caballero del Castillo! No, iniciado, creo que vivir es algo más que eludir la muerte. Pero sobrevivir es una buena ayuda, ¿eh, iniciado? Sobrevivir es una excelente exigencia básica para los que persiguen altas cotas. La muerte no sirve para nada.

Dekkeret no quiso alargar el tema. Las escalas de valores de un caballero iniciado y de una persona como Barjazid eran difícilmente comparables. Y además, la forma de discutir de Barjazid revelaba que era un hombre taimado y hábil, y Dekkeret se sentía lento, pesado y paralizado, y le disgustaba estar expuesto a esa sensación. Guardó silencio unos instantes.

—¿Empeoran los sueños al adentrarse en el desierto? —preguntó después.

—Me inclino a creer que sí —dijo Barjazid.

Sin embargo, cuando declinó la noche y llegó el momento de acampar, Dekkeret estaba listo, incluso ansioso de enfrentarse de nuevo a los fantasmas del sueño. Ese día habían acampado a bastante distancia del cuenco del desierto, en una zona baja donde los azotadores vientos habían barrido buena parte de la arena, y el suelo de roca asomaba entre la que quedaba. El seco aire emitía raros crujidos, una especie de zumbido llevado por el viento, como si la fuerza del sol estuviera despojando de materia a las partículas del lugar. Faltaba una hora para el mediodía cuando todos se acostaron. Dekkeret se acomodó tranquilamente en su estera de paja y, sin temor, a punto de dormirse, ofreció su alma a cualquier cosa que pudiera venir. En su orden de caballería le habían enseñado las acostumbradas nociones de valor, claro está, y debía enfrentarse a los retos sin temor, pero hasta el momento apenas se había visto puesto a prueba. En el plácido Majipur había que hacer grandes esfuerzos para encontrar tales retos, había que desplazarse a las partes incivilizadas del mundo, porque en las regiones colonizadas la vida era ordenada y cortés. Por eso Dekkeret decidió viajar. Pero no le fue muy bien en su primera gran prueba, en los bosques de las Fronteras de Khyntor. En Suvrael tenía otra oportunidad. Los desagradables sueños del desierto le ofrecían, en cierto sentido, la promesa de la redención. Dekkeret se entregó al sueño.

Y no tardó en soñar. Estaba otra vez en Tolaghai, pero en una Tolaghai curiosamente transformada, una ciudad con casas de alabastro de elegante aspecto y espesos jardines repletos de verdor. Vagó por una calle, luego por otra, admirando la elegancia de la arquitectura y el esplendor de la vegetación. Su túnica era del tradicional color verde y oro característico del séquito de la Corona, y al encontrar ciudadanos de Tolaghai que disfrutaban de paseos vespertinos, les saludaba haciendo graciosas reverencias e intercambiaba con ellos el símbolo del estallido estelar hecho con los dedos que reconocía la autoridad de la Corona. Vio que se acercaba la esbelta figura de la encantadora archirregiomando Golator Lasgia. Ella sonrió, le cogió la mano y le condujo a un lugar de exuberantes fuentes donde un frío rocío flotaba en el aire. Se desnudaron y se bañaron, y salieron desnudos del perfumado estanque, y pasearon, casi sin tocar el suelo con los pies, hasta llegar a un jardín repleto de arqueados tallos y grandes y relucientes hojas multilobadas. Sin emplear palabras Golator le animó a seguir adelante por umbrosas avenidas bordeadas por hileras de apretados árboles. Golator iba delante, un perfil esquivo y tentador que flotaba a escasos centímetros fuera del alcance de Dekkeret. Luego, poco a poco, la distancia fue aumentando.

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