Todo el mundo participa en nuestra iluminación. El hermano Antony preside nuestras meditaciones y nuestros ejercicios espirituales. El hermano Bernard nos hace ejecutar ejercicios físicos. El hermano Claude, el hermano cocinero, supervisa nuestro régimen. El hermano Miklos nos cuenta con muchas circunlocuciones la historia de la orden, describiéndonos el contexto siempre de un modo ambiguo. El hermano Javier es el hermano confesor que, de aquí a unos días, nos introducirá en la sicoterapia, que parece ser algo esencial dentro del complejo proceso. El hermano Franz, que es el hermano que se dedica al trabajo manual, nos indica la madera que hay que cortar y el agua que hay que sacar. Cada uno de los hermanos tiene un papel determinado que desempeñar, pero todavía no hemos tenido ocasión de encontrarnos a todos.
Aquí hay también mujeres. Ignoramos sus nombres, puede que sean tres o cuatro, puede que una docena. Las vemos desde lejos de vez en cuando ir de un cuarto a otro a cumplir su misteriosa misión, sin detenerse jamás, sin mirarnos jamás. Al igual que los hermanos, van vestidas todas del mismo modo, pero en vez de pantalón azul, llevan un vestido blanco. Todas las que yo he visto, tienen el pelo largo y oscuro, y un generoso pecho. Tampoco Timothy, Eli u Oliver, han visto ninguna rubia o pelirroja. Se parecen tanto entre sí que me impide evaluar su número. Nunca sé si las que veo son siempre las mismas, o son diferentes cada vez. El segundo día de nuestra estancia aquí, Timothy le preguntó al hermano Antony al respecto; pero respondió amablemente que estaba prohibido preguntar nada a los miembros de la Hermandad. Lo sabríamos a su debido tiempo, prometió. Mientras tanto, debíamos contentarnos con lo que sabíamos.
Nuestra jornada está planeada con toda precisión. Todo el mundo se levanta a la salida del sol. Como no hay ventanas, esperamos al hermano Franz, que recorre el corredor al alba tamborileando en las puertas. El primer acto obligatorio de la jornada es el baño. Después nos vamos al campo a trabajar una hora. Los hermanos cultivan todo lo que comen en un jardín, que debe tener doscientos metros de largo, detrás del monasterio. Un complejo sistema de riego bombea el agua de algún manantial subterráneo. Ha debido costar una fortuna instalarlo, también la construcción del monasterio ha debido costar fortuna y media, pero supongo que la Hermandad es inmensamente rica. Como Eli nos ha hecho notar, cualquier organización que ponga su capital a un cinco o un seis por ciento durante cuatro siglos, acabará por poseer continentes enteros. Los hermanos cultivan trigo, hierbas y una serie de frutos, bayas y raíces comestibles. Ignoro el nombre de gran parte de las plantas que cuidamos con amor, pero creo que hay un buen número de variedades exóticas. El arroz, las judías, el maíz y todos los vegetales «fuertes», como la cebolla, están prohibidos aquí. Tengo la impresión de que el trigo es simplemente tolerado, se juzga que es indeseable espiritualmente, pero necesario de algún modo. Se criba cuidadosamente cinco veces, se muele diez y requiere meditaciones especiales antes de ser transformado en pan. Los hermanos no comen carne y nosotros tampoco mientras estemos aquí. La carne parece ser una fuente de vibraciones destructivas. La sal está desterrada por completo. La pimienta, fuera de la ley. Más bien la pimienta negra. La cayena está permitida y a los hermanos les encanta. La consumen de infinitos modos, como los mexicanos: pimientos frescos, pimientos secos, en polvo, con vinagre y de muchas otras formas. La especie que cultivan aquí es como fuego. Eli y yo, como nos gustan las especias, la usamos abundantemente, incluso nos hace llorar a veces, pero Timothy y Oliver, habituados a un régimen más delicado, no pueden hacerlo. Otro alimento privilegiado aquí son los huevos. Hay un gallinero en la parte de detrás del monasterio lleno de activas gallinas. Cocinados de una forma o de otra, los huevos aparecen tres veces al día en el menú. Los hermanos destilan también una especie de licor de hierbas parcamente alcohólico, bajo la dirección del hermano Maurice, el encargado de los alambiques.
Cuando se termina nuestra hora de trabajo en el campo, un gong nos llama. Vamos a nuestros cuartos a darnos un nuevo baño y desayunar. Las comidas se sirven en una de las habitaciones a cielo abierto, en una elegante mesa de piedra. Los menús se elaboran conforme a los misteriosos principios que todavía no nos han revelado. Parece ser que el color y la consistencia de lo que comemos tiene tanta importancia como su valor nutritivo. Comemos huevos, sopa, pan, puré de legumbres, etcétera; todo ello copiosamente sazonado con cayena. Para beber hay agua, una especie de cerveza de trigo, y, por la noche, el licor de hierbas, pero nada más. Oliver, carnívoro, no está en su salsa. Al principio también yo eché de menos la carne, pero ahora estoy tan acostumbrado como Eli. Timothy gruñe y se abalanza sobre el licor. El tercer día, en el almuerzo, bebió demasiada cerveza y vomitó sobre el magnífico suelo de pizarra. El hermano Franz esperó a que hubiera terminado y después, sin decir una palabra, le alargó una bayeta con ademán de que tenía que limpiar todo aquello. Está clarísimo que no les cae bien a los hermanos. Puede que le tengan miedo, pues saca más de quince centímetros al más alto de ellos, y fácilmente cuarenta kilos al más grueso. El resto de nosotros, como ya he dicho, les inspira amor, y, hablando en abstracto, también Timothy les inspira amor. Después del desayuno, viene la meditación matinal en compañía del hermano Antony. Habla poco, lo justo para darnos un contexto espiritual con un mínimo de palabras. Nos volvemos a encontrar en la segunda ala larga del edificio, que está perpendicular al dormitorio común y que está consagrada únicamente a funciones monásticas. En vez de habitaciones, hay capillas, dieciocho en total, que supongo corresponden a los Diez y Ocho Misterios. Están parcamente amuebladas y son mucho más austeras que las otras habitaciones, y contienen un número de obras de arte que pudieran considerarse como maestras. La mayor parte, son precolombinas, aunque hay algunas esculturas y cálices de aspecto medieval europeo, y algunos objetos no figurativos (¿de marfil?, ¿de piedra?, ¿de hueso?) que no llego a situar del todo. Este ala del edificio tiene también una gran biblioteca atiborrada de volúmenes muy raros según el aspecto de los estantes. Por el momento, no tenemos autorización para entrar en esta habitación, aunque nunca esté cerrada con llave. El hermano Antony nos recibe en la capilla más cercana al ala común. Está vacía, exceptuando la presencia de la máscara —calavera que cuelga del muro—. El se arrodilla; nos arrodillamos nosotros. Se quita del pecho el pequeño colgante de jade que —nada hay de asombroso en ello— está esculpido en forma de cráneo, y lo coloca en el suelo delante de nosotros, como punto focal de nuestras meditaciones. Como es el hermano superior, es el único que lleva el colgante de jade, mientras que el hermano Miklos, el hermano Javier y el hermano Franz tienen ornamentos similares pero en piedra oscura pulida, creo que obsidiana u ónice. Los cuatro forman un cuerpo de élite en el seno de la Hermandad: los Guardianes de los Cráneos. Lo que el hermano Antony nos pidió que meditáramos hoy es una paradoja: el cráneo tras el rostro, la presencia del símbolo de la muerte tras nuestra máscara viviente. Por medio de un ejercicio de «visión interior», debemos librarnos del influjo de muerte absorbiendo, comprendiendo plenamente, y destruyendo, por fin la potencia del cráneo. No sé en qué medida lo hemos logrado; otra cosa que nos está prohibido hacer es cambiar impresiones sobre nuestros respectivos progresos. Dudo que Timothy esté muy fuerte en meditación. Oliver sí, seguro. Se fija en el cráneo de jade con una intensidad demencial, absorbiéndolo, traspasándolo, y creo que hasta penetrándolo. Pero, ¿está en la dirección adecuada? Eli se ha quejado a menudo en el pasado de tener dificultad para alcanzar las cimas de la experiencia mística de las drogas; tiene un espíritu demasiado ágil, inconstante y antes de ahora se le han estropeado varios «viajes» de ácido por querer ir a todas partes a la vez en lugar de dejarse deslizar tranquilamente hacia el Gran Todo. También aquí creo que le cuesta concentrarse. Parece impaciente y tenso durante las sesiones de meditación. Se diría que trata, que intenta acceder a regiones que no puede realmente alcanzar.
Читать дальше