Robert Silverberg - El libro de los cráneos

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El libro de los cráneos: краткое содержание, описание и аннотация

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Son cuatro:
Timothy, 22 años, rico, vividor, dominante.
Oliver: 21 años, guapo, atlético, un bloque de mármol con una falla secreta.
Ned: 21 años, homosexual, amoral, poeta de vez en cuando.
Eli: 20 años, judío, introvertido, filólogo, descubridor del Libro de los Cráneos.
Todos iban en busca del secreto de la inmortalidad: la prometida en el Libro de los Cráneos. Al final de su busca, una prueba iniciática y terrible que llevaráa cada uno de ellos a contemplar cara a cara el rictus de sus propias facciones.
Una prueba en la que dos de ellos deben morir y los otros dos sobrevivir para siempre.

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¿Y si se demuestra que el rito de los Cráneos es auténtico?

Yo no me quedaría aquí como parecen hacer los hermanos, después de haber obtenido lo que quiero. ¡Oh! Puede que me quedara con ellos una quincena de años por gratitud, por decoro. Pero después me largo. Ancho es el mundo, ¿por qué pasarse la eternidad en el desierto? Tengo mis ideas al respecto. En cierto sentido, soy como Oliver: tengo necesidad de saciar mi sed de experiencia. Viviría vidas sucesivas, aprovechando cada una al máximo. Por ejemplo, me pasaría diez años en Wall Street acumulando una fortuna. Si mi padre tiene razón, y estoy seguro de que la tiene, cualquier chico un poco astuto puede lograrlo haciendo, simplemente, lo contrario de lo que hacen los supuestos peritos. Son todos unas ovejas, un rebaño de ganado goyishe. Ávidos, persistentes, siguen la moda del momento. Es suficiente jugar contra ellos. Sacaría dos o tres millones que invertiría en valores seguros y de porvenir. Y después viviría de los intereses los cinco o diez mil años siguientes. Esa es la manera de asegurar mi independencia. ¿Y después? Diez años de desenfreno. ¿Por qué no? Con suficiente pasta y confianza en uno mismo, se pueden conseguir todas las mujeres que uno quiera. ¿No es verdad? Yo tendría a Margo y a otras doce como ella cada semana. Tengo derecho a ello. ¿Por qué no un poco de lujuria? No es intelectual, ni enriquecedor, pero también tiene su lugar dentro de una existencia bien organizada. De acuerdo. Pasta y desenfreno. Y a continuación me aseguraría la salud espiritual. Quince años en un monasterio trapense. Sin decir nada a nadie, medito, escribo poesía, intento llegar hasta Dios, entro en resonancia con el universo. Digamos, incluso, que veinte años. Me purifico el alma, la elevo hasta las nubes. Y después vuelvo a salir y me consagro a la culturofilia. Ocho años de ejercicios con dedicación plena. Eli, el Don Juan de las playas. Se acabó el aborto de cuarenta y ocho kilos. Practicaría el esquí, el surf, ganaría el campeonato de lucha india de East Village. Y, ¿después? Música. No he profundizado en la música tanto como hubiera querido. Me inscribiría con Juillard cuatro años, el gran rollo. Penetro en los arcanos del arte musical. Exploro los últimos cuartetos de Beethoven, El Clave Bien Temperado, de Bach y Berg, Schoemberg, Xenakis, todo lo mejor. Utilizo las técnicas que he aprendido en el monasterio para entrar en lo más profundo del universo del sonido. Puede ser que componga. Puede que escriba críticas, o que interprete. Eli Steinfeld en un recital de Bach en el Carnegie Hall. Quince años dedicado a la música. ¿Qué tal? Con éstos se han pasado ya sesenta años de mi inmortalidad. ¿Luego?

Visitemos el mundo. Viajemos como Buda, a pie, de país en país. Dejémonos crecer el pelo, llevemos un vestido amarillo, tumbémonos a la bartola, sin olvidarnos, sin embargo, de pasar todos los meses a cobrar un cheque a la American Express de Rangoon, Djakarta, Katmandú o Singapur, teniendo una experiencia visceral de la humanidad, comiendo todo tipo de alimentos, hormigas al curri, criadillas fritas, acostándome con mujeres de todas las razas y confesiones, viviendo en chozas sórdidas, en iglús, en tiendas, en gabarras. Veinte años de este tipo de vida deberían dar una idea bastante precisa de la complejidad cultural de los hombres. Después, creo que volvería a mi primera especialidad, la lingüística, la filología, y terminaría la carrera que ahora estoy a punto de abandonar. En treinta años puedo producir la obra definitiva sobre los verbos irregulares, sobre las lenguas indoeuropeas, desentrañar el secreto del etrusco, traducir el Corpus completo de la poesía ugarítica. Todo lo que me dicte la fantasía. Después me haré homosexual. Con la vida eterna a su disposición, uno debe probar de todo una vez por lo menos, ¿no? Ned afirma que la vida de marica es una vida agradable. Personalmente, yo he preferido siempre a las chicas, intuitivamente, instintivamente —son más bellas, más suaves cuando se las toca—, pero bien puedo dedicar un tiempo a ver qué tiene que ofrecer el otro sexo. Sub specie aeternitatis. ¿Qué más da meterla en un agujero o en otro? Cuando vuelva a la fase heterosexual tendré que ir a Marte. Estaremos entonces alrededor del año dos mil cien. Habremos colonizado Marte, estoy seguro. Doce años allí. Me ocuparé de trabajos manuales, de pionero. Después veinte años dedicado a la literatura, diez para leer todo lo que de valor se ha escrito en el mundo, y diez para escribir una novela que se situará al lado de las mejores de Faulkner, Dostoievski, Joyce, Proust. ¿Por qué no habría de igualarles? Ya no sería un mocoso. Tendría a mis espaldas ciento cincuenta años de estar enrollado con la vida, y la educación más amplia y profunda que ningún ser humano haya conocido jamás, y estaría todavía lleno de vigor. Una página por día, una página por semana, cinco años para meditar en el conjunto de la composición antes de escribir la primera línea y debería estar en posición de escribir una obra de arte inmortal. Bajo seudónimo, desde luego. Sería un problema especial cambiar de identidad cada ochenta o noventa años. Incluso dentro de un porvenir futurista, no faltará gente que haga suposiciones acerca de alguien que no muere jamás. La longevidad es una cosa y la inmortalidad otra. Tengo que arreglármelas para legarme mis propios bienes, para que mi nueva identidad herede de la vieja. Desapareceré y apareceré sin cesar. Me teñiré el pelo, tendré una panoplia de barbas falsas, de bigotes, de pelucas, de lentes de contacto. Atención con no aproximarse demasiado a la máquina estatal: una vez que mis huellas digitales hayan sido registradas por el ordenador central, corro el riesgo de tener problemas. ¿Cómo me procuraré un certificado de nacimiento cada vez que reaparezca? Bueno, ya buscaré algo. Cuando se es tan astuto como para vivir eternamente, hay que ser capaz de enfrentarse a la burocracia. ¿Y si amo a una mujer? Me caso, tengo hijos, veo a mi mujer marchitarse ante mis ojos, veo a mis hijos envejecer también mientras yo permanezco joven y fresco. Probablemene no me casaré o, si lo hago, será por un tiempo limitado, diez o quince años, y después me divorcio, aunque la siga amando, para evitar complicaciones. Ya veré. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí! En el dos mil cien, repartiendo generosamente los decenios. Diez años como lama en el Tíbet. Diez años como pescador irlandés, si todavía hay pescado. Doce años como senador distinguido en el Senado de los Estados Unidos. Luego creo que tiraré por la ciencia. El gran sector descuidado en mi vida. Lo lograré perfectamente consagrando la paciencia y la aplicación requeridas. La física, las matemáticas, todo lo que haga falta. Doy cuarenta años a la ciencia, tengo la intención de ir al encuentro de Einstein y Newton. Una carrera completa en la que pondré lo mejor de mis posibilidades intelectuales. ¿Y después? Podría volver al Monasterio de los Cráneos, supongo, para ver qué se ha hecho del hermano Antony y los demás. Cinco años en el desierto. Y después, de nuevo al mundo. ¿Y qué mundo será? Habrá decenas de nuevas carreras posibles, cosas que todavía ni se han empezado a inventar. Me pasaría diez años como experto en desmaterialización; quince, en levitación polivalente; doce, como corredor de síntomas. ¿Y después? ¿Y después? Después, se vuelve a empezar. Las posibilidades son infinitas. Pero haré bien en no perder de vista a Oliver y Timothy. E, incluso, también a Ned. Por la putada del Noveno Misterio. Si mis compañeros deben inmolarme, digamos el próximo viernes, tirarán por tierra unos cuantos planes.

28. NED

Los hermanos están enamorados de nosotros. No hay otro término que se ajuste. Se esfuerzan en ser herméticos, solemnes, impenetrables, distantes, pero no pueden disimular la alegría que les produce nuestra presencia. Les rejuvenecemos. Les hemos salvado de una eternidad de trabajo repetido. Han pasado eras sin que tuvieran novicios, sangre joven junto a ellos, siempre la misma sociedad cerrada de hermanos, quince en total, con sus devociones, trabajando en el campo, haciendo sus faenas. Y ahora que nos tienen que enseñar el ritual de la iniciación, es algo nuevo para ellos y nos están agradecidos por haber venido.

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