La tercera comida del día. Mismo menú. Después de cenar, ayudamos a limpiarlo todo. A la hora de la puesta del sol, vamos con el hermano Antony y, casi todas las noches, vienen cuatro o cinco hermanos más, hasta una colina baja al oeste del monasterio; allí realizamos el rito consistente en beber el aliento del sol. Esta operación se hace asumiendo una posición particularmente incómoda, a medio camino entre la posición del loto y la de salida de un velocista, mirando directamente al globo rojo del sol poniente. Justo en el momento en que te da la impresión de que un agujero se está abriendo en tu retina, cierras los ojos y meditas sobre el espectro de colores que surgen del disco solar. Te concentras para hacer penetrar ese flujo en tu cuerpo, empezando por los párpados, las sienes, las fosas nasales, la garganta y el pecho. Más tarde, el rayo solar se instala en el corazón donde produce luz y calor generadores de vida. Cuando seamos verdaderos adictos, seremos, por lo que se ve, capaces de canalizar esa energía interior hacia las partes del cuerpo que nos parezcan más necesitadas de vigor —los riñones, el páncreas, los genitales o cualquier otro sitio. Es lo que los hermanos, colocados en la posición especial, no muy lejos de nosotros, deben estar haciendo ahora. ¿Qué valor tiene esta operación? Sobrepasa mi capacidad de juicio. Científicamente, no entiendo el valor que pueda tener, pero, como Eli no cesa de repetir desde el principio, la vida representa mucho más de lo que la ciencia dice sobre ella, y si las técnicas de la longevidad se basan en la reorientación metafórica del metabolismo, conduciendo a un cambio empírico de los mecanismos somáticos, entonces, a lo mejor, es de vital importancia para nosotros bebernos el aliento del sol. Los hermanos no nos han enseñado sus partidas de nacimiento, así que, como ya sabíamos, debíamos tener una fe ciega en toda la operación.
Cuando el sol se pone, vamos a una de las salas más grandes a cielo abierto para cumplir nuestra última obligación del día: una sesión de cultura física, a cargo del hermano Bernard. Según El Libro de los Cráneos, un cuerpo flexible y ágil es esencial para la prolongación de la vida. Esto no es nada nuevo, pero, por supuesto, consideraciones místico-cosmológicas especiales inspiran las diferentes técnicas empleadas por la Hermandad para conservar la agilidad corporal. Empezamos con los ejercicios de respiración, cuyo significado ya nos ha explicado el hermano Bernard con su lacónica charla; se trata de reorganizar las relaciones con el universo de los fenómenos, de forma que el macrocosmos esté en nuestro interior y el microcosmos en el exterior. Según he creído comprender, aunque espero que en el futuro me den explicaciones más claras. También hay muchas consideraciones esotéricas sobre el desarrollo de la «respiración interior», pero, aparentemente, no juzgan importante que las asimilemos de momento. Sea como sea, nos agachamos y nos hiperventilamos, descargamos de los pulmones todas las impurezas y sólo tragamos aire nocturno espiritualmente limpio y con garantía de pureza. Después de hacer cierto número de inspiraciones y expiraciones, pasamos a hacer los ejercicios de apnea, que nos dejan mareados y exaltados, luego pasamos a extrañas maniobras de transferencia de aliento para que aprendamos a dirigir nuestras inspiraciones a diferentes partes del cuerpo, como hicimos antes con la luz solar. Todo esto representa un penoso trabajo, pero la hiperventilación produce un agradable bienestar, una sensación de euforia: nos sentimos ligeros y optimistas, y nos autoconvencemos de que nos llevan por el camino de la vida eterna. Tal vez sea así, si es que oxígeno implica vida y óxido de carbono significa muerte.
Cuando el hermano Bernard considera que hemos alcanzado el estado de gracia, empezamos con las contorsiones. Hasta hoy, los ejercicios han sido diferentes todos los días, como si se los sacara de un inagotable manual elaborado a lo largo de mil siglos. Sentados con las piernas cruzadas, los talones tocando el suelo, manos cruzadas sobre la cabeza, tocando el suelo rápidamente cinco veces con los codos (¡Puf!). Mano izquierda sobre la rodilla izquierda, levantad la derecha por encima de la cabeza y respirad profundamente diez veces. Repetid con la mano derecha sobre la rodilla derecha y la mano izquierda en el aire. Ahora las dos manos sobre la cabeza, sacudid vigorosamente la cabeza de arriba para abajo hasta que empecéis a ver estrellas detrás de los cerrados párpados. Poneos de pie, con las manos en las caderas, inclinaos violentamente sobre un costado, hasta que el cuerpo forme un ángulo recto, primero a la izquierda, luego a la derecha. Manteneos sobre un solo pie, llevaos la otra rodilla hasta la barbilla. Saltad como locos a la pata coja. Y así sucesivamente. Además de un gran número de cosas que todavía no estamos preparados para hacer —un pie detrás de la cabeza, brazos doblados en posición inversa, levantarse y sentarse con las piernas cruzadas, etcétera. Lo hacemos lo mejor que podemos, que nunca es suficiente para darle satisfacción al hermano Bernard; sin pronunciar una sola palabra, nos recuerda constantemente, mediante la agilidad de sus propios movimientos, la importante meta que perseguimos. Estoy dispuesto a aprender, ahora ya no me importa lo que pueda tardar, a meterme el codo en la boca, pues es imprescindible para acceder a la vida eterna; y, si no sabes hacerlo, lo siento, amigo mío, pero tendrás que dejarlo todo a mitad del camino.
El hermano Bernard nos lleva al límite del agotamiento. El mismo no deja de hacer ni uno solo de los movimientos que nos pide, y, sin embargo, no muestra el más mínimo signo de fatiga. El mejor de nosotros en esta materia es Oliver, y el peor Eli. Pero Eli hace gala de un entusiasmo jamás descorazonado digno de admiración.
Cuando por fin nos deja irnos, después de noventa minutos de ejercicios, el resto de la noche nos pertenece, pero no aprovechamos nuestra libertad. En este estado, sólo queremos dejarnos caer en la cama, pues pronto, demasiado pronto, sonará en nuestra puerta el toc-toc-toc alegre del hermano Franz. Así que nos sumergimos en un profundo sueño. Nunca hasta ahora había dormido así.
Este es nuestro cotidiano empleo del tiempo. ¿Tiene sentido? ¿Estamos rejuveneciendo? ¿O envejeciendo? ¿La resplandeciente promesa de El Libro de los Cráneos llegará a ser realidad para alguno de nosotros? Los cráneos colgados de los muros no dan ninguna respuesta. Las sonrisas de los hermanos son impenetrables. Ya no hablamos nunca entre nosotros. Paseando continuadamente en mi habitación de asceta, escucho resonar en mi cráneo el gong paleolítico, dong-dong-dong, esperar, esperar, esperar. Y el Noveno Misterio sigue colgando por encima de nuestras cabezas como una espada que se balancea.
Esta tarde, después de excavar mierda de gallina en los toneles con una temperatura de treinta grados, he decidido que me lo tenía bien merecido. La broma había durado demasiado. Las vacaciones acaban de terminarse; de todos modos, quería largarme del campo. Sentía esa necesidad desde que llegué aquí, desde luego, pero, por darle gusto a Eli, no había dicho nada. Ahora ya no puedo más. He decidido ir a hablarle antes de la cena, en el rato de descanso.
Cuando hemos vuelto del campo me he dado un baño rápido y me he ido hasta el cuarto de Eli. Todavía estaba en el baño; oía correr el agua. Cantaba con su monótona voz de bajo. Por fin, secándose, salió.
El descanso le había sentado bien: había engordado y estaba más musculoso. Me dirigió una sonrisa glacial.
—¿Qué haces aquí, Timothy?
—Vengo a visitarte.
—Es la hora de descanso. Se supone que debemos estar solos.
—Se supone que debemos estar solos, excepto cuando estamos con ellos. Nunca podemos hablar los dos en privado.
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