Robert Silverberg - El libro de los cráneos

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El libro de los cráneos: краткое содержание, описание и аннотация

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Son cuatro:
Timothy, 22 años, rico, vividor, dominante.
Oliver: 21 años, guapo, atlético, un bloque de mármol con una falla secreta.
Ned: 21 años, homosexual, amoral, poeta de vez en cuando.
Eli: 20 años, judío, introvertido, filólogo, descubridor del Libro de los Cráneos.
Todos iban en busca del secreto de la inmortalidad: la prometida en el Libro de los Cráneos. Al final de su busca, una prueba iniciática y terrible que llevaráa cada uno de ellos a contemplar cara a cara el rictus de sus propias facciones.
Una prueba en la que dos de ellos deben morir y los otros dos sobrevivir para siempre.

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Volví a pensar en todo esto mientras arrancaba las malas hierbas en el bancal de pimientos de los hermanos, con el culo recalentado por los rayos del sol que se iba elevando. Volví a pensar también en otras cosas enterradas en alguna oquedad de mi memoria, viejos acontecimientos sombríos y desagradables que no tenía necesidad alguna de desenterrar de entre el enredo de mis recuerdos. Otras ocasiones en que yo había estado desnudo en compañía de otras personas. Juegos de niños, juegos no siempre inocentes. Imágenes no deseadas afluían como una fuente en primavera. Ya no osaba moverme. Me recorrían oleadas de miedo. Los músculos tensos, el cuerpo reluciente por el sudor y de pronto tuve conciencia de algo que me dio vergüenza. Sentí una pulsación familiar, sentí algo abajo que comenzaba a hincharse y a erguirse, bajé los ojos. Sí, no hay duda, estaba en erección. Hubiera querido morir. Hubiera querido tirarme al suelo. Era como el día en que Sissy Madden nos había visto nadar y yo retorné completamente desnudo al arroyo mientras Jim y Karl estaban vestidos a mi lado. Sentí otra vez la vergüenza de estar desnudo frente a personas vestidas. Ned, Eli y Timothy tenían puestos sus pantalones, y también los hermanos, y yo estaba desnudo y me importaba un bledo hasta que esto pasó; pero ahora me sentía tan expuesto a las miradas como si estuviera en la pantalla de la televisión. Todos iban a mirarme preguntándose qué me habría excitado, qué estúpidas ideas se me han cruzado por la cabeza.

¿Dónde esconderme? ¿Cómo hacer para cubrirme? ¿Me mirará alguien?

De hecho, nadie parecía interesarse por mí. Eli y los hermanos estaban mucho más arriba. Timothy, que se arrastraba como siempre, estaba detrás de nosotros y prácticamente fuera del alcance de nuestra vista. El único cercano a mí era Ned, cinco o seis metros por detrás. Como yo le daba la espalda, mi vergüenza se disimulaba. Sentí que empezaba a dominarme. En unos instantes todo volvería a estar normal y yo podría ir negligentemente a recuperar mi pantalón de la rama del árbol. Sí, se había acabado ya. Me di la media vuelta.

Ned se sobresaltó con aire de culpabilidad. Enrojeció y apartó la mirada. Comprendí. No tenía necesidad de verificar la parte delantera de su pantalón para saber qué ideas le rondaban la cabeza. Sin duda llevaba quince o veinte minutos dándose un buen atracón a base de contemplar mis nalgas. Se le hacía la boca agua imaginando sus fantasías de marica.

Pero, después de todo, no hay nada más normal. Ned es homosexual. Siempre me ha deseado, aunque jamás se haya atrevido a dar el paso decisivo. Y yo estaba en cueros justo delante de él: era una tentación, una provocación. Pero, a pesar de ello, yo estaba estupefacto al ver la intensidad del deseo reflejada en su rostro; ser el objeto de tales sentimientos, de tal pasión por parte de otro hombre, me producía una curiosa impresión. Y él parecía tan cogido de improviso, tan incapaz de reaccionar cuando pasé por delante de él para coger mi pantalón, como si se hubiera visto sorprendido en plena exhibición de sus intenciones. ¿Y yo? ¿Qué intenciones había exhibido yo en este caso? Intenciones que apuntaban a quince centímetros delante de mí. Estamos en presencia de algo muy complejo y muy claro. Me produce un cierto temor. ¿Se habrán introducido en mí las derivaciones homosexuales de Ned por medio de alguna suerte de telepatía que remueve las viejas vergüenzas? Es extraño que se me haya puesto tiesa justo en ese momento. ¡Señor! Yo creía comprenderme. Pero no ceso de descubrir que no sé nada sobre mí. No sé ni siquiera quién soy. Ni qué tipo de persona quiero ser. Dilema existencial, es verdad, Eli, es verdad. Elegir el propio destino. Expresamos nuestra identidad a través de nuestro yo sexual, ¿no es cierto? Yo, particularmente, no lo creo. Ni tengo necesidad de creerlo. Y entre tanto… no sé. El sol me calentaba los riñones. Estaba tan tenso que, durante unos instantes, me hizo daño. Y Ned que respiraba fuerte detrás de mí. Y el pasado se removía. ¿Dónde estará ahora Sissy Madden? ¿Dónde Jim y Karl? ¿Y dónde está Oliver? ¿Dónde está Oliver? ¡Oh! ¡Señor! Creo que Oliver es un chico enfermo, muy enfermo.

31. ELI

La meditación, estoy convencido, es el centro del proceso. Ser capaz de replegarse al interior. Es absolutamente necesario llegar a ello si se quiere realizar algo aquí. El resto, la cultura física, el régimen, los baños, el trabajo en el campo, todo ello no es sino una serie de técnicas con el fin de adquirir autodisciplina, someter el recalcitrante ego al grado de control que requiere la verdadera longevidad. Desde luego, si se quiere vivir largo tiempo, hacer mucho ejercicio, mantener el cuerpo en forma, evitar los sentimientos insanos, es de gran ayuda. Pero pienso que sería un error cargar demasiado la vara sobre este aspecto de la vida de la Hermandad. La higiene y la gimnasia son útiles cuando se trata de prolongar la duración de la vida normal hasta los ochenta o noventa años, pero es necesario algo más trascendental para llegar hasta los ochocientos o novecientos años. (¿O nueve mil? ¿Noventa mil?) El control total de las funciones corporales se convierte en necesario. Y la meditación es la llave para ello.

En el estado actual, estamos a punto de que nos enseñen a desarrollar nuestra conciencia interior. Hemos de mirar fijamente el sol que se pone, por ejemplo, y transferir su calor a diversas partes de nuestro cuerpo. Primero el corazón, después los testículos, después los pulmones, el bazo y lo demás. Yo sostengo que no es la radiación solar lo que les interesa —es sólo una metáfora, un símbolo—, sino más bien la idea de ponernos en contacto con el corazón, los testículos, los pulmones, el bazo, etcétera, de tal modo que, si se produjera algún problema en estos órganos, pudiéramos examinarlos con nuestro espíritu, y arreglar lo que hubiera de ser arreglado. Todas estas historias de cabezas de muerte, en torno a las que se hace la mayor parte de la meditación, también son símbolos, estoy seguro, destinados, únicamente, a suministrar la fuerza adecuada para nuestra concentración. De suerte que podamos servirnos de la imagen del cráneo como de un trampolín para el salto interior. Parece importante que otro símbolo hubiera servido probablemente igual de bien para este asunto: un tornasol, un ramillete de bellotas, un trébol de cuatro hojas. Una vez revestido del velo psíquico adecuado, el mana, no importa cuál, podrá servir. Resulta que la Hermandad ha elegido la simbología de los cráneos, lo cual dista mucho de ser inadecuado. De hecho, hay algo de misterio en un cráneo, algo de romanticismo, algo de maravilloso. Cuando nos sentamos ante el hermano Antony y nos pide que nos fijemos en su pequeño colgante de jade y que verifiquemos diversas absorciones en cuanto a las relaciones entre la vida y la muerte, lo que de hecho quiere es que sepamos concentrar toda nuestra energía mental en un solo objeto. Una vez dominada la concentración, podremos aplicar nuestro nuevo talento a tareas de conservación y regeneración permanente de nuestro cuerpo. He ahí todo el secreto. Las drogas para la longevidad, la alimentación, el culto al sol, la oración, todas son cosas secundarias. La meditación lo es todo. Es algo parecido al yoga, supongo, el espíritu dominando a la materia. Aunque si la Hermandad es tan vieja como el hermano Miklos da a entender, quizá fuera más exacto decir que el yoga emana del Monasterio de los Cráneos.

Tenemos que recorrer un largo camino. No estamos más que en el estado preliminar de la serie de entrenamientos que los hermanos designan con el nombre de la Prueba. Imagino que lo que ahora nos espera es de orden psicológico, o incluso psicoanalítico: hacer una purga del excedente del equipaje intelectual. La horrible amenaza del Noveno Misterio forma parte de ello. No sé todavía si este pasaje de El Libro de los Cráneos ha de ser interpretado literal o metafóricamente, pero, en cualquier caso, estoy seguro de que se trata de eliminar las malas vibraciones del Receptáculo; matamos a nuestro chivo expiatorio, metafóricamente o de otro modo, y el otro chivo expiatorio se elimina por sí mismo, metafóricamente o de otro modo, y el resultado de todo ello es que quedan dos hermanos desembarazados de las emanaciones de muerte aportadas por el dúo defectuoso. Después de haber hecho la purga del grupo, en bloque, es necesario hacer la purga de las individualidades por separado.

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