Robert Silverberg - El libro de los cráneos

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El libro de los cráneos: краткое содержание, описание и аннотация

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Son cuatro:
Timothy, 22 años, rico, vividor, dominante.
Oliver: 21 años, guapo, atlético, un bloque de mármol con una falla secreta.
Ned: 21 años, homosexual, amoral, poeta de vez en cuando.
Eli: 20 años, judío, introvertido, filólogo, descubridor del Libro de los Cráneos.
Todos iban en busca del secreto de la inmortalidad: la prometida en el Libro de los Cráneos. Al final de su busca, una prueba iniciática y terrible que llevaráa cada uno de ellos a contemplar cara a cara el rictus de sus propias facciones.
Una prueba en la que dos de ellos deben morir y los otros dos sobrevivir para siempre.

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Las tres mujeres se colocaron a lo largo de una de las paredes. Era la primera ocasión que yo tenía de observarlas de cerca. Hubieran podido ser hermanas: las tres menudas, pero bien proporcionadas, tez mate, la nariz prominente, grandes ojos negros y acuosos, labios carnosos. En cierto modo, me recordaban a las muchachas de los frescos minoicos, pero también podían haber sido indias amerícanas. En cualquier caso, eran totalmente exóticas. Cabelleras negro noche, senos macizos. Edad, entre veinte y cuarenta. Se mantenían derechas como estatuas. El hermano pronunció una breve entrada en materia. Es esencial, declaró, que los candidatos aprendan el arte de someter las pasiones sexuales. Esparcir el fluido seminal es morir un poco. ¡Bravo, hermano León! Viejo adagio isabelino: gozar igual morir. No debemos, continuó, reprimir el impulso sexual, sino dominarlo y ponerlo a nuestro servicio. En consecuencia, el acto sexual es recomendable, pero la eyaculación, deplorable.

Recordaba haber oído aquello, y terminé por acordarme de dónde. Puro taoísmo, sí, señor. La unión del yin y del yang, la picha y el coño producen una armonía necesaria para el bienestar del universo, pero el gasto del ching, el esperma, es autodestructivo. Hay que esforzarse por mantener el ching, en aumentar su reserva. ¡Es curioso, hermano León, no tiene usted aire de chino! Me pregunto quién ha robado la teoría a quién. O ¿acaso los taoístas y la Hermandad de los Cráneos han llegado cada uno por su lado a los mismos principios?

El hermano León terminó su pequeño preámbulo y dijo algo en una lengua que yo desconocía a las tres muchachas. (Hablé de ello con Eli más tarde y él tampoco había logrado identificarla, pero suponía que podía ser azteca o maya.) Luego, los tres vestidos blancos cayeron y me encontré frente a tres pedazos de yin totalmente al aire y a mi disposición. Tengo a bien ser marica, sin embargo, soy capaz de emitir un juicio estético. Eran unas chicas impresionantes. Senos macizos, que colgaban con moderación, vientre plano, trasero firme, nalgas espléndidas. Ni rastro de apendicitis o embarazo. El hermano León dio una rápida orden ininteligible y la sacerdotisa que estaba más cercana a la puerta se tumbó con prontitud sobre el suelo de fría piedra con las piernas flexionadas y ligeramente separadas. Entonces, el hermano León se volvió hacia mí, se permitió una ligera sonrisa, y me hizo un signo con los dedos doblados. Venga, muchacho, parecía decirme.

Vuestro angélico Ned estaba perplejo. Realmente, no sabía qué decir. ¡Pero, bueno, hermano León…! No ha entendido usted nada. La amarga verdad es que yo soy eso que se llama uranista, marica, sarasa, invertido, mariposa, no me tiran especialmente los coños. Debe reconocer que mis preferencias van por el lado de la sodomía.

No dije nada de todo esto y, entre tanto, el hermano León me hizo de nuevo un signo algo más imperioso. ¡Qué diablos! Después de todo, la verdad es que siempre he sido bisexual con inclinaciones pederastas, pero cuando se ha presentado la ocasión, no me ha repugnado meterme en el orificio aprobado por la Iglesia. Como parece ser que la vida eterna se halla en juego, sufriré la prueba. Me acerqué a aquellos muslos separados. Con heroica perversidad, hinqué mi herramienta en el receptáculo que se me ofrecía. Y, ¿ahora? Retén tu ching, me decía a mí mismo, retén tu ching. Me movía con ritmo calmo y lento mientras el hermano León me animaba inclinándose hacia mí y recordándome que los ritmos del universo exigían que yo le produjera el orgasmo a mi compañera, tratando al mismo tiempo de no llegar a él yo mismo. ¡Perfecto! Me admiraba de los resultados a lo largo del asunto. Llevé a mi concubina espiritual hasta los espasmos y ronroneos deseados, mientras que yo permanecía distante, fuera, totalmente extraño a las aventuras de mi instrumento. Cuando el divino momento hubo pasado, mi compañera, satisfecha, me expulsó con un hábil movimiento de pelvis y vi que la segunda sacerdotisa se colocaba sobre el suelo en posición receptiva. ¡Muy bien! El cambio se ejecuta. Mete. Saca. Mete. Saca. ¡Mmm! ¡Ahhh!… Con la precisión de un cirujano, la llevo al éxtasis mientras el hermano León hacía el comentario apropiado por encima de mi hombro izquierdo. De nuevo el movimiento de pelvis, de nuevo el cambio de chica. Otro yoni abierto se ocupaba de mi reluciente nabo tieso. ¡Dios me ampare! Me daba la impresión de ser un rabino al que el médico ha dicho que morirá si no come todos los días medio kilo de cerdo. Pero el viejo Ned hinca su último clavo. El hermano León dice que esta vez puedo permitirme eyacular. De todas maneras, estaba agotado, y relajé mis férreas defensas con no poca satisfacción.

La prueba ha rebasado una nueva etapa de depravación. Las sacerdotisas vienen a visitarnos todas las tardes. Supongo que a los cabrones de Timothy y Oliver les parecerá una sorpresa tan agradable como inesperada, aunque no estoy seguro. Lo que aquí se ofrece no tiene nada que ver con su manera de joder habitualmente. Se trata de un arduo ejercicio de control y puede que eso les quite algo de placer. Ese es su problema. El mío es diferente. ¡Pobre Ned! Se ha tirado a más mujeres esta semana que durante los cinco años pasados. Hay que decir en su favor que hace todo lo que se le pide sin quejarse nunca, pero le cuesta. ¡Virgen santísima! Ni en los peores viajes había imaginado que la ruta de la inmortalidad pasara por tantas vaginas.

33. ELI

Hoy por la noche, en esas horas tenebrosas, se me ha ocurrido por primera vez que podría ser yo quien se ofreciera en holocausto para satisfacer las exigencias del Noveno Misterio. Momento de desesperación fugaz que desapareció pronto, pero digno de tenerse en cuenta cuando llegue el gran día. Está a la vista que lo que más me inquieta es el asunto sexual. Mi total jaque en la maestría de la técnica. Fracaso tras fracaso. ¿Cómo reprimirme? Me ofrecen muchachas magníficas y he de despachar a dos o tres en fila. ¡Oh, schmendrick, schmendrick, schmendrick! La escena con Margo volvía a empezar. Me inflamo, me dejo transportar… Lo contrario de la actitud preconizada por los Cráneos. Ni una sola vez he logrado contenerme el tiempo suficiente para llegar a la tercera. No creo que sea humanamente posible, por lo menos para mí. Aunque, desde luego, la clase de longevidad de la que aquí se habla no es humanamente posible tampoco. Es necesario sobrepasar lo humano, convertirse, literalmente, en inhumano, en no humano, si se quiere triunfar sobre la muerte. Pero ni siquiera puedo controlar los traidores espasmos de mi pene. ¿Cómo puedo esperar controlar mi metabolismo, invertir el proceso de degradación orgánica con la simple fuerza del espíritu, adquirir esa clase de control celular del cuerpo que parecen poseer los hermanos? No puedo, veo perfilarse el jaque. El hermano León y el hermano Bernard me han dicho que me harían un entrenamiento especial, que me enseñarían unas cuantas cosas técnicas útiles de desescalada sexual, pero yo no creo en absoluto en ello. El problema está tan profundamente arraigado en mí que es demasiado tarde para cambiar, trátese de lo que se trate. Soy quien soy. Monto a esas chicas, estas silenciosas y dóciles sacerdotisas aztecas, y aunque mi espíritu esté lleno de instrucciones para retener el esperma, mi cuerpo se lanza al galope, corre, explota de pasión y la pasión es precisamente lo que hay que conquistar si se quiere sobrevivir a la prueba. Errar este test, es errar todo. Vuelvo a encontrarme echado al borde del camino, perdida la inmortalidad; no me queda ya más que destruirme puesto que alguien ha de destruirse y así abrir el camino a los otros.

Estos eran más o menos mis pensamientos la noche pasada. Timothy también está condenado al fracaso, me decía, pues es incapaz de adquirir la interioridad necesaria o lo desea muy poco. Está prisionero de sus sarcasmos, tan desdeñosos de la Hermandad y de sus ritos que difícilmente contiene su impaciencia. Tampoco puede abrirse a las disciplinas de base. Nosotros meditamos, él se contenta con mirar. El peligro real es que decida largarse un día de éstos, lo cual comprometería todo y desequilibraría el Receptáculo. Por tanto designo a Timothy para desempeñar la otra obligación del Noveno Misterio. Es imposible que obtenga lo que la Hermandad ofrece: que sea inmolado en beneficio de los demás.

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