Robert Silverberg - El libro de los cráneos

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El libro de los cráneos: краткое содержание, описание и аннотация

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Son cuatro:
Timothy, 22 años, rico, vividor, dominante.
Oliver: 21 años, guapo, atlético, un bloque de mármol con una falla secreta.
Ned: 21 años, homosexual, amoral, poeta de vez en cuando.
Eli: 20 años, judío, introvertido, filólogo, descubridor del Libro de los Cráneos.
Todos iban en busca del secreto de la inmortalidad: la prometida en el Libro de los Cráneos. Al final de su busca, una prueba iniciática y terrible que llevaráa cada uno de ellos a contemplar cara a cara el rictus de sus propias facciones.
Una prueba en la que dos de ellos deben morir y los otros dos sobrevivir para siempre.

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Ayer por la noche, después de la cena, el hermano Javier vino a buscarme a mi cuarto y supongo que también fue a buscar a los demás; me dijo que debía prepararme para el rito de la confesión. Me pidió que pasara revista a toda mi experiencia poniendo especial atención en los episodios de culpabilidad y vergüenza, y que estuviera dispuesto a discutirlos en profundidad cuando llegara el momento. Supongo que se prepara una sesión colectiva para muy pronto bajo la supervisión del hermano Javier. ¡Qué hombre tan formidable! Ojos grises, labios finos, rostro cincelado. Tan accesible como una losa de granito. Cuando camina por los corredores tengo la impresión de escuchar una música sombría y dolorida que le acompaña. ¡El Gran Inquisidor! Sí, el hermano Javier en el papel de Gran Inquisidor. Noche y frío; dolor y niebla. ¿Cuándo comienza la Inquisición? ¿Qué le voy a decir? ¿Cuál de mis faltas, de mis vergüenzas, colocaré sobre el altar?

Creo comprender que el objeto de esta confesión es aligerar nuestras almas liberando… —¿qué término puedo utilizar?— nuestras neurosis, nuestros pecados, nuestros bloqueos mentales, nuestros complejos, nuestras taras, nuestros depósitos de karma defectuosos. Debemos prepararnos. Guardarnos los huesos y la carne, pero el espíritu debe estar disecado. Debemos esforzarnos en alcanzar una especie de quietismo en el que no haya conflictos ni tensiones. Evitar todo aquello que vaya contra la piel y si es posible reorientar la piel. Acción sin esfuerzo, he ahí la clave. No perder energía. Luchar acorta la vida. Bien, ya veremos, llevo dentro de mí escorias interiores, todos las llevamos. Un lavado psíquico no ha de ser tan mala cosa.

¿Qué he de decirle, hermano Javier?

32. NED

Pase revista a su vida, dice el misterioso y vagamente reptiliano hermano Javier mientras entra sin anunciarse en la celda monástica con un leve rechinar de escamas frías sobre la piedra pulida. Pase revista a su vida, revise los pecados de su pasado, prepárese para confesarse. ¡Deprisa!, grita Ned, el niño de corazón depravado. ¡Deprisa, hermano Javier!, cloquea el papista caído.

El rito de la confesón. Ya le conoces, Ned; está impreso en sus genes, está grabado en sus huesos y en sus testículos, es una segunda naturaleza en él. Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Mientras que los otros tres son ajenos a las verdades del confesionario. ¡Oh! Supongo que los anglicanos van a confesarse, como buenos criptoromanos que son, pero no cuentan más que embustes a sus sacerdotes. Mi madre, con su autoridad, me puso sobre aviso de que la carne de los anglicanos ni siquiera es buena para engordar cerdos. «Pero, mamá, los cerdos no comen carne.» «Si la comieran, hijo mío, no tocarían las tripas de un anglicano. No cumplen los mandamientos y mienten a sus sacerdotes.» Y mi querida mamá se persignaba por ello con cuatro golpes recios sobre el pecho, om mani padme bum.

Ned es obediente. Ned es un niño amable. El hermano Javier no tuvo que decir más que una palabra y Ned comenzó a pasar revista a su descarriado pasado para vomitarlo todo cuando llegara el momento. ¿En qué he pecado? ¿En qué me he saltado las normas? Dime, querido Ned, ¿has puesto otros dioses por delante de El? No, padre, de verdad, no puedo decir que lo haya hecho. ¿Has levantado ídolos? Bueno, un poco, lo reconozco, pero no hay que aplicar este mandamiento al pie de la letra, ¿no? No somos musulmanes sanguinarios, ¿no? Gracias, padre. ¿Has invocado el nombre del Señor en vano? Dios me ha preservado de ello, padre, ¿sería yo capaz de una cosa parecida? Eso está muy bien, Ned. ¿Has respetado el día del sabbath? Con vergüenza, el pequeño muchacho responde que alguna vez ha caído en la tentación de deshonrar el sabbath. ¿Alguna vez? ¡Mierda! ¡He profanado más domingos que un turco! Pecado venial, sin embargo, pecado venial.

Ego te absolvo, hijo mío. ¿Has honrado a tu padre y a tu madre, hijo mío? ¡Oh, sí, padre! Les he honrado a mi manera. ¿Has matado? No, no he matado. ¿Has cometido adulterio? No, que yo sepa, padre. ¿Has robado? No he robado nada, por lo menos, nada de importancia. Ni tampoco he levantado falso testimonio contra mi prójimo. ¿Y has codiciado la casa de tu prójimo, o la mujer de tu prójimo, o el criado de tu prójimo, o su criada, o su buey o su culo o cualquier cosa que perteneciera a tu prójimo? Pues bien, padre, puesto que habla usted del culo de mi prójimo, he de reconocer que nos hallamos en un terreno de arenas movedizas, pero, por otro lado… por otro lado… hice lo que pude, padre, habida cuenta de que vine al mundo tarado, habida cuenta de todo lo que hay contra nosotros, teniendo en consideración que con el pecado de Adán hemos pecado todos, considero, a pesar de todo, que soy relativamente puro y bueno. No perfecto, desde luego. ¡Ay, hijo mío! ¿De qué has de confesarte? Pues bien, padre…

Confiteor, confíteor, el puño, pequeño, golpea su pecho de niño con admirable celo, pum, pum, pum, pum. ¡Om! ¡Mani! ¡Padme! ¡Hum! Un domingo, después de Misa, fui con Sandy Dolan a espiar a su hermana que se estaba desnudando y vi sus senos desnudos, padre. Eran redondos y pequeños con unos pequeños pezones todos rosas y en la parte inferior del vientre, padre, tenía un montículo de pelos castaños, algo que yo nunca había visto antes. Y después, se puso de espaldas a la ventana y vi su culo, padre, los dos carrillos regordetes más hermosos que haya visto jamás, con dos admirables hoyuelos justo encima y aquella deliciosa hendidura exactamente en el centro que… ¿cómo, padre? ¿Que pase a otra cosa? Pues bien, confieso que yo arrastré a Sandy por el mal camino de diferentes maneras, consumé con él todos los pecados de la carne, pecados contra Dios y contra la naturaleza, cuando teníamos once años y compartíamos la misma cama, cuando su madre estaba de parto y no había nadie en la casa que se ocupara de él, saqué de debajo de mi cama un bote de vaselina, y cogí con el dedo un buen puñado y le lubriqué el órgano sexual mientras le decía que no tuviera miedo, que Dios no podía vernos en la oscuridad bajo las mantas, y yo… y él… y nosotros… y nosotros…

Así, a requerimiento del hermano Javier, sondeé mi degenerado pasado y lo remonté a fuerza de detritus destinados a hacerme brillar durante las sesiones de confesión que habían de comenzar muy pronto, creía yo. Pero los hermanos no son tan lineales. Se iba a producir un cambio en nuestro programa cotidiano, sí, pero no era una cuestión ni del hermano Javier ni de ningún aspecto confesional. Sin duda, se dejaba para más tarde. El nuevo rito era de naturaleza sexual, de naturaleza heterosexual, ¡que Buda tenga piedad de mí! Los hermanos, ahora me doy cuenta, son más bien chinos, a pesar de su falsa piel de caucasiano, puesto que lo que nos enseñan ahora no es más que el Tao del sexo.

No lo llaman así. Tampoco hablan del yin y del yang. Pero conozco el erotismo oriental y los viejos simbolismos espirituales de estos ejercicios sexuales, que están estrechamente emparentados con los diferentes ejercicios gimnásticos y contemplativos que hemos tenido ocasión de practicar. Controlar, controlar, dominar cada una de las funciones del cuerpo, tal es el objeto perseguido.

Las morenitas de cortos vestidos que vimos repetidas veces en el monasterio son, en efecto, sacerdotisas del sexo, coños sagrados, que sirven a las necesidades de los hermanos y que juegan el papel de receptáculos del Receptáculo. Nos van a iniciar ahora en los sagrados misterios de la vagina. Lo que hasta ahora era el rato de reposo después del trabajo de la tarde, se ha convertido en la hora de copulación trascendental. Se ha producido así sin previo aviso. El día en que esto comenzó, yo había vuelto del campo, me había dado un baño y me había tumbado de espaldas sobre la cama, cuando, según la costumbre local, mi puerta se abrió sin llamar previamente, y el hermano León, el médico, entró en mi cuarto seguido por tres muchachas vestidas de blanco. Yo estaba desnudo, pero pensé que no estaba obligado a tapar mis órganos vitales a las miradas de quienes así habían irrumpido en mis dominios. Muy pronto comprendí que era absolutamente inútil tomarme el trabajo de cubrirme.

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