Toby parecía aliviado, pero aún insistió:
—Sin embargo, los fogoneros…
—A esos sí que los necesito.
—Pues no van a quedarse en el barco, capitán. Se lo aseguro.
—Supongo que Hairy Mike tendrá un par de cosas que decir al respecto.
Jeb movió la cabeza en señal de negativa.
—Esos negros le tienen miedo a Hairy Mike, desde luego, pero aún le tienen más a ese lugar al que pretende conducirnos. Se escaparán, puede estar seguro de ello.
Marsh soltó un juramento.
—Malditos estúpidos —añadió—. Bien, sin fogoneros no podemos conseguir el vapor necesario, pero es Joshua quien quería hacer este viaje, no yo. Dadme unos momentos para vestirme, muchachos, y todos juntos buscaremos al capitán York para charlar con él de este asunto.
Los dos negros se intercambiaron una mirada dubitativa, pero no dijeron nada.
Joshua York no estaba solo. Cuando el capitán Marsh llegó frente a la puerta del camarote de su socio, escuchó la voz de éste, alta y rítmica, procedente del interior. Marsh dudó un instante y luego emitió un gruñido al advertir que Joshua estaba leyendo poemas. Y además en voz alta. Llamó a la puerta con el bastón y York interrumpió la lectura para invitarlos a pasar.
Joshua estaba tranquilamente sentado con un libro en el regazo, un largo y pálido dedo señalando el punto donde se había detenido y un vaso de vino sobre la mesa que tenía al lado. En el otro sillón estaba Valerie, quien alzó la mirada hacia Marsh y la retiró rápidamente; le había estado evitando desde aquella noche en la cubierta, y a Marsh le resultó sencillo hacer que no la veía.
—Háblale, Toby —dijo Abner.
Toby parecía tener muchas más dificultades para encontrar las palabras de las que había tenido con Marsh, pero finalmente pudo exponerlo todo. Cuando hubo terminado, se quedó quieto, con los ojos fijos en el suelo y dando vueltas entre las manos a su vieja gorra desgastada. Joshua York mostraba una extraña sonrisa.
—¿Y de qué tienen miedo los hombres?—preguntó con un tono frío y cortés.
—De ir allí, señor.
—Dales mi palabra de que yo los protegeré.
Toby le hizo un gesto de negativa con la cabeza.
—Capitán York, no lo tome como una falta de respeto, pero esos negros también tienen miedo de usted, especialmente ahora que quiere llevarnos a todos allí.
—Creen que usted también es uno de esos —añadió Jeb—. Usted y sus amigos, que intentan atraernos allá abajo donde están los demás, como ha venido pasando estos años. Los relatos sobre esos… tipos dicen que nunca salen de día, y usted hace exactamente eso, capitán, exactamente, eso. Naturalmente, Toby y yo sabemos que no es cierto, pero los demás no nos hacen caso.
—Decidles que les doblaré el sueldo durante el tiempo que estemos en la ensenada —intervino Marsh.
Toby no levantó la mirada, pero negó con la cabeza.
—No les preocupa el dinero. No quieren ir, y antes abandonarán el barco.
Abner Marsh soltó otro juramento.
—Joshua, si ni el dinero ni Hairy Mike consiguen convencerles, no va a haber manera. Tendremos que despedirlos y conseguir unos cuantos estibadores y fogoneros más, pero eso nos llevará algún tiempo.
Valerie se inclinó hacia adelante y posó la mano en el brazo de York.
—Por favorf Joshua —le dijo suavemente—. Escúchalos. Es una señal. No deberíamos ir. Regresemos a San Luis. Prometiste que me enseñarías San Luis.
—Y así lo haré —dijo Joshua—, pero no antes de que resuelva mis asuntos —añadió observando a Toby y Jeb con el ceño fruncido—. Podría llegar fácilmente a Cypress Landing por tierra. Sin duda, sería el modo más rápido y sencillo de conseguir mi objetivo, pero no me satisface, caballeros. Este barco, ¿es mío o no? Y yo, ¿soy el capitán o no? No puedo consentir que mi tripulación desconfíe de mí. No quiero que mis hombres me tengan miedo.
Dejó caer el libro de poemas sobre la mesa con un sonoro estampido, expresando claramente su frustración.
—¿He hecho algo que os haya perjudicado, Toby? —le preguntó al cocinero—. ¿He tratado mal a alguno de los vuestros? ¿He hecho algo para ganarme tanta desconfianza?
—No, señor —dijo en voz baja Toby.
—No, acabas de decir. ¿Y aun así, vais a desertar todos del barco?
—Sí, capitán. Eso me temo —asintió Toby.
Joshua York adoptó una mirada dura, llena de determinación.
—¿Y qué sucedería si demostrara que no soy lo que creéis?—preguntó, pasando la mirada de Toby a Jeb y de éste al primero otra vez—. ¿Qué pasaría si todos me vieran en pleno día?, ¿confiarían entonces en mí?
—¡No! —gritó Valerie, horrorizada—. ¡Joshua, no puedes…!
—Sí que puedo —replicó York—. Y quiero. Y bien, Toby ¿qué me dices?
El cocinero levantó la vista, observó los ojos de York y asintió lentamente.
—Bueno… Quizás si ellos vieran que no es usted…
Joshua estudió a los dos negros durante un largo rato.
—Muy bien —dijo al fin—. Entonces comeré con ustedes mañana al medio día. Ténganme un lugar reservado.
A bordo del vapor SUEÑO DEL FEVRE ,
Nueva Orleans,
agosto de 1857
Para la comida, Joshua se había puesto su traje blanco, y Toby se había superado a sí mismo. Naturalmente, había corrido la voz y prácticamente toda la tripulación del Sueño del Fevre rondaba por el comedor. Los camareros, pulcros como una patena con sus elegantes chaquetillas blancas, iban de lado a lado sirviendo las exquisiteces de Toby, que sacaban de la cocina en grandes fuentes humeantes o en boles de finas porcelanas. Había sopa de tortuga y ensalada de langosta, cangrejos rellenos y lechones mechados, pastel de ostras y costillas de cordero lechal, tortuga de agua dulce, pollo frito, nabos y pimientos rellenos, asado y chuletas de ternera empanadas, patatas irlandesas, maíz verde, zanahorias, alcachofas y habas, profusión de panes y panecillos vinos y licores del bar y leche fresca procedente de la ciudad, bandejas de mantequilla recién batida y de postre budín de pasas, pastel de limón y tarta con salsa de chocolate.
Abner Marsh no había tomado en su vida una comida tan opípara.
—Maldita sea —le dijo a York—, me encantaría que saliera usted a comer con más frecuencia, pues así comeríamos lo mejor de lo mejor todos los días.
Sin embargo, Joshua apenas probó la comida. A la luz del día, parecía una persona distinta; un poco marchito y nada impresionante. Su piel tenía una palidez enfermiza bajo la luz diurna, y Marsh percibió su tono grisáceo, como de tiza. Los movimientos de York eran letárgicos y, en ocasiones, bruscos, sin un asomo de aquella elegancia y aquel dominio que normalmente mostraba. Sin embargo, la mayor diferencia radicaba en sus ojos. A la sombra del sombrero blanco de ala ancha que llevaba, sus ojos aparecían cansados, infinitamente cansados. Tenía las pupilas reducidas a una fina cabeza de alfiler de color negro, y el gris del iris aparecía pálido y desvaído, sin la intensidad que Marsh había visto en ellos con tanta frecuencia.
Pero allí estaba, y su mera presencia contenía, al parecer, toda la diferencia del mundo. Había salido de su camarote a plena luz del sol, había paseado por las cubiertas despejadas y bajado escaleras, y se había sentado a comer ante Dios, la tripulación y todos los demás. Las historias y temores a que pudo haber dado lugar su extraña vida nocturna parecían una estupidez ahora que la luz bañaba a Joshua York y a su traje blanco.
York permaneció callado durante casi toda la comida, aunque se ocupó de dar tímidas respuestas a todas las preguntas que le formularon, y de vez en cuando se atrevió a hacer algún comentario de su propia cosecha en medio de la charla general. Cuando se hubieron servido los postres, apartó el plato y dejó caer el cuchillo pesadamente.
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