George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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Tuve un sueño, que no era del todo sueño,
el brillante sol se había extinguido y las estrellas
vagaban oscuras por el espacio eterno
sin rayos y sin camino, y la tierra helada
daba tumbos, ciega y oscura en un aire sin luna;
la mañana se fue y vino y se volvió a ir, y no trajo el día,
y los hombres olvidaron sus pasiones ante la amenaza
de ésta su desolación; y todos los corazones
se helaron en una plegaria egoísta por la luz…

Mientras leía, la voz del sobrecargo había adquirido un tono profundo, siniestro; el poema seguía y seguía, más largo que cualquiera de los anteriores. Marsh perdió pronto el hilo de las palabras, pero aún así éstas le conmovieron y le provocaron un escalofrío que llenó de temor la habitación. Frases y retazos de líneas persistían en su cabeza; el poema estaba lleno de terror, de vanas plegarias y de desesperación, de locura y grandes piras funerarias, de guerra, hambre y hombres como bestias.

… llegó una comida
ensangrentada, y cada uno la sació aparte, huraño,
amparado en la oscuridad; no quedaba Amor;
no había en la tierra más que un pensamiento, y ése era la Muerte
inmediata y sin gloria; y el dolor
del hambre alimentaba todas las entrañas. Los hombres
morían y sus huesos quedaban tan desenterrados como su carne
los pobres por los pobres eran devorados.

Y Jeffers prosiguió la lectura, presentando una imagen malévola tras otra, hasta que al fin concluyó:

Dormían en el abismo sin inquietud.
Las olas habían muerto, las mareas estaban en la tumba.
La luna, su dueña, había expirado antes;
los vientos habían amainado en el aire corrompido
y las nubes habían perecido; la Oscuridad no tenía necesidad
de ayuda: Ella era el Universo.

Jeffers cerró el libro.

—Delira —dijo Marsh—. Se expresa como un hombre abrasado por las fiebres.

Jonathon Jeffers le sonrió levemente.

—Ya ve como Dios ni siquiera ha aparecido. Byron tenía ideas contradictorias acerca de la oscuridad, me parece. En ese poema hay una preciosa pizca de inocencia. Me pregunto si el capitán York lo conoce.

—Naturalmente —dijo Marsh, levantándose del sillón—. Deme eso —añadió, tendiendo la mano. Jeffers le cedió el libro.

—¿Interesándose por la poesía, capitán?

—Eso no debe preocuparle —replicó Marsh, guardando el libro en uno de los bolsillos—. ¿No tiene asuntos que atender en su oficina?

—Desde luego —asintió Jeffers, antes de despedirse.

Abner Marsh se quedó en la biblioteca tres o cuatro minutos más, sintiéndose bastante raro. El poema le había producido un efecto muy inquietante. Quizás, después de todo, había algo en aquello de la poesía. Decidió echarle un vistazo al libro cuando tuviera un poco de tiempo, y descubrirlo por sí mismo.

Sin embargo, de momento, tenía bastantes asuntos que despachar, y en ello pasó la mayor parte de la tarde y las primeras horas de la noche. Después, se olvidó por completo del libro que tenía en el bolsillo. Karl Framm iba a la ciudad, a cenar en el St. Charles, y Marsh decidió acompañarle. Era casi medianoche cuando regresaron al Sueño del Fevre . Mientras se desnudaba en su camarote, Marsh le echó otro vistazo al libro. Lo dejó cuidadosamente junto a la cama, se puso el camisón y se dispuso a leer un poco a la luz de la lámpara.

El poema “Oscuridad” parecía aún más siniestro de noche, en la soledad mal iluminada del camarote, aunque las palabras escritas no parecían contener la misma fría amenaza que Jeffers les había dado. Con todo, se sentía inquieto ante el poema. Volvió algunas páginas y leyó el “Senaquerib” y el “Ella camina en la belleza” y algunos otros poemas, pero sus pensamientos siguieron dando vueltas en torno al “Oscuridad”. Pese al calor de la noche, a Abner Marsh se le puso piel de gallina.

En la portada del libro había un grabado de Byron. Marsh lo estudió. Parecía bastante guapo, oscuro y sensual como los criollos. Resultaba sencillo comprender por qué las mujeres habían corrido tras él. Aunque cojeara al andar. Y, por supuesto, también era un noble. Lo decía perfectamente la leyenda impresa bajo el grabado:

GEORGE GORDON, LORD BYRON
1788–1824

Abner Marsh estudió unos instantes el rostro de Byron y descubrió súbitamente que envidiaba las facciones del poeta. Abner no había experimentado nunca la belleza desde dentro; si tanto soñaba con vapores grandiosos y lujosos, era quizás porque en todo momento le había faltado el contacto con la belleza de verdad. Su gran tamaño, sus verrugas, su nariz plana y aplastada habían hecho que Marsh no tuviera tampoco demasiados problemas con las mujeres. Cuando era más joven, y bajaba el río en balsas o barcas planas, e incluso después de haber empezado con los vapores, Marsh había frecuentado algunos lugares de Natchez-bajo-la-Colina y de Nueva Orleans, donde un marinero podía encontrar diversión para una noche a un precio razonable. Y después, mientras la Compañía de Paquebotes del río Fevre había ido bien, varias mujeres de Galena y Dubuque y St. Paul se habrían casado con él si se lo hubiera pedido; viudas buenas, fuertes y rudas que conocían el valor de un hombre fuerte y con principios, y con una buena fortuna en barcos. Sin embargo, tales mujeres habían perdido el interés por él con bastante rapidez tras su desgracia y, aunque no hubiera sido así, tampoco eran lo que Marsh quería. Cuando Abner se permitía pensar en aquellas cosas, lo cual no sucedía a menudo, soñaba en mujeres como las criollas de ojos oscuros o las morenas cuarteronas emancipadas de Nueva Orleans, ágiles, orgullosas y llenas de gracias, como los vapores.

Marsh dio un bufido y apagó la vela. Intentó dormir, pero sus sueños fueron inquietos y llenos de pesadillas. Las palabras del poema se repetían lóbregas y temibles en los callejones oscuros de su mente.

… La mañana se fue, vino y se volvió a ir y no trajo el día.

… Amparado en la oscuridad; no guedaba Amor.

… Y los hombres olvidaron sus pasiones ante la amenaza de ésta su desolación.

… Ilegó una comida ensangrentada.

… Un hombre asombroso.

Abner Marsh se irguió en la cama rígido y despierto, escuchando el latir de su corazón. “Maldita sea”, murmuró. Encontró una cerilla, encendió la lámpara que tenía junto a la cama y abrió el libro de poemas por la página del retrato de Byron. “Maldita sea”, repitió.

Se vistió a toda prisa. Deseó tener la compañía de alguien fiero, los músculos de Hairy Mike y su barra de negro hierro, o el bastón de estoque de Jonathon Jeffers. Sin embargo, aquél era un asunto privado entre él y Joshua York, y había dado la palabra de no hablar con nadie al respecto.

Se lavó la cara con un poco de agua, asió el bastón y salió a cubierta, deseando haber tenido a bordo a algún predicador, o al menos un crucifijo. Llevaba el libro de poemas en el bolsillo. A cierta distancia del embarcadero, otro vapor se afanaba en cargar las mercancías y dar presión a las calderas; Marsh escuchó a los estibadores que entonaban un cántico lento y melancólico mientras trasladaban los bultos de tierra firme a la cubierta del barco.

Al llegar a la puerta del camarote de Joshua, Abner Marsh alzó el bastón para llamar, pero se detuvo, repentinamente lleno de dudas. Joshua le había dado órdenes de que no se le molestara, y seguramente iba a enfadarse mucho cuando oyera lo que Marsh tenía que decirle. Todo el asunto parecía una estupidez: era aquel poema que le había provocado malos sueños, o quizás debía achacarlo a alguna cosa que había comido. Sin embargo, sin embargo…

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