George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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Abner Marsh cerró los ojos y volvió a abrirlos. Daba igual. La oscuridad era la misma de una forma u otra, y todavía podía ver la imagen azul pálida de la cerilla ardiendo frente a él, junto al terrible rostro espectral de Joshua.

—Así que todo eso del agua bendita y de los espejos no tiene importancia. Usted no puede salir de día, realmente no. Los vampiros existen, pero usted me mintió. ¡Me mintió, Joshua! Usted no es un cazador de vampiros, sino uno de ellos. Usted y ella y todos los demás. ¡Todos son unos malditos vampiros!

Marsh alzó frente a él su bastón, una inútil espada de madera para protegerse de lo que no alcanzaba a ver. Notó la garganta seca y áspera. Escuchó a Valerie que se reía ligeramente y se acercaba más a él.

—Baje la voz, Abner —dijo Joshua con calma —y ahórreme su indignación. Sí, le he mentido. En nuestra primera reunión, ya le advertí que si me presionaba con preguntas yo le respondería mentiras. Fue usted quien me obligó a pronunciarlas. Lo único que lamento es no haber pensado otras mejores.

—Mi socio… —prosiguió Abner, furioso—. Diablos, no puedo creerlo ni siquiera ahora. Un asesino, o algo peor que un asesino. ¿A qué se ha dedicado todas esas noches? ¿A salir en busca de alguien y beberse su sangre? Y luego, seguir adelante. Sí, señor, ahora lo veo: Una ciudad distinta cada noche, así está a salvo. Cuando los tipos de la orilla descubren lo que ha hecho, ya está usted en otro lugar. Y no huyendo a toda prisa, sino vagando con gran elegancia río arriba y río abajo, a lo grande, en un vapor de lujo en camarote propio y todo. No me extraña que quisiera tener un vapor, capitán York. Maldito sea usted.

—Cállese —le espetó York, con una furia tal en la voz que Marsh cerró al instante la boca—. Y baje ese bastón antes de que rompa algo con tanto aspaviento. Bájelo, le digo —Marsh apoyó de nuevo el bastón en la alfombra—. Así me gusta —dijo York.

—Es como todos los demás, Joshua —intervino Valerie—. No entiende nada. No tiene más que miedo y odio. No podemos dejarle salir de aquí con vida.

—Quizás —dijo Joshua, con tono reticente—. Yo creo que en él hay algo más que eso, pero es posible que me equivoque. ¿Qué opina usted, Abner? Y cuidado con lo que dice. Hable como si su vida dependiera de cada palabra. Sin embargo, Abner Marsh estaba demasiado irritado para pensar. El miedo que le atenazaba había dado paso a una ira incontenible; le habían mentido, le habían metido en el asunto y habían jugado con él como si fuera un imbécil. Nadie trataba así a Abner Marsh, aunque el otro no fuera humano en absoluto. York había convertido su Sueño del Fevre , su barco, en una especie de pesadilla flotante.

—Llevo mucho tiempo en este río —dijo Marsh—. No intente asustarme, York. Cuando estaba en mi primer vapor, vi cómo le sacaban los intestinos a un amigo mío en un salón de St. Joe. Yo agarré al granuja que lo hizo, le quité el cuchillo y le partí el espinazo. También he estado en Bad Axe, y en la sangrienta Kansas, así que ningún maldito chupasangre va a asustarme ahora con amenazas. Si quiere venir a por mí, aquí le espero. Peso el doble que usted, y además está quemado hasta las orejas. Le voy a arrancar la cabeza. Quizás deba hacerlo de todas maneras, por todo lo que usted ha hecho ya.

Silencio. Entonces, asombrosamente, Joshua York se echó a reír a carcajadas durante un buen rato.

—¡Ah, Abner! —dijo cuando consiguió tranquilizarse otra vez—. ¡Es usted un auténtico hombre del río! Medio soñador, medio pendenciero y completamente loco. Ahí está usted, ciego, cuando sabe que yo puedo ver perfectamente con la poca luz que entra por los resquicios de las cortinas y las ventanas, y por debajo de la puerta. Ahí está sentado, gordo y lento de movimientos, conociendo mi fuerza y mi rapidez. Debería saber lo silencioso que puedo ser al caminar —hubo una pausa, un ruido, y de repente se alzó la voz de York desde el otro extremo del camarote—. Así —otro silencio—. Y así —desde detrás de Abner—. Y así —volvía a estar donde había empezado. Marsh, que había vuelto la cabeza en cada momento para seguir su voz, se sintió mareado—. Podría desangrarle hasta la última gota con cien toques suaves y usted no se enteraría. Podría asaltarle en la oscuridad y cortarle la garganta antes de que se diera cuenta de que había dejado de hablar. Y aun así, a pesar de todo, ahí está usted, sentado en el sillón, mirando en una dirección equivocada, con la barba despeinada, soltando bravatas y amenazas. Tiene usted ánimo, Abner. Poco juicio, pero mucho ánimo.

—Si está pensando en matarme, venga y acabemos de una vez —dijo Marsh—. Estoy dispuesto. Quizá no llegue nunca a superar al Eclipse , pero he hecho casi todo lo que me he propuesto. Prefiero pudrirme en una de esas tumbas de lujo de Nueva Orleans que dirigir un vapor para un grupo de vampiros.

—Una vez le pregunté si era usted supersticioso o religioso —dijo Joshua—. Usted me respondió negativamente, pero ahora le escucho hablar sobre los vampiros como cualquier lerdo inmigrante.

—¿Qué está usted diciendo? Fue usted quien me contó…

—Sí, sí. Ataúdes llenos de arena, criaturas sin alma que no se reflejan en los espejos, cosas que no pueden cruzar las corrientes de agua, que pueden volverse lobos, murciélagos o nieblas pero que se atemorizan ante una ristra de ajos. Le consideraba demasiado inteligente para creerse esas tonterías, Abner. Aparte sus temores y sus iras un momento, y piense.

Aquella frase dejó cortado a Abner. El ligero tono de mofa que había advertido en Joshua hacía, realmente, que todo pareciera absolutamente estúpido. Quizá York padecía todas aquellas quemaduras sólo por haberse expuesto un poco a la luz del día, pero aquello no cambiaba el hecho de que hubiera bebido agua bendita, de que llevara plata o de que se reflejara en los espejos.

—¿Quiere usted decir que no existen los vampiros, o qué? —preguntó Abner, confuso.

—No, no existen seres como los vampiros —contestó Joshua con tono paciente—. Son como esas historias del río que Karl Framm cuenta tan bien. El tesoro del Drennan White, el vapor fantasma de Raccourci , el piloto tan responsable que se levantó para hacer su guardia incluso después de muerto. Cuantos, Abner. Relatos para pasar el rato, y no para ser tomados en serio por un hombre adulto.

—Algunas de esas historias tienen parte de verdad —protestó débilmente Marsh—. Quiero decir que muchos pilotos afirman haber visto las luces del fantasma al pasar por el tramo donde el Raccourci se hundió, e incluso han oído a sus tripulantes maldiciendo y trabajando. Y el Drennan White… Bueno, yo no creo en maldiciones, pero el barco se fue a pique exactamente como lo dijo el señor Framm, y los demás barcos que acudieron en su rescate también se fueron. Y en cuanto al piloto muerto, ¡diablos, yo mismo le conocí! Era sonámbulo, y conducía el barco mientras estaba totalmente dormido, sólo que la historia se exageró un poco en las riberas del río.

—Bien, entonces le tomo las palabras, Abner. Si insiste usted en utilizar esa palabra, entonces sí, los vampiros existen. Pero los relatos acerca de nosotros también se han exagerado un poco. Ese sonámbulo amigo suyo pasó a ser un cadáver con apenas unos años de chismorreos. Piense qué se dirá de él dentro de un siglo o dos.

—¿Qué son ustedes entonces, si no son vampiros?

—No tengo una palabra que nos defina fácilmente —dijo Joshua—. En español, puede llamarme vampiro, hombre lobo, brujo, demonio, fantasma. Otros idiomas tienen otras palabras: nosferatu, odoroten, loup garou, warlock, upir. Todos estos nombres no llaman sus congéneres a los pobres seres que somos nosotros. No me gustan esos nombres. No quiero que me apliquen ninguno de ellos, pero no tengo otros que pueda servir de alternativa. No existe un nombre específico para nosotros.

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