George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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Ella permaneció con una fina mano ligeramente asida a un poste labrado, con la mirada puesta más allá del agua, en Donaldsonville.

—Mañana llegaremos a Nueva Orleans, ¿no es eso?

Marsh se levantó, considerando que probablemente no era muy correcto permanecer sentado si ella estaba de pie.

—Sí, señora —contestó—. No estamos más que a unas horas y, con lo bien que vamos ahora, tardaremos muy poco.

—Comprendo.

De repente se volvió y su pálido y bello rostro expresó una gran seriedad al fijar en él sus enormes ojos color púrpura.

—Joshua dice que es usted el verdadero dueño del Sueño del Fevre . Curiosamente, tiene un gran respeto por usted, y sé que le escuchará.

—Somos socios —respondió Marsh.

—Si su socio estuviera en peligro, ¿saldría en su ayuda?

Abner Marsh frunció el ceño pensando en los relatos de vampiros que Joshua le había contado, consciente de lo pálida y hermosa que estaba Valerie a la luz de las estrellas y de lo profundos que eran sus ojos.

—Joshua sabe que puede acudir a mí si está en peligro —dijo Marsh—. El hombre que no ayuda a su socio no es un hombre en absoluto.

—Palabras —replicó Valerie, desdeñosa, al tiempo que echaba hacia atrás su abundante melena que, impulsada por el viento, le cubría el rostro mientras hablaba—. Joshua York es un gran hombre, un hombre fuerte, un rey. Merece un socio mejor que usted, capitán Marsh.

Abner notó que la sangre se le subía a la cabeza.

—¿De qué diablos está hablando? —preguntó.

—Usted entró en su camarote sin permiso —dijo Valerie con una leve sonrisa. Marsh se sintió furioso de repente.

—¿Se lo ha dicho él? —dijo—. Pues maldito sea él también. Ya discutimos ese asunto y, además, no es de su incumbencia.

—Sí lo es —le cortó ella—. Joshua corre un gran peligro. Es un hombre valiente, e imprudente. Le falta ayuda, y yo quiero que se la preste usted, capitán. Pero usted sólo le da palabras.

—No tengo la menor idea de lo que me está diciendo, señora —protestó Marsh—. ¿Qué clase de ayuda necesita Joshua? Yo me ofrecí a ayudarle contra esos malditos vam… en unos problemas que tiene, pero no quiso ni escucharme.

El rostro de Valerie se dulcificó de repente.

—¿De verdad le ayudaría usted?—preguntó.

—Sí; es mi maldito socio…

—Entonces dé la vuelta al barco, capitán Marsh. Aléjenos de aquí, llévenos a Natchez, a San Luis, no importa dónde, pero lejos de Nueva Orleans. No debemos llegar mañana a Nueva Orleans.

Abner Marsh soltó una maldición.

—¿Por qué diablos no?—preguntó y, al ver que Valerie volvía la mirada en lugar de contestar, insistió—. Esto es un vapor de línea, y no un maldito caballo que yo pueda dirigir a cualquier lugar. Tenemos que seguir una ruta, hay personas que nos han pagado un pasaje, y mercancías que descargar. Tenemos que ir a Nueva Orleans.—Frunció el ceño otra vez y preguntó—: ¿Qué pasa con Joshua?

—El estará dormido en su camarote cuando amanezca —dijo Valerie—. Cuando se despierte, ya estaremos a salvo, río arriba.

—Joshua es mi socio —insistió Marsh—. Y un hombre debe confiar en su socio. Quizás yo lo espiara una vez, pero no voy a volver a hacer nada parecido, ni por usted ni por nadie. Ni a dar media vuelta al Sueño del Fevre sin decírselo antes. Ahora bien, si viene Joshua y me dice que no quiere ir a Nueva Orleans, entonces, diablos, podemos hablar otra vez del tema. De otro modo, no. ¿Quiere que vaya a consultar a Joshua al respecto?

—¡No! —dijo rápidamente Valerie, alarmada.

—De todos modos, tengo la suficiente buena memoria para poder decírselo más tarde —continuó Marsh—. Debe saber lo que usted trama a sus espaldas.

Valerie extendió el brazo y le asió por el codo.

—No, por favor —imploró. La presión de su mano era considerable—. Míreme, capitán Marsh.

Abner estaba a punto de marcharse, pero algo en la voz de la muchacha le obligó a hacer lo que le decía. Miró aquellos ojos color púrpura, y mantuvo la vista fija en ellos.

—No es un sacrificio tan grande —dijo ella con una sonrisa—. Me he dado cuenta de cómo me ha mirado otras veces, capitán. No puede usted apartar los ojos de mí, ¿verdad?

—Yo… —murmuró Marsh, con la garganta seca. Valerie volvió a echarse el cabello hacia atrás con un gesto salvaje, provocativo.

—Los vapores no pueden ser su único sueño, capitán Marsh. Este barco es una dama muy fría, una amante muy pobre. La carne cálida es mejor que la madera o el hierro —Marsh no había escuchado nunca a una mujer hablar de aquella manera. Se quedó estupefacto—. Acérquese más —le dijo Valerie, atrayéndolo por el brazo hasta que estuvo a apenas unos centímetros de su rostro, alzado hacia él—. Míreme —continuó. Abner notó el trémulo calor de su cuerpo, tan próximo, y los inmensos lagos púrpura de sus ojos, fríos, sedosos y tentadores—. Usted me desea, capitán —susurró.

—No —respondió Marsh.

—¡Oh, sí que me desea! Puedo ver el deseo en sus ojos…

—No —protestó Marsh—. Usted es… de Joshua…

Valerie se echó a reír; su risa era leve, etérea, sensual, musical.

—No se preocupe por Joshua. Tome lo que desee. Tiene usted miedo, por eso se resiste. No tema.

Abner Marsh se estremeció violentamente y, en lo más hondo de su mente, se dio cuenta con asombro de que estaba temblando de deseo. Nunca había deseado tanto a una mujer. Sin embargo, de algún modo, se resistía a ello, luchaba contra ello, aunque los ojos de Valerie le atraían cada vez más y el mundo se llenaba de su aroma.

—Lléveme a su camarote ahora —le susurró ella—. Esta noche soy suya.

—¿Lo es? —dijo Marsh, débilmente. Notaba el sudor resbalándole por el rostro, nublando sus ojos—. No —murmuró—. No, esto no puede…

—Sí puede ser —contestó ella—. Lo único que tiene que hacer es una promesa.

—¿Una promesa? —preguntó Marsh desconcertado.

Los ojos violáceos le atraían, le quemaban.

—Prometer que nos llevará lejos de Nueva Orleans. Prométamelo y me poseerá. Lo desea tanto… Puedo notarlo. mueca en los labios.

—Podría…—empezó a decir con voz airada.

—¡No! —dijo Joshua York, con firmeza y tranquilidad, surgiendo de detrás de ella.

Joshua había aparecido de entre las sombras tan de repente como si la oscuridad misma hubiera tomado forma humana. Valerie se quedó mirándolo, emitió un gemido desde lo más hondo de la garganta y huyó escalera abajo. Marsh se sentía tan exhausto que apenas se sostenía en pie.

—Maldita sea —murmuró. Extrajo un pañuelo del bolsillo y se secó el sudor de la frente Cuando terminó, Joshua lo miraba con gesto de paciencia.

—No sé qué habrá visto usted, Joshua, pero le juro que no es lo que piensa.

—Sé exactamente lo que estaba sucediendo, Abner —contestó Joshua. No parecía especialmente irritado—. He estado por aquí cerca todo el tiempo. Cuando advertí que Valerie había dejado el salón, salí a buscarla. Oí las voces y subí hasta aquí.

—Yo no le oí llegar —dijo Marsh.

—Puedo ser muy silencioso cuando me conviene —sonrió Joshua.

—Esa mujer… —musitó Marsh—. Ella… se ofreció a… Diablos, es una verdadera… —no le salían las palabras—. No es una dama —dijo al fin, débilmente—. Despídalos, Joshua, a ella y a Ortega.

Abner Marsh alzó las manos y la cogió por los hombros. Movió la cabeza. Tenía los labios secos. Deseó estrujarla entre los brazos como lo haría un oso y llevarla a su lecho. En cambio, sin saber apenas cómo, reunió toda la fuerza que le quedaba y la apartó con violencia. Ella gritó, tropezó y cayó sobre una rodilla. Marsh, liberado de su mirada, rugió:

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