George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—Tiene usted mi palabra —contestó Marsh—. Al fin y al cabo, ¿quién me creería?

Joshua sonrió.

—Entonces, si es tan amable de hacer entrar a mis invitados mientras sirvo unas copas… —dijo.

Marsh se levantó y abrió la puerta. Fuera, un hombre y una mujer aguardaban, hablando entre sí en susurros quedos. Detrás, Marsh vio la luna entre las chimeneas del barco, como un refulgente motivo de decoración. Escuchó un retazo de una canción obscena que venía de Natchez-bajo-la-Colina, difuso en la distancia.

—Adelante —dijo.

Los desconocidos eran una pareja de aspecto elegante. Marsh los observó al entrar. El hombre era joven, casi un muchacho, delgado y muy guapo, con el cabello negro, el rostro muy pálido y unos labios gruesos y sensuales. Sus ojos negros mostraron una mirada fiera y fría al cruzarse con los de Marsh. Y la mujer… Abner Marsh la miró, y le fue difícil retirar la mirada. Era una auténtica belleza. Llevaba el cabello largo, negro como la noche, y tenía una piel fina como la seda, de un blanco lechoso. Su cintura era tan estrecha que Marsh estuvo tentado de alargar los brazos para ver si sus manazas podían rodearla. En lugar de eso, observó su rostro, de acusados pómulos, y descubrió que ella también estaba mirándole. Tenía unos ojos increíbles. Marsh no había visto nunca a nadie con un color de ojos semejante, un púrpura profundo, aterciopelado, lleno de promesas. Sintió que podía ahogarse en aquellos ojos. Le recordaban un color que había visto una vez en el río, entre dos luces, un extraño estallido violáceo que había refulgido sólo un instante, antes de que la oscuridad lo inundara todo. Marsh se quedó contemplando aquellos ojos unos instantes que le parecieron siglos, hasta que la mujer le dedicó al fin una enigmática sonrisa y se volvió súbitamente.

Joshua había llenado cuatro copas: la de Marsh con una buena cantidad de whisky, la suya y las de los otros con su bebida privada.

—Me alegro de tenerlos aquí —dijo mientras servía las bebidas—. Confío en que los camarotes serán de su satisfacción.

—Desde luego —contestó el hombre levantando la copa y observándola dubitativamente. Al recordar el desagradable sabor del producto, Marsh no lo culpó ni un ápice.

—Tiene usted un barco magnífico, capitán York —dijo la mujer con voz cálida—. Me parece que disfrutaré mucho del trayecto.

—Espero que todos nosotros viajemos juntos durante una temporada —contestó con cortesía Joshua—. En cuanto al Sueño del Fevre , me siento muy orgulloso de él, pero sus cumplidos deben ir dirigidos a mi socio —añadió, señalando con un pequeño gesto de la mano a Abner—. Si me permiten hacer las presentaciones, este formidable caballero es el capitán Abner Marsh, socio mío en la Compañía de Paqubotes del río Fevre y auténtico amo y señor del Sueño del Fevre , a decir verdad.

La mujer volvió a sonreír a Abner, mientras el hombre le saludaba con gesto adusto.

—Abner —continuó York—, le presento al señor Raymond Ortega, de Nueva Orleans, y a su prometida, la señorita Valerie Mersault.

—Encantado de tenerlos con nosotros —contestó Marsh con cierta torpeza.

Joshua alzó su copa. —Un brindis, por los nuevos comienzos —dijo.

Todos repitieron sus palabras, y bebieron.

CAPITULO DOCE

A bordo del vapor SUEÑO DEL FEVRE ,
río Mississippi,
agosto de 1857

La mente de Abner Marsh era semejante a su cuerpo. Grande en todos los sentidos, grande de tamaño y de capacidad, y estaba atiborrada de muy distintas cosas. También era fuerte; cuando Abner asía algo entre sus manos, no era fácil que se le escapara, y cuando se le metía algo en la cabeza, no era fácil que lo olvidara. Era un hombre poderoso con un cerebro poderoso, pero cuerpo y cerebro compartían también otro rasgo característico: eran muy pausados, podría decirse que incluso lentos. Marsh no corría, ni bailaba, ni resbalaba o vacilaba a un lado o a otro; caminaba con paso digno y recto, y nada le apartaba de su objetivo. Igual se comportaba su mente. Abner Marsh no era rápido de palabra ni de pensamiento, pero estaba lejos de ser estúpido. Analizaba las cosas en toda su profundidad, pero siempre a su propio ritmo.

Cuando el Sueño del Fevre zarpó de Natchez, Marsh sólo estaba empezando a rumiar la historia que le había contado Joshua York. Cuanto más meditaba, más inquieto se sentía. Si admitía como cierto el extraño relato de Joshua sobre la caza de vampiros, eso explicaba en gran parte las extrañas idas y venidas que tanto habían perturbado la marcha del barco. Sin embargo, quedaban algunos detalles por explicar. La lenta pero tenaz memoria de Abner Marsh mantenía vivas preguntas y explicaciones que flotaban en su cabeza como los troncos muertos flotaban en el río.

Simon, por ejemplo, que lamía la sangre de los mosquitos.

O Joshua, y su extraordinaria visión nocturna. Y, sobre todo, su furiosa reacción ante la irrupción de Marsh en su camarote en pleno día. Joshua no había abandonado su camarote durante el día ni siquiera para ver la carrera con el Sureño . Aquello tenía considerablemente preocupado a Marsh. Estaba bien que Joshua siguiera un horario nocturno como el de esos vampiros que perseguía, pero aquello no explicaba lo que sucedió aquel día. Casi todas las personas que Marsh conocía desarrollaban sus vidas dentro del horario normal, pero eso no significaba que se negaran a saltar de la cama a las tres de la madrugada si había algo interesante que presenciar.

Marsh sentía la imperiosa necesidad de hablar con alguien. Jonathon Jeffers era un diablo leyendo libros, y Karl Framm conocía probablemente todas las estúpidas historias que se contaban en las riberas del maldito río; cualquiera de los dos sabría todo lo que podía saberse sobre los vampiros. Pero no le pareció indicado hablar con ellos. Se lo había prometido a Joshua y le había dado su palabra. No iba a traicionarle por segunda vez. O al menos no iba a hacerlo sin un motivo concreto, y hasta entonces lo único que tenía eran sospechas sin confirmar.

Sin embargo, aquellas sospechas iban tomando más y más forma con el paso de los días, mientras el Sueño del Fevre se deslizaba Mississippi abajo. Ahora navegaban habitualmente sólo durante el día, y atracaban al anochecer, para continuar a la mañana siguiente. También hacían mejores promedios que antes de llegar a Natchez, lo cual animaba a Marsh. Sin embargo, se habían producido otros cambios que le gustaban mucho menos.

A Marsh no le gustaban nada los nuevos amigos de Joshua; en pocas palabras, le parecían exactamente igual de extraños que los antiguos, y le preocupaba que también hicieran la misma vida nocturna que aquellos. Raymond Ortega causaba a Marsh una impresión incómoda, una profunda desconfianza. El tipo no se limitaba a pasear por las zonas reservadas a los pasajeros, sino que hacía incursiones continuas a lugares donde no le correspondía estar. Era bastante educado, con un toque indolente y altanero, pero a Marsh, sólo el verlo, le producía escalofríos.

Valerie era más amable, pero casi igual de inquietante, con sus suaves palabras, sus sonrisas provocadoras y aquellos ojos… No actuaba en absoluto como la prometida de Raymond Ortega. Desde el primer momento, sus relaciones con Joshua fueron realmente amigables. Demasiado, según el parecer de Marsh. Aquella clase de amistad podía causar problemas. Una dama de verdad se hubiera quedado en el salón de señoras, pero Valerie pasaba las noches con Joshua en el gran salón y, en ocasiones, daba largos paseos por cubierta con él. Marsh había oído incluso a un hombre decir que habían estado juntos en el camarote de York. Intentó advertir a Joshua sobre el tipo de conversaciones escandalosas a que estaba dando lugar, pero su socio se limitó a encogerse de hombros.

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