Lisa Smith - Despertar
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Brazos que la apretaron convulsivamente.
– Elena. ¡Elena…!
Luego retrocedió. Ocurrió lo mismo que la noche anterior; Elena percibió que el abismo se abría entre ellos. Vio cómo la mirada fría y correcta acudía a sus ojos.
– No -dijo, apenas consciente de haber hablado en voz alta-. No te lo permitiré.
Y atrajo la boca de él hacia la suya.
Por un momento no recibió respuesta, y luego él se estremeció y el beso se volvió abrasador. Los dedos del muchacho se enredaron en sus cabellos, y el universo se encogió alrededor de Elena. No existía nada más aparte de Stefan, y el contacto de sus brazos a su alrededor, y el fuego de sus labios sobre los suyos.
Al cabo de unos pocos minutos o unos pocos siglos se separaron, ambos temblando. Pero sus miradas siguieron conectadas, y Elena vio que los ojos de Stefan estaban demasiado dilatados incluso para aquella luz tenue: sólo había una fina franja verde alrededor de las oscuras pupilas. El muchacho parecía aturdido y su boca -¡aquella boca!- estaba hinchada.
– Creo -dijo él, y ella volvió a notar el control en su voz- que será mejor que tengamos cuidado cuando hagamos eso.
Elena asintió, aturdida también ella. No en público, se decía. Y no cuando Bonnie y Meredith aguardaban abajo. Y no cuando estuvieran totalmente a solas, a menos…
– Pero puedes abrazarme -dijo.
Qué curioso, que tras aquella pasión se pudiera sentir tan segura, tan tranquila en sus brazos.
– Te quiero -susurró a la áspera lana de su suéter.
Sintió cómo un estremecimiento recorría el cuerpo de Stefan.
– Elena -repitió él, y sonó casi desesperado.
– ¿Qué hay de malo en eso? -preguntó ella, alzando la cabeza-. ¿Qué podría haber de malo en eso, Stefan? ¿No me quieres?
– Yo…
La miró, con impotencia…, y oyeron la voz de la señora Flowers llamando débilmente desde el pie de la escalera.
– ¡Chico! ¡Chico! ¡Stefan!
Sonó como si estuviera golpeando el pasamanos con el zapato.
Stefan suspiró.
– Será mejor que vaya a ver qué quiere.
Se escabulló de sus brazos con expresión inescrutable.
Al encontrarse a solas, Elena cruzó los brazos sobre el pecho y tiritó. Hacía tanto frío allí… Debería tener un fuego encendido, se dijo, a la vez que sus ojos se movían distraídamente por la habitación para ir a posarse por fin en el tocador de caoba que había examinado la noche anterior.
El cofre.
Echó una veloz mirada a la puerta cerrada. Si él regresaba y la pescaba… En realidad no debía…, pero avanzaba ya hacia el tocador.
«Piensa en la esposa de Barba Azul -se dijo-. La curiosidad la mató.» Pero los dedos estaban ya sobre la tapa de hierro y, con el corazón latiendo veloz, la abrió con cuidado.
Bajo la débil luz, el cofre pareció al principio vacío, y Elena soltó una risa nerviosa. ¿Qué había esperado? ¿Cartas de amor de Caroline? ¿Una daga ensangrentada?
Entonces vio la pequeña cinta de seda, doblada pulcramente una y otra vez sobre sí misma en una esquina. La sacó y la pasó entre sus dedos. Era la cinta color crema que había perdido el segundo día de instituto.
«Ah, Stefan.» Las lágrimas acudieron a sus ojos, y en su pecho se desbordó el amor sin que pudiera evitarlo. «¿Hace tanto tiempo? ¿Te importaba ya desde hace tanto tiempo? Ah, Stefan, te amo…»
«Y no importa si no eres capaz de decírmelo», pensó. Se escuchó un ruido al otro lado de la puerta, y ella dobló la cinta rápidamente y volvió a colocarla en el cofre. Luego giró en dirección a la puerta, parpadeando para intentar contener las lágrimas.
«No importa si no eres capaz de decirlo justo ahora. Yo lo diré por los dos. Y algún día aprenderás a decirlo.»
Capítulo 10
7 de octubre, alrededor de las 8.00 de la mañana
Querido diario:
Escribo esto durante la clase de matemáticas, y sencillamente espero que la señorita Halpern no me vea.
No tuve tiempo de escribir anoche, a pesar de que deseaba hacerlo. Ayer fue un día de locos, igual que la noche del baile de inicio de curso. Sentada aquí en la escuela esta mañana casi me parece como si todo lo sucedido este fin de semana fuera un sueño. Las cosas malas fueron muy malas, pero las buenas fueron sumamente buenas.
No voy a presentar cargos contra Tyler. Aunque lo han expulsado temporalmente de la escuela y lo han echado del equipo de rugby. Lo mismo le ha sucedido a Dick, por haber bebido durante el baile. Nadie lo dice, pero creo que mucha gente cree que es responsable de lo que le sucedió a Vickie. La hermana de Bonnie vio a Tyler en el dispensario ayer y dijo que tenía los ojos hinchados y todo el rostro amoratado. No puedo evitar preocuparme por lo que pueda suceder cuando él y Dick regresen al instituto. Ahora tienen más motivos que nunca para odiar a Stefan.
Lo que me lleva a él. Cuando desperté esta mañana, me entró el pánico al pensar: «¿Y si nada es real? ¿Y si nunca sucedió? ¿Y si él ha cambiado de idea?». Y tía Judith estaba preocupada a la hora del desayuno porque yo era incapaz de comer otra vez. Pero luego cuando llegué aquí le vi en el pasillo junto a la secretaría, y simplemente nos miramos. Y lo supe. Justo antes de darme la espalda, sonrió, con cierta ironía. Y comprendí también eso, y tenía razón: era mejor no acercarnos el uno al otro en un pasillo público, no a menos que queramos excitar a las secretarias.
Decididamente, estamos juntos. Ahora simplemente debo encontrar un modo de explicarle todo esto a Jean-Claude. Ja, ja.
Lo que no comprendo es por qué Stefan no se siente tan feliz como yo. Cuando estamos juntos percibo lo que siente, y sé lo mucho que me desea, cómo le importo. Hay casi un ansia desesperada en su interior cuando me besa, como si quisiera arrancarme el alma del cuerpo. Como un agujero negro que…
7 de octubre todavía, ahora son aproximadamente las 2.00 de la tarde.
Bueno, ha habido una pequeña pausa porque la señorita Halpern me pescó. Incluso empezó a leer lo que había escrito en voz alta, pero luego creo que el tema empañó los cristales de sus gafas y se detuvo. No lo encontró gracioso, pero yo me siento demasiado feliz para que me importen nimiedades como catear matemáticas.
Stefan y yo almorzamos juntos, o al menos fuimos a un rincón del campo de juego y nos sentamos con mi almuerzo. Él ni siquiera se molestó en traer nada y, por supuesto, al final resultó que yo tampoco podía comer… No nos tocamos demasiado -no lo hicimos-, pero charlamos y nos miramos una barbaridad. Quiero tocarle. Más que a cualquier chico que haya conocido nunca. Y sé que él también lo quiere, pero se contiene.
Eso es lo que no consigo comprender, por qué lucha contra ello, por qué se contiene. Ayer en su habitación encontré una prueba concluyente de que me ha estado vigilando desde el principio. ¿Recordarás que te conté que el segundo día de clase Bonnie, Meredith y yo estuvimos en el cementerio? Bien, pues ayer en la habitación de Stefan encontré la cinta color crema que yo llevaba ese día. Recuerdo que cayó de mi mano mientras corría, y él debió de recogerla y guardarla. No le he dicho que lo sé, porque es evidente que desea mantenerlo en secreto, pero eso demuestra que le importo, ¿no es cierto?
Te diré alguien que no lo encuentra gracioso: Caroline. Al parecer lo ha estado arrastrando al interior del aula de fotografía cada día a la hora del almuerzo, y cuando hoy no apareció fue en su busca hasta que nos encontró. Pobre Stefan, se había olvidado por completo de ella, y se sintió conmocionado por ello. Cuando ella se marchó -luciendo un enfermizo color verde, podría añadir yo-, él me contó cómo se le había pegado la primera semana del curso. Le dijo que había advertido que él no comía a la hora del almuerzo y que ella tampoco lo hacía, ya que estaba a régimen. Así que ¿por qué no iban a algún lugar tranquilo y se relajaban? Lo cierto es que no quiso hablar mal de ella (creo que esto responde también a su idea de lo que son buenos modales: un caballero no hace eso), pero sí dijo que no había nada en absoluto entre ellos. Y para Caroline creo que verse olvidada fue peor que si él le hubiese arrojado piedras.
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