Louise Cooper - Avatar
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Pero, sensato o no, se había hecho y ahora debían sacarle el mayor provecho posible. Al menos existía la reconfortante certeza de que Índigo mejoraba día a día —casi hora a hora— y, cualesquiera que fueran sus dudas sobre Shalune y sus seguidoras en otras cuestiones, Grimya no podía menos que estarles profundamente agradecida.
En el tercer día de su recuperación, a Índigo se le permitió por primera vez abandonar la cama, y, mientras permanecía sentada en la terraza del kemb disfrutando del relativo frescor de la tarde, ella y Grimya tuvieron su primera oportunidad, desde hacía bastante tiempo, de hablar en privado sin que las interrumpieran. Durante los últimos días, los poderes telepáticos de la loba habían permitido a ésta aprender bastante más sobre la lengua de sus anfitriones, y, aunque se había mantenido a distancia del séquito de Shalune, había no obstante sorprendido aquí y allá algunos retazos de conversaciones. Esto, unido a la extraordinaria escena que había presenciado junto al lecho de Índigo, le permitió reconstruir en parte el rompecabezas que constituían las intenciones de aquellas mujeres. «Hablaban de augurios», contó a Índigo en silencio, tras mirar por encima del hombro —en una reacción ilógica— por si alguien las observaba. «No comprendí mucho de lo que oí, pero creo que fueron conducidas aquí por algo que sucedió o algo que vieron. Está relacionado contigo, Índigo, estoy segura. Sobre todo por lo que dijeron antes sobre que tú eras "ella". »
Índigo clavó los ojos en el inmóvil y tupido dosel que formaban las copas de los árboles a pocos metros del kemb. —Ella... —reflexionó en voz alta; luego cambió a la conversación telepática. «¿No pudiste escuchar más detalles? ¿Cómopor ejemplo en qué dirección está ese lugar al que quieren ir?»
No. » Grimya calló unos instantes para luego añadir: ¿Por qué? ¿Es importante?»
«Podría serlo. »
Índigo introdujo la mano en el cuello de la camisa y sacó la pequeña piedra-imán de la bolsita de piel que permanecía constantemente colgada alrededor de su cuello y era una de sus más antiguas posesiones. Grimya contempló la piedra cuando ésta cayó sobre la palma de Índigo y exclamó: «Ah... ».
«La estudié anoche antes de dormirme. Pero el mensaje que me proporcionó no fue tan claro como esperaba... Mira, te lo mostraré. »
Índigo sostuvo la piedra de forma que Grimya pudiera ver su plana superficie. Parpadeando en su interior, se apreciaba el diminuto punto de luz dorada, y, mientras la loba percibía cómo la mente de Índigo se concentraba, el pequeño puntito se desplazó bruscamente a un extremo.
«Nordeste, igual que antes», observó la loba, y miró a Índigo, perpleja. «No comprendo. «Observa», le dijo la muchacha. El punto de luz siguió parpadeando en el extremo de la piedra durante unos cuantos segundos más. De improviso cambió de posición para colocarse en el centro y desde allí empezó a ir de uno al
otro punto como una luciérnaga atrapada.
«Hizo lo mismo anoche», explicó Índigo mientras Grimya mostraba los dientes en una mueca de sorpresa. «Jamás se ha comportado así antes, y tengo una sospecha de lo que intenta decirme. Nordeste y ala vez aquí al mismo tiempo, tomo si no pudiera decidir sobre cuál es el mensaje más exacto. » Dedicó a Grimya una larga y pensativa mirada. «¿Podría esto tener algo que ver con Shalune?»
Grimya comprendió.
«¿Con Shalune, y también a la vez con ese lugar al que fila quiere llevarte?
«Si se encuentra al nordeste de aquí, sí. » Índigo volvió la cabeza para mirar al interior del kemb, donde las mujeres preparaban la comida. No se veía señal de Shalune, pero Índigo tuvo la instintiva sensación de que ni ella ni sus acompañantes estaban muy lejos. Se volvió otra vez hacia Grimya. «Si es así, entonces creo que quizás hemos encontrado lo que buscamos. O más bien que ello ha venido a nuestro encuentro, »
Durante ese día y el siguiente, Índigo intentó por todos los medios posibles averiguar más cosas sobre Shalune y sus intenciones. No resultó tarea fácil, pues, aunque Grimya estaba aprendiendo poco a poco palabras y frases del lenguaje dejos habitantes de la Isla Tenebrosa e intentaba enseñar a Índigo lo que sabía, no era suficiente para permitir, de momento, ningún tipo de comunicación con las cuatro mujeres. Entonces, en la quinta mañana de su estancia allí, Shalune penetró en la habitación de Índigo, realizó la ya acostumbrada reverencia e indicó que deseaba que la joven la siguiera. Parecía contenta por algo, y Grimya, captando el tono aunque no la esencia de sus pensamientos, advirtió a Índigo de que se tramaba algo. No sin cierta prevención, Índigo permitió que Shalune la escoltase por el pasillo, a través de la sala principal del kemb y hasta la galería exterior de la casa.
Se detuvo en seco al ver lo que la aguardaba allí. No pudo ni imaginar cómo la habrían obtenido las mujeres, pero, destacando incongruentemente sobre el duro suelo frente al kemb, había una litera de bambú y palmas, con telas multicolores a modo de cortinajes y adornada con grotescos fetiches de madera, hueso, piedra y plumas. De pie junto a la litera estaban las otras tres mujeres; también éstas realizaron las reverencias de rigor, y Shalune, sonriendo con satisfacción, señaló la litera y dijo algo en lo que Índigo sólo captó el equivalente a la palabra «gente». Grimya contempló con asombro la litera. «Creo que te explica que los aldeanos han construido esto», transmitió no muy segura. «Dice también algo sobre marcharse, pero no comprendo más que eso. »
Shalune, sonriente aún, indicó de nuevo la litera, e Índigo comprendió de improviso. Sin preámbulos ni preparativos evidentes, las sacerdotisas tenían la intención de abandonar el kemb esta misma mañana..., y la litera era para
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transportarla a ella.
Índigo escuchó entonces movimiento a su espalda y, al volverse, se encontró con dos de las mujeres del kemb que salían en aquel momento por la puerta con sus bolsas en las manos. Las transportaban con reverencia y un cierto nerviosismo, como medio asustadas de tocarlas, y, a una brusca señal de Shalune, pasaron corriendo junto a Índigo y descendieron la escalera para depositar los bultos en el interior de la litera, Índigo permaneció inmóvil sin saber cómo reaccionar. No estaba dispuesta a capitular a los deseos de las mujeres sin saber adonde pensaban llevarla o qué pensaban hacer con ella, pero ¿cómo podía hacérselo comprender? ¿Cómo podía expresar su protesta?
La aguardaban, y las espesas cejas de Shalune empezaron a juntarse en un principio de enojo, Índigo clavó la mirada en los duros ojos de la otra, y dijo con mucho cuidado en el idioma de la Isla Tenebrosa:
—¿Qué es esto?
Shalune pareció asombrada. Era la primera vez que Índigo se dirigía a ella en su propia lengua, y la pregunta la cogió totalmente por sorpresa. Recuperando la compostura, le dedicó una profunda inclinación con un amplio gesto de la mano y le respondió hablando con rapidez y gran énfasis.
«Grimya, ¿qué es lo que ha dicho?», comunicó Índigo, llena de desesperación. No había comprendido nada; las frases habían sido excesivamente complejas y pronunciadas a demasiada velocidad, pero no quería que Shalune advirtiera lo limitada que era todavía su comprensión del idioma.
«Me parece... » La loba luchó por relacionar las palabras que había comprendido con las impresiones que sus sentidos telepáticos habían recogido del cerebro de la mujer. Dice que te llevarán en andas. Habla de estima, y de algo más... No sé lo que significa, pero parece una palabra buena, una palabra de alabanza.
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