Louise Cooper - Avatar
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Animada por el buen humor de la mujer y su disposición a hablar, Índigo preguntó:
—Pero ¿qué sucederá si ese momento no llega, si estáis equivocadas y yo no soy el oráculo después de todo?
—Eso no es posible —repuso Shalune con expresión desconcertada—. Lo eres.
—¿Cómo podéis estar tan seguras?
—Porque las señales eran inequívocas, claro está. Uluye te habrá hablado sin duda sobre las señales...
—No —negó Índigo meneando la cabeza—. Intenté preguntar, pero..., bien...
Shalune vaciló un momento, como si no estuviera muy segura de lo franca que podía atreverse a ser; luego se encogió de hombros.
—Uluye puede haber tenido sus motivos para no hablar. Pero yo no tengo ninguno. Las últimas palabras de la Dama Ancestral a través del antiguo oráculo fueron que debíamos viajar hacia el sudoeste en nuestra búsqueda, y que encontraríamos a la persona escogida resguardándose de una fuerte tormenta. La persona elegida, dijo el oráculo, un tendría a un animal como compañero, y nuestra primera prueba sería salvarle la vida con nuestras artes curativas y nuestra magia. —Volvió a encogerse de hombros—.
¿Cómo es posible que los dos seres que buscábamos no seáis tú y Grimya? A menos que seáis un hushu que intenta engañarnos, ¡y a estas alturas ya lo habríamos descubierto! —finalizó concuna risa gutural.
—¿Un qué? —inquirió Índigo, contemplándola con fijeza.
—¿No sabes lo que significa hushu? —Shalune se quedó inmóvil con el cucharón en el aire y una peculiar expresión en el rostro.
También Grimya parecía perpleja, por lo que Índigo se vio obligada a mover la cabeza, negativamente.
—No había oído esta palabra en mi vida.
—Ah. Bueno, quizá sea mejor que siga así; te ahorrará momentos desagradables. De todos modos, no tienes que preocuparte por los hushu ahora que estás a salvo aquí. —Sonrió de nuevo mostrando toda la dentadura—. Me enorgullece haber sido yo quien te encontró. La Dama Ancestral está complacida conmigo, y esto me proporciona mucho ches.
«He oído esta palabra», la informó Grimya en silencio. Significa que las otras mujeres ahora la respetan más que antes.» Con buen juicio, añadió: «Creo que eso no complace mucho a Uluye».
«Desde luego que no...», se dijo Índigo, conteniendo una sonrisa.
Ignorante de la conversación que tenía lugar entre las dos, Shalune depositó un cuenco frente a Índigo y otro en el suelo frente a Grimya.
—Basta de preguntas por ahora —declaró con firmeza—. Come, o no tendrás tiempo de disfrutar de tu comida antes de que empecemos a prepararnos para la ceremonia de esta noche.
Se levantó para marcharse, pero Índigo la detuvo.
—Shalune..., una última pregunta. ¿Qué tendré que hacer esta noche? No sé nada sobre la ceremonia, ni tampoco por qué tiene lugar. —Esperando que no sonara a falso, añadió—: No quisiera cometer ningún error y fallaros.
La mujer frunció el entrecejo y su boca se curvó brevemente en una pequeña
mueca de irritación.
—¿Uluye tampoco te habló de esto? Ah... Bueno, pongo que no importa. Ésta es la Noche de los Antepasados, la noche de la luna llena. Mucha gente de los pueblos de los alrededores vendrá hasta el lago para tomar parte. Todo lo que tienes que hacer es ir hasta la orilla del lago y que te vean. Nada más. No hables; limítate a mirar, y a dejar que la gente que llevemos ante ti te toe la túnica para que les dé buena suerte, igual que sucedió en el viaje hasta aquí.
—Comprendo, —Índigo se sintió aliviada, aunque llena de curiosidad sobre la naturaleza de la ceremonia y significado—. Gracias.
—Come ahora —sonrió Shalune—. Regresaremos pronto.
La cortina descendió a su espalda, e Índigo volvió atención a la comida. Era una de las muchas peculiares rarezas de este culto el que no estuviera permitido que comiera con el oráculo, ni lo viera comer. A Índigo le preparaban la comida —no se le permitía, como no había dado en descubrir, hacer más que lo mínimo por misma—, pero contemplar cómo la ingería era tabú.
Otros tabúes impedían traspasar el umbral de su aposentó en la cueva si ella no estaba presente o se encontraba dormida, pronunciar los nombres de cualesquiera sus antepasados en su presencia, y tocarla, aunque fuera un simple roce, sin el permiso expreso de una sacerdotisa de categoría superior. La categoría superior, había de cubierto Índigo, estaba reservada a unas pocas, entre la que se incluían Uluye, Shalune y unas dos o tres mujer más, entre las que figuraba la propia hija de Uluye.
Cuando le habían presentado a Yima diez días atrás, Índigo se había quedado asombrada; primero, por el extraordinario parecido físico que tenía con su madre, y, seguido por la revelación de que la Suma Sacerdotisa tuviera una hija. La sorprendió el que mientras que las mujer del culto desdeñaban todo contacto con los hombres, no existiera ningún tabú entre sus filas contra el alumbramiento de criaturas. Grimya, tras una juiciosa escucha furtiva había averiguado más cosas. Al parecer, si así lo deseaban, ,a las mujeres se les permitía abandonar la ciudadela y vivir con un compañero durante un corto espacio de tiempo. Todas las hijas de tales relaciones eran bienvenidas al culto cuando sus madres decidían regresar; los hijos, por MI parte, eran entregados al cuidado de familias que agradecían tal privilegio, y luego olvidados.
Resultaba difícil imaginar que Uluye hubiera podido tener una hija por amor, o siquiera a causa de una pasión pasajera, pero mucho más fácil era descubrir otro motivo mucho más pragmático. Yima tenía dieciséis años y estaba destinada a ser la imagen de su madre en algo más que en sentido físico, pues se preparaba para convertirse, en un futuro, en sucesora de Uluye como cabeza del culto. Para extrañeza de Índigo, las intenciones de Uluye parecían gozar de la aprobación de todas las sacerdotisas, incluso de Shalune. A la única a la que al parecer no se había consultado era a Yima, pero eso, por lo visto, carecía de relevancia. Yima obedecería a su madre en esto como lo hacía en todo lo demás y, cuando llegara el momento, adoptaría su papel sin objeciones.
Pese a ser la hija de Uluye y su marioneta, Índigo sintió una inmediata e intuitiva simpatía por Yima. Aunque había heredado el físico de su madre con un cuerpo delgado y ágil y unas facciones muy marcadas, no se habría podido encontrar dos temperamentos más diferentes. Mientras Uluye era irascible, autoritaria y suspicaz de todo lo que la rodeaba, Yima era pacífica, modesta y confiada casi hasta el extremo de ser ingenua. Era una lástima, pensaba Índigo, que su vida tanto ahora como en el futuro estuviera circunscripta a las rígidas exigencias de su madre, pues sospechaba que Yima no estaba hecha para ser un cabecilla natural. También sospechaba que Shalune compartía privadamente este punto de vista, aunque la mujer jamás sacaba a colación el tema. Pero Shalune no era quién —tal y como Uluye había dejado muy claro— para cuestionar las decisiones de la Suma Sacerdotisa, ni para expresar una opinión propia.
Índigo creía que no poner en entredicho las decisiones de Uluye era un asunto que no tardaría en convertirse en la manzana de la discordia entre ella y la Suma Sacerdotisa. Uluye exigía obediencia absoluta de todas las mujer que la rodeaban... y eso incluía al oráculo, a quien en teoría servía. Así pues, mientras que en casi todos los aspectos Uluye otorgaba a Índigo toda la veneración ofreció al oráculo por las demás sacerdotisas, esperaba no obsta te que todas sus órdenes fueran obedecidas al momento reforzando la sensación de la muchacha de que, a pesar de lo que demostraba, Uluye la consideraba poco más que una herramienta con la que hacer cumplir su voluntad. Índigo aborrecía esto intensamente, pero, tomando en cuenta la advertencia de Grimya, ocultaba todo lo posible su resentimiento. Sólo a Shalune, e incluso entonces con mucha diplomacia, daba a entender de vez en cuando que no se sentía satisfecha con una situación que convenía a la voluntad de Uluye con la exclusión de todo lo demás.
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