Lloré, y él por fin encontró su voz, aunque ronca. Al susurrar…
– El frío no puede matarme.
– Oh, Frost.
Él levantó su otra mano y tocó las lágrimas de mi cara.
– No llores por mí, Merry. Me amas, lo oí. Me marchaba, pero escuché tu voz, y ya no pude marcharme, no si tú me amas.
Acuné su cabeza en mi regazo y lloré. Su otra mano, la que yo no tenía agarrada, acarició la piel de uno de los enormes perros. El perro se estiró, haciéndose más alto y de color blanco, hasta que un ciervo de un blanco resplandeciente sobresalió por encima de nosotros. Llevaba un collar de acebo, y parecía como una postal de Yule que hubiera cobrado vida. Hizo unas cabriolas en la nieve y luego corrió convertido en un borrón blanco a través de la nieve hasta que le perdimos de vista.
– ¿Qué magia se ha liberado esta noche? -susurró Frost.
– La magia que te llevará a casa -nos dijo Doyle, cayendo de rodillas en la nieve al lado de Frost y tomando su mano-. Y la próxima vez que te mande al hospital, me harás caso.
Frost le dedicó una sonrisa lánguida.
– No podía abandonarla.
Doyle inclinó la cabeza como si lo entendiera perfectamente.
– No creo que la magia dure hasta mañana -dijo Rhys.
Todos ellos estaban allí, a nuestro alrededor, todos menos Mistral. Suponía que debía estar con la reina. Y no había conseguido decirle adiós.
– Pero esta noche -dijo Rhys-, soy Cromm Cruach, y puedo ayudar.
Se arrodilló al otro lado de Frost y alargó la mano poniéndosela encima, allí donde su ropa estaba ennegrecida por la sangre.
De repente, Rhys quedó rodeado por una luz blanca, no sólo sus manos, todo él pareció resplandecer. Su pelo se movió al viento de su propia magia. El cuerpo de Frost se arqueó, separándose de mi regazo y nuestras manos. Luego cayó otra vez contra nosotros y dijo con una voz que era casi la suya…
– Eso dolió.
– Vaya, lo lamento -dijo Rhys-, pero en realidad no soy un sanador. Hay demasiada muerte en mi poder para hacerlo indoloro.
Frost separó sus manos de la mía y la de Doyle, y se tanteó el hombro y el pecho.
– ¿Si no eres un sanador, entonces por qué me siento curado?
– Magia antigua -dijo Rhys-. A la luz de la mañana la magia habrá desaparecido.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro? -preguntó Doyle.
– La voz del Consorte en mi cabeza me lo dijo.
Nadie preguntó después de eso. Sólo lo aceptamos como algo verdadero.
Sholto nos condujo hasta el linde entre el campo y el bosque. Los perros se movían a nuestro alrededor, unos escogiendo a sus amos, otros dejando claro que no pertenecían a nadie de los que había aquí. Los que eligieron permanecer entre nosotros siguieron a Sholto en su caminar, pero los otros perros negros comenzaron a retroceder y a desaparecer en la noche, como si hubieran sido producto de nuestra imaginación. El perro que estaba a mi lado, me dio un golpecito en la mano cariñosamente, como recordándome que él era de verdad.
No estaba segura de si los perros se quedarían, pero ellos parecían proporcionarnos mágicamente a cada uno de nosotros lo que necesitábamos esta noche. Galen caminaba rodeado de perros, un grupo de lustrosos galgos y un trío de cachorrillos que bailoteaban alrededor de sus pies. Le hacían sonreír, y le ayudaron a mitigar las sombras que había en su cara. Doyle se movía dentro de un círculo de perros negros que le hacían carantoñas y brincaban sobre él como si fueran cachorros. Los terriers seguían a Rhys como un pequeño ejército peludo. Frost sostenía mi mano sobre el lomo del más pequeño de los galgos. No llevaba ningún perro a su lado, únicamente había necesitado al ciervo blanco que se había adentrado en la noche. Pero parecía estar perfectamente contento con tener su mano en la mía.
El aire se hizo más cálido. Y dejé de mirar el rostro de Frost para mirar a Sholto, percatándome de que él caminada sobre arena. Un momento antes estábamos caminando sobre campos cubiertos de nieve al borde de un bosque, y al siguiente, la arena se hundía bajo mis pies. El agua se arremolinaba entre los dedos de mis pies descalzos, y la mordedura de la sal me hizo saber que todavía sangraba.
Debí de hacer algún pequeño ruido, porque Frost me alzó en brazos. Protesté, pero no me hizo ni caso. Los galgos se quedaron a su lado, bailando a nuestro alrededor, un poco asustados por las olas del océano, y aparentemente preocupados al no poder estar en contacto conmigo.
Sholto nos condujo hasta tierra firme. El perro de tres cabezas y las armas de hueso habían desaparecido, pero por alguna razón no pensé que estuvieran más desaparecidas que mi cáliz. La verdadera magia no puede perderse o robarse; sólo puede ser regalada.
Estábamos de pie en la oscuridad, a unas pocas horas antes del alba. Podía oír el ruido de los coches en una carretera cercana. Por ahora los acantilados nos ocultaban, pero eso cambiaría al amanecer. Pronto los surfistas y los pescadores se adentrarían en el mar, y para entonces tendríamos que habernos ido.
– Utilizad el encanto para esconder vuestro aspecto -dijo Sholto-. He llamado a los taxis. Llegarán muy pronto.
– ¿Qué clase de magia es esa -pregunté-, que te permite encontrar taxis libres en Los Ángeles al momento?
– Soy el Señor de Aquello que Transita por en Medio, Merry, y los taxis siempre pasan entre un lugar y otro.
Eso tenía sentido, y me hizo sonreír a pesar de todo. Me estiré hacia Sholto, y Frost le permitió cogerme, pero no sólo por sus brazos. Sus gruesos tentáculos musculosos rodearon mi cuerpo, los más pequeños jugueteaban en mis muslos, de alguna manera se abrieron paso en el abrigo que llevaba puesto.
– La próxima vez que estés en mi cama, no seré medio hombre.
Lo besé, y susurré contra sus labios.
– Si eso era ser medio hombre, Rey Sholto, entonces casi no puedo esperar a tenerte en toda tu gloria.
Él se rió, con el alegre sonido que había traído el canto de las aves al jardín muerto de los sluagh. Pensé que no habría ninguna respuesta aquí, pero de repente sobre el murmullo de las olas, llegó el canto, un pájaro cantor se unió a otro, uniéndose a la alegre celebración en la oscuridad. Eran sinsontes [8]cantando a la risa de Sholto.
Permanecimos un momento a la orilla del Mar Occidental escuchando la canción que flotaba sobre nosotros, como si la felicidad pudiera ser escuchada.
Sholto me besó, profunda y concienzudamente, dejándome sin aliento. Luego me devolvió, no a Frost, sino a Doyle.
– Volveré cuando pueda traer conmigo al resto de los guardias que deseen ir al exilio contigo.
Doyle me abrazó contra su cuerpo y dijo…
– Ten cuidado con la reina.
Sholto asistió con la cabeza.
– Tendré cuidado.
Comenzó a caminar, volviendo por donde habíamos venido. En algún lugar antes de que se esfumara de nuestra vista, vi a un perro de un blanco puro a su lado.
– Supongo que todos recordáis que el encanto debería esconder el hecho de que estamos desnudos y ensangrentados -dijo Rhys-. Si alguien no tiene el suficiente encanto para llevarlo a cabo, que se ponga al lado de alguien que sí lo tenga.
– Sí, profe -le dije.
Él me sonrió abiertamente.
– Puedo causar la muerte con un roce y una palabra; puedo curar con mis manos esta noche. Pero maldita sea… conjurar un puñado de taxis de la nada, eso sí que es impresionante.
Nos acercamos a la parada de taxis, riéndonos. Todos los conductores parecían un poco perplejos de encontrarse en medio de ninguna parte, esperando en una playa vacía, pero nos dejaron subir.
Dimos a los taxis la dirección de la mansión que Maeve Reed tenía en Holmby Hills, y hasta allí nos condujeron. Y ni siquiera se quejaron de los perros.
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